lunes, 3 de diciembre de 2012

Novena de la Virgen de Guadalupe

 

El 3 de diciembre comienza la novena de preparación a la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe. He tenido el privilegio de predicarla muchas veces en las parroquias carmelitas de Oklahoma City y de Dallas.

Mi relación con los hispanos de Estados Unidos proviene de 1992, cuando mi provincial me envió durante cuatro meses para dar una mano a los hermanos que trabajaban allí. Desde entonces he regresado en muchas ocasiones a predicar a estas gentes, que me robaron el corazón desde el primer día.

Adjunto algunas oraciones a la Virgen de Guadalupe, que he usado en varias ocasiones durante las novenas. Que la Virgen ranchera nos ayude a vivir nuestra fe en Cristo con profundidad y a hacer siempre lo que él nos manda. Amén.

 Acuérdate, querida Virgen de Guadalupe, que ninguno de los que han acudido a tu protección, implorando tu asistencia y reclamando tu socorro ha sido abandonado por ti. Animado con esta confianza, a ti acudo, ¡Oh Virgen Madre! Y, aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados, me atrevo a comparecer ante tu presencia soberana. ¡Oh Madre de Dios!, no deseches mis humildes súplicas. Antes bien, inclina a ellas tus oídos y dígnate atenderlas favorablemente. Amén.

¡Santa Virgen de Guadalupe, Madre de Dios, Señora y Madre nuestra! Míranos aquí postrados ante tu santa imagen, que nos dejaste estampada en la tilma de Juan Diego, como prenda de amor, bondad y misericordia. Aún resuenan en nuestros corazones las palabras que dijiste a Juan, con inefable ternura, en el cerro del Tepeyac: "Hijo mío queridísimo, Juan, a quien amo como a mi hijo pequeñito y delicado". Virgen Santísima de Guadalupe, muestra que eres nuestra Madre. Defiéndenos en las tentaciones, consuélanos en las tristezas, y ayúdanos en todas nuestras necesidades: En los peligros, en las enfermedades, en las persecuciones, en las amarguras, en los abandonos y en la hora de nuestra muerte. Míranos con ojos compasivos y no te separes jamás de nosotros.

Oración del papa Francisco: Suplicamos a la Santísima Virgen María, en su advocación guadalupana –a la Madre de Dios, a la Reina y Señora mía, a mi jovencita, a mi pequeña, como la llamó san Juan Diego, y con todos los apelativos cariñosos con que se dirigen a ella en la piedad popular–, le suplicamos que continúe acompañando, auxiliando y protegiendo a nuestros pueblos. Y que conduzca de la mano a todos los hijos que peregrinan en estas tierras al encuentro de su Hijo, Jesucristo, nuestro Señor, presente en la Iglesia, en su sacramentalidad, especialmente en la eucaristía, presente en el tesoro de su Palabra y enseñanzas, presente en el santo pueblo fiel de Dios, presente en los que sufren y en los humildes de corazón. Y si este programa tan audaz nos asusta o la pusilanimidad mundana nos amenaza, que ella nos vuelva a hablar al corazón y nos haga sentir su voz de madre, de madrecita, de madraza, ¿por qué tienes miedo, acaso no estoy yo aquí que soy tu madre?

Oración de Benedicto XVI: Santa María, que bajo la advocación de Nuestra Señora de Guadalupe eres invocada como Madre por los hombres y mujeres del pueblo mexicano y de América Latina, alentados por el amor que nos inspiras, ponemos en tus manos maternales nuestras vidas. Reina en el corazón de todas la madres del mundo y en nuestros corazones. Con gran esperanza, a ti acudimos y en ti confiamos. Queremos agradecerte, Madre de Dios y Madre nuestra amadísima, tu intercesión en favor de la Iglesia. Tú, que abrazando sin reservas la voluntad divina, te consagraste con todas tus energías a la persona y a la obra de tu Hijo, enséñanos a guardar en nuestro corazón y a meditar en silencio, como hiciste tú, los misterios de la vida de Cristo. Nuestra Señora de Guadalupe ruega por nosotros.

Oración de Juan Pablo II: ¡Oh Virgen Inmaculada, Madre del verdadero Dios por quien se vive! Tú, que desde tu santuario del Tepeyac manifiestas tu compasión a todos los que solicitan tu amparo; escucha nuestra oración y preséntala ante tu Hijo Jesús, único Redentor nuestro. Madre de misericordia, a ti, que sales al encuentro los pecadores, te consagramos todo nuestro ser y todo nuestro amor. Te consagramos nuestra vida, nuestros trabajos, alegrías, enfermedades y dolores. Da la paz, la justicia y la prosperidad a nuestros pueblos; ya que todo lo que tenemos lo ponemos bajo tu cuidado, Señora y Madre nuestra. Virgen de Guadalupe, Madre de las Américas, contempla esta inmensa mies, e intercede para que el Señor infunda hambre de santidad en todo el Pueblo de Dios, y otorgue abundantes vocaciones de sacerdotes y religiosos, fuertes en la fe, y celosos dispensadores de los misterios de Dios. Concede a nuestros hogares la gracia de amar con el mismo amor con el que concebiste en tu seno la vida del Hijo de Dios. Virgen Santa María, Madre del Amor Hermoso, protege a nuestras familias, para que estén siempre unidas, y bendice la educación de nuestros hijos. Amén.

Oración de Norberto Rivera, arzobispo primado de México: Permite que mi corazón en amarte eternamente se ocupe, y mi lengua en alabarte, ¡Madre mía de Guadalupe! ¡Dueña mía, Señora, Reina, Dueña de mi corazón, mi Virgencita! Haz que nunca angustie yo con duda alguna tu rostro, tu corazón; que con todo gusto vaya siempre a poner por obra tu aliento, tu palabra, que de ninguna manera lo deje jamás de hacer ni estime por molesto el camino, que sea siempre un fiel amante de tu templo y de tu Imagen; que mi vida sea una proclamación del rendido amor y fe que te profesamos y profesaremos siempre los más pequeños de tus hijos, tus hijos mexicanos.

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