jueves, 30 de noviembre de 2023

Dios es frágil y vulnerable. Adviento 2023


El Adviento nos habla del gozo que provoca en nosotros el anuncio de la venida del Salvador. Los textos de los profetas que leemos en la liturgia de esos días hablan de desiertos florecidos, reconciliación entre los pueblos, armas que se transformarán en instrumentos de trabajo, niños que juegan en paz con leones, corderos y serpientes, etc.

Los judíos esperaban y siguen esperando que venga el mesías para establecer ese mundo ideal, que coincidirá con el reinado de Dios y la redención de cuantos esperan en él. Pero los cristianos creemos que el mesías ya ha venido y se ha quedado con nosotros, que ha traído la luz y la salvación al mundo, que ha vencido sobre el demonio, sobre el pecado y sobre la muerte.

Sin embargo, aunque ya han transcurrido dos mil años desde que el Hijo de Dios vino a la tierra, vemos que el mundo sigue padeciendo las mismas violencias que antes. Y no solo los no creyentes, sino que también los bautizados sufrimos las mismas tentaciones y problemas que los demás. Da miedo encender la televisión para ver las noticias: guerras, conflictos y violencia por doquier. Ante este panorama, ¿podemos seguir afirmando que estamos salvados?

Si el mesías de Dios ya ha venido al mundo y ha establecido el reino de Dios, ¿dónde están la paz y el amor que deberían caracterizarlo?, ¿cómo compaginar nuestra fe en la salvación realizada por Cristo y el sufrimiento de millones de personas a nuestro alrededor?

Antes de seguir adelante, será bueno recordar que Cristo no vino al mundo porque los hombres estaban preparados para recibirlo, sino a pesar de que no lo estaban. Su llegada no fue un premio para los que ya eran buenos, sino que él mismo afirma que vino «a buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,10)

Jesucristo es el Hijo eterno de Dios, que se despojó incluso de su condición divina para asumir nuestra débil naturaleza (cf. Flp 2,6ss). Voluntariamente se hizo vulnerable en la encarnación y después de su resurrección continúa una existencia pobre y frágil entre nosotros. Hay una estrofa del Cántico espiritual de san Juan de la Cruz, que dice:

Vuélvete, paloma,
que el ciervo vulnerado
por el otero asoma
al aire de tu vuelo, y fresco toma.

Dejando de lado el riquísimo mensaje del poema de san Juan de la Cruz, centrémonos solo en una constatación: la paloma es la persona enamorada de Jesús, que lo busca y desea unirse a él (a la que se pide que se detenga un momento a descansar y tomar el fresco), y el ciervo vulnerado es el mismo Cristo, que se ha dejado herir de amor y viene por el cerro buscando a su amada.

Estamos ante el núcleo de nuestra fe: al encarnarse, el Hijo de Dios se hizo pequeño, débil, vulnerable. De hecho, en el inicio de la vida pública de Jesús descubrimos que, cuando llegaron los tiempos nuevos y se manifestó el mesías, que trae la salvación al mundo entero, sus vecinos se sorprendieron. Los más cercanos a Jesús no creían en él, porque pensaban que lo conocían y parece que hasta entonces no habían descubierto en él nada especial (cf. Lc 4,22; Mc 3,21). Pensaban que el mesías debería ser más fuerte, más distinto de nosotros y de lo que conocemos, más poderoso.

Es el plan salvífico de Dios, que se manifiesta a los pobres de Yavé de tal manera que solo los sencillos de corazón se dan cuenta. Desde el principio, Jesús es el siervo de Yavé descrito por Isaías, que asume nuestra condición, nuestras limitaciones, nuestros dolores. El mismo Jesús tiene que crecer en sabiduría, en estatura y en gracia (cf. Lc 2,52), en su dimensión humana y en su relación con Dios. Esto nos muestra el realismo de la encarnación, ya que el hijo de Dios se hizo verdaderamente uno de nosotros, «en todo exactamente como nosotros, excepto en el pecado» (Heb 4, 15). La salvación no nos llega por medio de las maravillosas fantasías que los hombres habrían deseado, sino en la vida frágil, semejante a la nuestra, de Jesús de Nazaret.

Nuestra debilidad tiene que ser leída a la luz de la debilidad libremente asumida por Jesucristo y propuesta por él como modelo de vida a su Iglesia (aunque a veces se nos haya olvidado).

La fuerza de la Iglesia y de cada cristiano no se encuentra en una plenitud humana, que podría dar lugar a la arrogancia, sino en la obra escondida de Dios en los corazones humildes, que se sienten pobres; es decir: que se saben aún necesitados de la venida de Dios a sus vidas. El Adviento consiste en aceptar siempre con humildad la gracia que Cristo nos ofrece, que no merecemos, pero necesitamos. El Adviento es una invitación a acoger a Cristo en el mundo real que nos ha tocado vivir, tal como es, no como querríamos que fuera. En nuestro mundo herido por el pecado, Jesús sigue viniendo al encuentro de los que lo esperan y continúa afirmando: «Mira que estoy a la puerta llamando. Si alguien me oye y me abre, entraré y cenaremos juntos» (Ap 3,20).

Santa Teresita del Niño Jesús nos invita a no buscar a Dios en lo extraordinario, en lo grandioso, en nuestras ensoñaciones y deseos, sino en lo más sencillo y cotidiano, en las relaciones familiares, laborales y de vecindad, practicando las virtudes humildes, aunque nadie las vea.

Los amigos de ORAR queremos estar siempre despiertos (cf. Lc 21,35), velando con los ojos bien abiertos (cf. Mt 24,42, Mc 13,33ss), para no quedarnos en lo superficial, en las apariencias; para descubrir la presencia escondida del Señor en nuestra vida, en los acontecimientos, en el mundo.

El Señor vendrá cuando menos lo esperemos. Pero no se trata solo de la venida final, sino que debemos estar atentos a su venida presente, ya que él está viniendo en cada momento. 

Señor, abre mis ojos para que pueda contemplar la belleza de tu rostro. No permitas que siga en la oscuridad, ¡despiértame! Sana mi ceguera y mi sordera, para que pueda verte y oírte, para que pueda acogerte en mi vida. Amén.

Con este artículo mío se abre el último número de la revista Orar, (número 319, diciembre 2023), titulado: "Adviento: conectados con Dios".

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