jueves, 14 de diciembre de 2023

San Juan de la Cruz, escritor


San Juan de la Cruz es uno de los místicos más profundos de todos los tiempos y un clásico de la literatura española. El poeta Antonio Machado dijo que es «el más poeta de todos los santos y el más santo de todos los poetas». 

Algunos pretenden ver en sus versos el fruto de una inspiración sobrenatural, un regalo del cielo. Hay que reconocer que fray Juan estaba dotado de un talento y de una sensibilidad singulares, que le permitieron encontrar unas imágenes poéticas novedosas para su época, usando por igual la poesía popular y la culta, fusionando reminiscencias provenientes de la Biblia y de su experiencia cotidiana. Sin embargo, no podemos olvidar el esfuerzo creador del santo que, cuando le preguntaban por el origen de sus poesías, respondía: «unas palabras me las da Dios y otras me las busco yo».

El pintor Pablo Picasso manifestaba que, cuando le llegaba la inspiración, le tenía que encontrar trabajando para que pudiera dar fruto. Y el inventor de la iluminación eléctrica, Thomas Edison, afirmaba que «El genio es un uno por ciento de inspiración y un noventa y nueve por ciento de transpiración» (es decir, de sudor, de esfuerzo, de cansancio). 

Esto es lo que nos ofrece san Juan de la Cruz: en él se unen armónicamente la gracia y el esfuerzo, el canto poético y la introspección psicológica, la experiencia mística y el análisis racional de la misma, las profundas vivencias sobrenaturales (que están a la base de sus imágenes de la noche oscura y del matrimonio espiritual, entre otras) y unas intensas relaciones humanas (con superiores mezquinos, con enemigos acérrimos y con discípulos agradecidos, que le permanecieron fieles hasta la muerte).

Fray Juan escribe con una intención claramente docente, con el deseo de dar luz a los que quieren avanzar en el camino espiritual, porque le preocupa «la mucha necesidad que tienen muchas almas; las cuales, comenzando el camino de la virtud, […] a veces no van adelante por no entenderse y faltarles guías idóneas y despiertas» (S prólogo). 

Para ayudar a los que quieren avanzar y no lo consiguen, ha reflexionado detenidamente sobre los dinamismos de la vida espiritual, sirviéndose de las enseñanzas de la Biblia y de los Padres de la Iglesia, así como de su propia experiencia y de la de aquellos que le buscaban buscando sus consejos. 

Conscientemente habla al corazón, más que a la mente: «Quédese lejos la retórica del mundo; quédense las parlerías y elocuencia seca de la humana sabiduría, flaca e ingeniosa, de que tú nunca gustas, y hablemos palabras al corazón bañadas en dulzura y amor, de que tú bien gustas» (D prólogo). 

Usa numerosas imágenes poéticas para enamorar, más que para convencer. De hecho, en sus explicaciones no pretende decir todo sobre los argumentos que trata, sino solo sugerir y engolosinar, para que sus lectores se animen a recorrer los caminos que él ha recorrido previamente.

Durante mucho tiempo solo fue leído como maestro de vida espiritual, pero no se valoraba su poesía fuera de los ambientes conventuales. Los gustos barrocos no iban de acuerdo con sus frases esenciales. Las poesías de los siglos XVII y XVIII describían las cosas y los acontecimientos con detenimiento y realismo (como en la pintura y en la escultura) y san Juan de la Cruz se limita a sugerir, por medio de símbolos, que permanecen abiertos a múltiples interpretaciones. 

Todo cambió a partir del filólogo Marcelino Menéndez y Pelayo, que elogió con entusiasmo sus poemas y los consideró incluso superiores a los de fray Luis de León. Se acercó a ellos con estremecimiento religioso y no se atrevió a analizarlos como a cualquier otra obra literaria: «Hay una poesía más angélica, celestial y divina, que ya no parece de este mundo, ni es posible medirla con criterios literarios, y eso que es más ardiente de pasión que ninguna poesía profana, y tan elegante y exquisita en la forma, y tan plástica y figurativa como los más sabrosos frutos del Renacimiento. Son las Canciones espirituales de san Juan de la Cruz. Me infunden religioso terror al tocarlas».

Lo mismo le pasó a Miguel de Unamuno, que no solo le consideraba el mejor poeta, sino también «el más profundo pensador de raza castellana» . En 1929 le dedicó una poesía muy lograda, en la que le llama «madrecito», para subrayar su sensibilidad, mientras que llama «padraza» a santa Teresa de Jesús, destacando su fortaleza. Con un sorprendente juego de palabras, el poeta hace referencia, al mismo tiempo, a la suavidad y dulzura de san Juan de la Cruz y a su seriedad y valentía. Unamuno, siempre atormentado por sus dudas de fe, confiesa que la lectura del santo le ayudaba a encontrar la paz :

Juan de la Cruz, madrecito,
alma de sonrisa seria,
que sigues tu senderito
por tinieblas de miserias,

de la mano suave y fuerte
de tu padraza Teresa,
la que corteja a la muerte;
la vida ¡cómo te pesa!

Marchas por la noche oscura,
te va guiando la brisa.
Te quitas de toda hechura,
te basta con la sonrisa.

De Dios el silencio santo,
colmo de noche sin luna,
vas llenando con tu canto;
para Dios, canto de cuna.

Madrecito de esperanza,
nuestra desesperación
gracias a tu canto alcanza
a adormecer la razón.

Lo que Menéndez-Pelayo y Unamuno no se atrevieron a hacer (un análisis estilístico de la poesía de nuestro autor), lo realizaron otros pensadores, como Jean Baruzi y Dámaso Alonso. Desde entonces, son muchos los que han estudiado su obra en todos los aspectos: literario, teológico, psicológico, etc. 

En el año 2000 se publicó un volumen de bibliografía sanjuanista con 6328 títulos de biografías, estudios textuales, históricos, doctrinales, litúrgicos o de cualquier otro tipo sobre el santo. 

De hecho, cada año se publican tesis doctorales y estudios sobre diversos argumentos relacionados con su vida y doctrina: «S. Juan de la Cruz y el Islam», «S. Juan de la Cruz y el Budismo-Zen», «S. Juan de la Cruz y la poesía contemporánea», «S. Juan de la Cruz y los filósofos nihilistas»... 

Aunque resulte sorprendente, podemos encontrar estudios sobre su influencia en la teología protestante, en la obra de Descartes, Pascal, Husserl, Bergson, Bernanos, Bonhoeffer, Nietzsche, Dostoievski, Gandhi, Simone Weil, Vicente Aleixandre... 

De todos es conocido que Juan Pablo II hizo su tesis doctoral sobre «la fe en san Juan de la Cruz» y que le dedicó numerosas referencias en sus escritos, además de la carta apostólica «Maestro en la fe». 

Sus obras están traducidas a más de 50 idiomas y son leídas por cristianos de distintas confesiones, pero también por musulmanes, budistas, hindúes y no creyentes.

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