martes, 14 de marzo de 2023

El domingo cristiano: día primero, día octavo, día del Señor


Desde los primeros momentos, los cristianos celebraron su asamblea litúrgica en domingo, que es el día en que Cristo resucitado se apareció a sus discípulos y envió sobre ellos el Espíritu Santo. Aunque en los ambientes judeocristianos el sábado conservó su importancia durante algún tiempo, la eucaristía se reservó para el domingo.

El domingo es el cumplimiento pleno del sábado, como todo el Nuevo Testamento es realización del Antiguo. En las disputas de Jesús sobre el sábado y en la polémica paulina sobre su observancia se manifiesta el verdadero sentido del sábado, que es la fiesta que celebra la obra creadora y salvadora de Dios. Con estas premisas, vemos que el sábado es «tipo» y el domingo cumplimiento.

Estudiemos ahora los nombres que la primera comunidad dio al domingo, para comprender su verdadero significado.

El «día primero»

Al principio, los cristianos conservaron la denominación hebrea del domingo (Cf. Hch 20,7; 1Cor 16,2). En la Escritura, «día primero» hace referencia a la obra de Dios, iniciada con la creación de la luz (cf. Gén 1,3). Es importante recordar que también un «día primero» de la semana dieron inicio los sacrificios y ofrendas en la tienda del encuentro, cumpliendo las normas dadas por Dios a Moisés (Cf. Núm 7,12). Los rabinos pusieron en relación los dos acontecimientos (inicio de la creación e inicio del culto judío), para hablar de la nobleza y singularidad de este día.

Los primeros cristianos relacionaron la primera creación y la resurrección, que la lleva a plenitud.

El «día octavo»

Si el domingo cristiano solo fuera memoria de la creación, no habría aportado ninguna novedad al sábado judío. Pero la muerte y resurrección del Señor fueron interpretadas como el cumplimiento de toda la creación antigua y el inicio de la nueva y definitiva, como la irrupción en nuestra historia de la vida futura prometida por los profetas. Por eso, muy pronto el domingo fue llamado también «día octavo».

Como la semana tiene solo siete días, este nombre indica que estamos hablando de un día nuevo, diferente de todo lo anterior y de un valor superior, que da inicio a una nueva creación y anticipa el mundo futuro. El octavo día es verdaderamente «el día que hizo el Señor» (cf. Sal 118 [117],24), que comienza una realidad nueva en la que estamos invitados a entrar.

El «día del Señor»

Cuando los profetas hablan del «día del Señor», se refieren a los tiempos últimos, al juicio de Dios, al castigo de los pecadores y a la salvación de los que se mantienen fieles a la Alianza.

Los primeros cristianos sentían tan real la presencia de Cristo, que deseaban adelantar ese día último y suplicaban con insistencia: «Ven, Señor». Especialmente, en la eucaristía dominical vivían un anticipo del futuro «día del Señor». Por eso, terminaron por cambiar el nombre del primer día de la semana, que pasó a llamarse «día del Señor» en fechas muy tempranas, como podemos comprobar en el Apocalipsis (1,10).

Con estos presupuestos, podemos comprender los numerosos textos patrísticos que cantan la grandeza de este día, memorial de la salvación ya conseguida y pregustación de la vida eterna:

«Cuando meditamos, [oh Cristo], las maravillas que fueron realizadas en este día del domingo de tu santa y gloriosa resurrección, decimos: Bendito es el día del domingo, porque en él tuvo comienzo la Creación [...], la salvación del mundo [...], la renovación del género humano [...]. En él el cielo y la tierra se regocijaron y el universo entero quedó lleno de luz. Bendito es el día del domingo, porque en él fueron abiertas las puertas del paraíso para que Adán y todos los desterrados entren en él sin temor» (Texto del breviario sirio, recogido en Catecismo, 1167).

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