viernes, 25 de septiembre de 2020
Celebrando a santa Teresita
El 1 de octubre se celebra la fiesta de una joven muy conocida y admirada. No es una actriz de Hollywood y sin embargo tiene fans en casi todos los países del mundo. No es una cantante de fama, aunque mueve más gente que las giras de Madonna. No es una estrella del fútbol, pero ni siquiera Messi es tan popular. No es J. K. Rowling, pero sus obras están traducidas en más idiomas y dialectos que las aventuras de Harry Potter. Tampoco es un jefe de estado, aunque es más poderosa que el presidente de los Estados Unidos.
Su nombre se asocia al reparto de infinidad de favores y al cambio personal que experimentan quienes se deciden a seguir su «caminito». Estamos hablando de «la santa más grande de los tiempos modernos»: santa Teresita del Niño Jesús y de la Santa Faz, conocida también como santa Teresa de Lisieux, por la ciudad en la que vivió desde que tenía cuatro años hasta su muerte. En los ambientes angloparlantes la llaman la «Litle Flower», la «Florecilla», ya que su autobiografía comienza así: «Historia primaveral de una florecita blanca, escrita por ella misma».
Papas, teólogos, psicólogos y novelistas han estudiado su figura y su mensaje y han escrito sobre ella, unos para ensalzarla y otros para denigrarla. La bibliografía especializada cuenta con miles de volúmenes de valor muy desigual. Yo la considero mi hermana y mi amiga y soy testigo del gran bien que Teresita sigue haciendo en el mundo entero. Estoy convencido de que su mensaje puede ser un bálsamo para los que vivimos rodeados de náufragos, de personas heridas y desorientadas, con las que a menudo nos identificamos.
Nuestra sociedad vive el desarraigo de los emigrantes, el desamparo de los que ven que los valores y tradiciones de su infancia ya no sirven, el sufrimiento de los que se reconocen incapaces de vivir los ideales por los que han suspirado, de los que se sienten demasiado débiles para romper las cadenas que les atan, arrastrados por las circunstancias y por la propia debilidad, necesitados de redención y de esperanza.
Por eso creo que es muy importante conocer el mensaje de Teresa, tan antiguo y tan nuevo, ya que puede ayudar a las personas de nuestros días a encontrar el corazón del evangelio, la verdadera esencia del cristianismo, que no consiste en la confesión de unas verdades ni en la observancia de unos preceptos morales ni en la participación en unos ritos litúrgicos (lo que no significa que estas cosas no tengan su importancia, aunque no sean las primeras), sino en el encuentro con una persona viva, que no me trata como merecen mis faltas, sino conforme a su misericordia, «que me ama tal como soy, pequeña y débil, que todo lo ama en mí, […] capaz de amarme siempre». Solo esto nos puede abrir a «la confianza y el abandono», tal como enseña santa Teresita.
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