A san Juan de la Cruz podemos acercarnos desde distintos puntos de vista, buscando en él al primer carmelita descalzo, al poeta, al maestro espiritual y, también, al teólogo. Esta es una reflexión sobre la teología de san Juan de la Cruz, a partir de uno de sus símbolos, que da nombre a este seminario: «Debajo del manzano». Como en todos los símbolos sanjuanistas, en este (y en la estrofa de la que forma parte) convergen numerosas resonancias de la literatura clásica, de la Biblia y de la tradición judeo-cristiana, como veremos más adelante.
Antes de entrar en materia, conviene recordar que, para que nuestra lectura de las obras del santo carmelita sea provechosa, no debemos ignorar su modo particular de hacer teología. Exceptuando algunos capítulos de la Subida al Monte Carmelo y de la Noche oscura del alma, él no realiza una exposición escolástica de su doctrina, sino poética y simbólica. Incluso en varias ocasiones que propone esquemas escolásticos para la comprensión de algún tratado, después no los tiene en cuenta en el desarrollo.
Usando un lenguaje misterioso, muchas veces paradójico, y sirviéndose de abundantes oxímoros, el santo provoca asombro y extrañeza entre sus lectores. Al hablar de una noche «más clara que la luz del mediodía», de «la música callada, la soledad sonora», de un «cauterio suave, regalada llaga», que matando transforma la muerte en vida, y otras expresiones similares, fuerza las palabras, dotándolas de matices nuevos, como cuando afirma que, saltando al vacío, en lugar de bajar, sube, y que al subir desciende cada vez más: «Por ser de amor el lance / di un ciego y oscuro salto / y fui tan alto tan alto / que le di a la caza alcance. // Cuanto más alto llegaba / de este lance tan subido / tanto más bajo y rendido / y abatido me hallaba…» Estos recursos provocan nuestra curiosidad para que indaguemos en el mensaje que se esconde en esta especie de trabalenguas.
Como bien sabemos, san Juan de la Cruz usa imágenes poéticas para enamorar, más que para convencer. De hecho, en sus explicaciones no pretende decir todo sobre los argumentos que trata, sino solo sugerir y engolosinar, para que sus lectores se animen a transitar por los caminos que él ha recorrido previamente. En ese sentido, es –ante todo– un autor de vida espiritual. Pero –como decíamos hace poco– aquí vamos a tratar de su teología, porque él también es un gran teólogo, al que Miguel de Unamuno consideraba «acaso el más profundo pensador de raza castellana». En la misma línea, Xabier Pikaza lo ha denominado en varias ocasiones «quizá el mayor teólogo y poeta en lengua castellana».
Aunque haremos referencias a textos suyos en prosa, nos centraremos principalmente en algunos poemas, en los que san Juan de la Cruz reflexiona sobre el misterio de Dios, siempre más allá de todo lo que podemos conocer: «Entréme donde no supe / y quedéme no sabiendo / toda ciencia trascendiendo… // Y si lo queréis oír, / consiste esta suma ciencia / en un subido sentir / de la divinal esencia» (P 8).
Salvador Ros considera que este poema, «el primero cronológicamente del poemario sanjuanista conservado y cimiento sobre el que se erige toda su obra», supone «la primera y más sublime forma del lenguaje teológico, porque un teólogo no es el que simplemente habla de Dios o hace un compendio de opiniones sobre lo que los demás han dicho de él, sino ante todo el que ha padecido a Dios y lo expone (testifica) de forma que él aparezca y se manifieste por sí mismo».
En este poema con el que abrimos nuestra reflexión, san Juan afirma que Dios siempre está más allá de todo lo que podemos pensar o decir, pero de alguna manera es posible «experimentarlo», «sentirlo», «gustarlo». Ahí comienza la reflexión teológica de san Juan de la Cruz, que canta la posibilidad de encontrar a Dios, aunque no por los caminos ordinarios, que transitamos cada día, sino aventurándonos por caminos nuevos y desconocidos: «Tras de un amoroso lance, / y no de esperanza falto, / volé tan alto, tan alto, / que le di a la caza alcance… // Cuando más alto subía / deslumbróseme la vista, / y la más fuerte conquista / en oscuro se hacía» (P 10).
Podemos encontrar a Dios «a oscuras», lo que equivale a decir «por medio de la fe», argumento del que san Juan de la Cruz es un reconocido maestro. En el poema La fonte confiesa que conoce dónde se encuentra la única fuente de agua viva, que puede saciar la sed de felicidad que arde en el corazón del hombre. Una fuente que no tiene origen, con tres corrientes de agua (la Santísima Trinidad), de la que brota la luz, que se esconden en la eucaristía, y a la que el hombre solo puede acercarse si se deja guiar por la fe: «Qué bien sé yo la fonte que mana y corre, / aunque es de noche. // Aquella eterna fuente está escondida, / qué bien sé yo do tiene su manida, / aunque es de noche» (P 4).
Desde su profunda experiencia de fe y de encuentro con el Dios vivo, el santo reflexiona sobre las verdades de la fe cristiana: toda la historia de la salvación desde sus orígenes en el eterno proyecto de Dios, anterior a la creación del mundo, de lo que habla en los Romances sobre el prólogo del evangelio de san Juan: «En el principio moraba / el Verbo y en Dios vivía» (R 1-2), hasta la plenitud de la obra de la redención, realizada en Cristo. La encarnación la desarrolla en los mismos romances: «Ya que era llegado el tiempo / en que de nacer había, / así como desposado / de su tálamo salía…» (R 287-288). La redención en la cruz la desarrolla en el poema El Pastorcico: «Se ha encumbrado / sobre un árbol, do abrió sus brazos bellos/ y muerto se ha quedado / asido de ellos, / el pecho del amor muy lastimado» (P 6,5).
Aquí ya ha salido el tema del «árbol», que retoma en la estrofa del Cántico que hoy queremos comentar, en la que canta su vivencia personal de estos misterios: «Debajo del manzano, / allí conmigo fuiste desposada, / allí te di la mano / y fuiste reparada / donde tu madre fuera violada» (C 23).
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