viernes, 28 de octubre de 2022

Zaqueo lo recibió muy contento en su casa


El evangelio del domingo 31 del Tiempo Ordinario, ciclo "c", habla de Zaqueo, que era un pecador, y él lo sabía. Y estaba feliz de serlo, sin ganas de cambiar. Pero un día oyó hablar de Jesús y le venció la curiosidad, por lo que se dispuso a ir a su encuentro.

Con lo que no contaba Zaqueo es que ver a Jesús no era fácil. El maestro de Galilea iba rodeado de gente, de mucha gente. Y él era pequeño. Rico y acostumbrado a obtener lo que quería, pero bajito.

El caso es que Zaqueo se armó de valor y se subió a un árbol, "para verlo pasar". Y sucedió algo extraño: no fue Zaqueo quien vio a Jesús, sino que Jesús vio a Zaqueo e intuyó que -a pesar de sus pecados- tenía buen corazón y que podía cambiar si le daba una oportunidad. Así que le dijo: -"Bájate de la higuera e invítame a merendar en tu casa. Y a los que vienen conmigo, también".

Zaqueo se quedó sorprendido de la proposición, porque los profetas no suelen ir a merendar a casa de los pecadores como él, pero aceptó "muy contento", dice el evangelista. 

El resto de la historia ya la conocen: los que tienen curiosidad por conocer a Jesús y hacen algún esfuerzo serio por verle y son capaces de vencer la impresión de hacer el ridículo y aceptan que son pequeños y pecadores, y se dejan mirar por él... escuchan las palabras más hermosas del mundo: "Hoy la salvación ha entrado en tu casa, porque yo he venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido".

No sé ustedes, pero yo soy pequeño (como Zaqueo) y pecador (como Zaqueo) y quiero ver a Jesús (como Zaqueo) y a veces hago algún esfuerzo para conocerle mejor (como Zaqueo) y me dejo mirar por él (como Zaqueo) y entonces también me entran ganas de ser mejor y de compartir lo que tengo y lo que soy con los demás (como a Zaqueo).

Y como a veces se me olvidan las palabras hermosas que me ha dicho Jesús y he vuelto a alejarme de él y la añoranza de que venga a merendar a mi casa se apodera de mí... vuelvo a empezar y le digo: "Señor, mírame, háblame al corazón, déjame oír tu voz y gozar de tu compañía. No por mis méritos, sino por tu misericordia". Y él me dice como la primera vez: "Amigo, ábreme la puerta, que quiero entrar en tu casa".

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