martes, 26 de septiembre de 2023

La Biblia y la cultura


Durante siglos, la Biblia fue el libro más copiado, comentado y estudiado en Occidente. También fue el primer texto que se imprimió con el sistema de tipos móviles. Desde que Gutenberg la publicó en latín entre 1452 y 1455, ha sido el escrito más editado de todos los tiempos. En estos momentos está traducida total o parcialmente a más de dos mil idiomas y dialectos y se calcula que solo en los últimos doscientos años se han impreso más de seis mil millones de copias.

No hay duda de que su influencia ha sido determinante en el desarrollo del pensamiento, la historia, el arte y la literatura de Occidente. De la Biblia provienen muchas imágenes y expresiones que usamos cada día, como: «estar hecho un Adán» (para quien viste de manera sucia o descuidada), «chivo expiatorio» (cuando se busca alguien a quien culpar de algún mal, aunque no sea el responsable), ser «el benjamín de la casa» (para el más pequeño) o «más viejo que Matusalén» (para alguien muy longevo) o «más paciente que Job» (que soportaba los males sin quejarse), «pasar las de Caín» (refiriéndose a muchas penalidades, ya que fue expulsado de la presencia de Dios y condenado a vagar sin rumbo), «llorar como una Magdalena» (para alguien que llora desconsoladamente), «ir de Herodes a Pilato» (marchar de un sitio a otro para realizar una gestión administrativa, por ejemplo), «lavarse las manos» (desentenderse, como Pilato), «venderse por un plato de lentejas» (como en el episodio de Esaú y Jacob), «un coloso con pies de barro» (como en el sueño de Daniel), «tomarse un año sabático», «tiempo de vacas flacas», «ser más falso que el beso de Judas», «hacer la pascua a alguien», «tomar una decisión salomónica», «otro gallo le cantara», «ganar el pan con el sudor de la frente», «dar coces contra el aguijón», «nadie es profeta en su tierra», «como cordero llevado al matadero», «por sus frutos los conoceréis», «quien siembra vientos, cosecha tempestades», «se armó el belén», «tener talento para algo», «echar perlas a los cerdos», «rasgarse las vestiduras», «tirar la primera piedra», «llevar a alguien por la calle de la amargura», etc.

Hasta tiempos relativamente recientes, los cristianos sabían mejor la «historia sagrada» que la historia de su propio país. Al menos en líneas generales, conocían los relatos que hablan de Adán y Eva, Abrahán, Moisés, Sansón, David, Salomón, Jonás, Job… Lo mismo podemos decir del arte cristiano plasmado en retablos, relieves, pinturas y esculturas. Eran la «Biblia de los pobres» y la mayor parte de la población sabía interpretarlos, aunque no supiera leer. Hoy eso ya no es así.

Para los creyentes es triste, pero hemos de reconocer que, en nuestro mundo postmoderno y postcristiano, la mayoría de la población no conoce los relatos bíblicos ni tiene interés en ellos. Les basta con la caricatura que se han formado del cristianismo y de sus Escrituras. Muchos tienen un ejemplar de la Biblia en su casa, aunque son pocos los que la leen.

Vivimos en un ambiente postcristiano, profundamente secularizado y el arte cristiano, enraizado en la Biblia, es ininteligible para la mayoría de nuestros contemporáneos. Un duro soneto de Rafael Alberti describe perfectamente la situación actual:

Entro, Señor, en tus iglesias... Dime,
si tienes voz, ¿por qué siempre vacías?
Te lo pregunto, por si no sabías
que ya a muy pocos tu pasión redime.

Respóndeme, Señor, si te deprime
decirme lo que a nadie le dirías:
si entre las sombras de esas naves frías
tu corazón anonadado gime.

Confiésalo, Señor. Solo tus fieles
hoy son esos anónimos tropeles
que en todo ven una lección de arte.

Miran acá, miran allá, asombrados,
ángeles, puertas, cúpulas, dorados...
y no te encuentran por ninguna parte.

El poeta recuerda que las imágenes religiosas, que un tiempo hablaron a nuestros antepasados y que suscitaron en ellos consuelo y esperanza, hoy están mudas, incapaces de despertar otra impresión que no sea la estética. De hecho, en los museos podemos encontrar la escultura de un dios romano junto a un Calvario medieval o a una pintura renacentista de las bodas de Caná. Todos ellos son valorados por su antigüedad, como testigos de las creencias de otros tiempos, pero no provocan sentimientos religiosos en nuestros contemporáneos.

Esto es válido para las imágenes plásticas y para las literarias. Si las representaciones judeo-cristianas, que se pueden ver y tocar, no dicen nada a la mayoría, ¿qué podemos esperar de los relatos que las sustentan?

La Biblia fue compuesta para transmitir emociones (con sus invitaciones a la alabanza gozosa o al arrepentimiento, por ejemplo), para fortalecer la fe de los creyentes, para dar consuelo y esperanza. Pero con ella sucede como con la poesía, la música y con las bellas artes: se necesita interés, una mínima sensibilidad y apertura de corazón para percibir su mensaje.

Al mismo tiempo, también hay personas que quieren leerla y conocer sus enseñanzas, a pesar de que no les resulta fácil. En cuanto tropiezan con largas genealogías, relatos especialmente violentos y normas absurdas, se desaniman. Son conscientes de que tienen en su mano algo muy valioso, pero no saben cómo sacarle rendimiento. Quienes se acercan a estas páginas están en el grupo de los que quieren aprender a leer las Sagradas Escrituras con provecho, aunque les cueste trabajo hacerlo.


Tomado de mi libro: «Tu palabra me da vida. Introducción a la Sagrada Escritura», páginas 16-19.
Estella, Septiembre de 2023
Editorial Verbo Divino
Colección: El mundo de la Biblia
ISBN 978-84-9073-942-6
ISBN Ebook 978-84-9073-943-3

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