sábado, 27 de noviembre de 2021

Domingo I de Adviento: Invitación a la vigilancia


Es importante tomar conciencia de que el cristianismo no es, en primer lugar, un conjunto de doctrinas o de normas morales, sino una persona: Jesús de Nazaret, el encuentro con él y con la Buena Noticia de su amor. Esto es precisamente lo que celebra el Adviento: que Jesús viene a nosotros y que podemos encontrarlo.

Si el Señor viene a nuestro encuentro y llama a nuestras puertas, es natural que la Iglesia nos invite a velar, para evitar que su llegada pase desapercibida. Las lecturas de estos días insisten: «Velad, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor» (Mt 24,42); «Vigilad, pues no sabéis cuándo es el momento» (Mc 13,33ss); «Estad siempre despiertos» (Lc 21,35).

San Pablo repite la invitación de Jesús oponiendo tres imágenes de pecado (noche, oscuridad, dormir) a tres de gracia (día, luz, despertar): «Ya es hora de despertaros del sueño, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer. La noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz. Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias. Vestíos del Señor Jesucristo» (Rom 13,11-14).

Velar es despertar. El apóstol no se dirige a paganos que deberían abandonar su vida y convertirse, sino a cristianos que se supone que ya están convertidos. La situación de «oscuridad» no es propia únicamente de una época de la historia anterior a Cristo, aún no redimida. Los creyentes también se encuentran rodeados por los poderes de las tinieblas y, algunas veces, sucumben ante sus seducciones. De ahí la importancia del estar despiertos.

Velar es acoger el perdón. Despertar del sueño es aceptar la propia verdad, la propia debilidad, y pedir perdón. Solo los que toman conciencia de sus faltas comprenden que siguen necesitando de Cristo, y pueden orar con humildad: «Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve»; es decir: que tu gracia nos vuelva a iluminar y restablezca en nosotros la luz del bautismo, ahora «oscurecida» por el pecado.

Velar es optar por Cristo. Por desgracia, en ocasiones, también los bautizados nos dejamos arrastrar por las seducciones del mundo. Por eso, Jesús advierte con realismo: «Velad en oración para no caer en la tentación, porque el espíritu está decidido, pero la carne es débil» (Mt 26,41).

San John Henry Newman escribió un precioso sermón sobre el Adviento, en el que se pregunta qué significa velar. Comienza con una reflexión vivencial sobre los sentimientos del que espera a alguien. Continúa diciendo que, si el esperado es Cristo, estar en vela tiene que ver con el enamoramiento, con el deseo de encontrarle y de servirle en todos los acontecimientos:

«¿Sabes lo que es vivir pendiente de una persona que está contigo, de forma que tus ojos van detrás de los suyos, lees en su alma, percibes todos los cambios en su semblante, anticipas sus deseos, sonríes cuando sonríe y estás triste cuando está triste, y estás abatido cuando está enfadado y te alegras con sus éxitos? Estar vigilante ante la venida de Cristo es un sentimiento parecido a todos estos, en la medida en que los sentimientos de este mundo son aptos para reflejar los del otro. Está vigilante ante la venida de Cristo la persona que tiene una mente sensible […], que lo busca en todo cuanto sucede» (J.H. Newman, A la espera del Amigo).

Solo quien comprende estas cosas y las vive intensamente, puede clamar con san Juan de la Cruz:

¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti, clamando, y eras ido...

Queremos salir de nosotros mismos y de todas las cosas, dejar de lado las comodidades y los miedos y ponernos en camino para buscar al Señor y para acoger su salvación.

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