domingo, 21 de septiembre de 2025
Cumplo 59 años: memoria agradecida y esperanza confiada
Estimados amigos: Hoy, 21 de septiembre de 2025, cumplo 59 años de vida y 39 de consagración en el Carmelo. Como muchos sabéis, el día de mi profesión religiosa coincidió con mi vigésimo cumpleaños, por lo que cada año celebro esta doble fiesta: la de la vida y la de la vocación.
A los diecisiete años fui a estudiar derecho a la universidad, pero duré poco, ya que a los dieciocho entré en el Carmelo descalzo, convencido de que esa era la llamada de Dios para mí. Y sigo teniendo la misma certeza: el Señor me quería aquí, y aquí me ha sostenido hasta hoy.
El día de mi profesión religiosa, el provincial nos preguntó a los novicios qué pedíamos al Carmelo, qué esperábamos de esta familia religiosa. Nuestra respuesta fue: «La misericordia de Dios, la compañía de los hermanos y la pobreza de la Orden». Con los años, he comprobado que esas tres gracias han marcado mi camino. La misericordia de Dios nunca me ha faltado; los hermanos han sido compañeros con sus luces y sombras; y la pobreza, vivida de diferentes maneras, me ha enseñado a confiar solo en Dios.
Al hacer examen de conciencia por los años pasados, siendo sincero, lo único que puedo decir es lo de san Pedro: «Apártate de mí, Señor, que soy un pobre pecador» (Lc 5,8); a veces me siento desbordado por la misión que me encomiendas, pero confío en tu gracia.
No necesito presumir de nada. Soy pequeño y débil, pero me basta con saber que su mirada me reviste de dignidad. Como decía san Juan de la Cruz: «El mirar de Dios es amar y hacer mercedes» (C 19,6). Esa mirada me embellece y me sostiene.
Mi salud nunca ha sido fuerte. Vivo con una enfermedad crónica que a menudo me da brotes que limitan mis fuerzas. Últimamente he tenido varios, que me cansan y desgastan. Pero estoy seguro de que la fortaleza del Señor se manifiesta en mi debilidad (cf. 2Cor 12,9).
La fragilidad me ha enseñado que la felicidad no depende de lo que tenemos (bienes, salud o reconocimiento social), sino que consiste en aprender a dar gracias más que a quejarse, en valorar lo que se tiene más que lo que falta, en confiar más que en temer.
Lo más valioso de mi vida no son los bienes que he disfrutado ni las tareas que he desarrollado, sino las personas que he encontrado en mi camino. Muchas me han mostrado su afecto y su amistad de diferentes maneras. Doy gracias a Dios por cada una de ellas. Algunas ya partieron a la casa del Padre, a otras las he perdido de vista, pero todas forman parte de mi historia y permanecen en mi corazón.
El día de mi profesión religiosa cantamos en la misa: «¡Qué detalle, Señor, has tenido conmigo!». Esa sigue siendo hoy mi oración. Vivo agradecido. No me arrepiento de haberme entregado al amor; al contrario, si tuviera mil vidas, mil vidas entregaría al Señor.
Pongo mi pasado, mi presente y mi futuro en las manos de Dios. Pienso que él me ha regalado una vida plena, porque la verdadera plenitud no consiste en no tener dificultades, sino en descubrir el sentido de la existencia y en saberse amado.
A todos los que habéis formado parte de mi vida y de mi camino en estos 59 años, os doy las gracias de corazón. Pido al Señor que os bendiga con abundancia y que os conceda la vida eterna. Amén.
Me despido con un abrazo fraterno en Cristo, Eduardo.

No hay comentarios:
Publicar un comentario