miércoles, 16 de noviembre de 2022

Beato Juan de Palafox, obispo de Puebla de los Ángeles


La diócesis de Puebla en 1643 tenía una extensión de 1.100 kilómetros de norte a sur y de 450 kilómetros de oriente a poniente. Estaba dividida en 120 parroquias o doctrinas. El número de indios de toda la diócesis se estimaba en unos 250.000.

Mucho se preocupó de ajustar las costumbres de los eclesiásticos a las normas establecidas por el concilio de Trento y el III concilio mexicano. Una de las cosas que más le preocupó fue darles trabajo a muchos sacerdotes diocesanos que no tenían parroquias ni dónde trabajar. Para ello fue sacando a muchos religiosos de sus doctrinas para dárselas a los sacerdotes diocesanos.

Fomentó mucho la música, el canto y los instrumentos autóctonos para los actos litúrgicos. Mandó traducir del castellano a la lengua náhuatl un catecismo que había traído de España con preguntas y respuestas breves.

Recién llegado a Puebla se dio cuenta de que había algunos sacerdotes que conocían con perfección la lengua náhuatl, la más usual en la diócesis, y exigió que para ordenarse de sacerdotes debían saber esta lengua y también el dialecto teotlatoli o una de las seis lenguas restantes que se hablaban en la diócesis. En la casa episcopal tenía dos intérpretes de estas lenguas y él mismo asistía a las clases para aprenderlas.

A los sacerdotes les exigió cumplir la disciplina eclesiástica y combatió algunas faltas como el descuido e irreverencia en el culto divino, los abusos que se cometían con algunos indígenas en los negocios, y prohibió la asistencia de los sacerdotes a las comedias. Ya el Concilio Mexicano III había prohibido que asistieran a corridas de toros.

Fomentó en ellos la lectura de libros honestos para que hallaran alivio en los trabajos, compañía en la soledad y una ocupación docta y meritoria.

El colegio de San Pedro se había fundado para 30 colegiales, pero él le dio capacidad para 50 alumnos, que debían estudiar gramática, retórica y canto desde los 11 a los 17 años. Eran preferidos los pobres, sobre todo los indios totonacos, tapancos, otomíes, chochos, mixtecos… 

De los 18 a los 24 años cursaban estudios en el colegio de San Juan. Estudiaban filosofía, teología y cánones. 

Palafox comenzó la fundación del colegio San Pablo para los jóvenes sacerdotes que iban a estudiar teología moral y administración de sacramentos. 

Los tres colegios formaban un solo Seminario con aprobación pontificia. Al servicio de estos tres colegios entregó el obispo su magnífica biblioteca de más de cinco mil cuerpos de libros, para ello mandó edificar un salón anejo al edificio del Seminario.

Escribió las Constituciones de la universidad de México, que fueron reconocidas en claustro pleno el 14 de octubre de 1645. La actual universidad nacional autónoma de México, fruto de la que fue Real y Pontificia universidad, llama a Palafox legislador de la Real universidad.

Una de las grandes obras realizadas en Puebla por nuestro santo obispo fue la terminación de la catedral, que hacía cien años había sido comenzada y veinte que había sido suspendida. Y la acabó en los nueve años que estuvo al frente de su diócesis de Puebla. En esta obra, desde su primera piedra, se gastaron unos dos millones de pesos. Él gastó para terminarla durante nueve años 350.000. 

Además construyó en todo el obispado 40 templos con todo lo necesario para el culto divino y reparó otros muchos más. 

También fundó un colegio de vírgenes para el recogimiento y buena educación de doncellas pobres. Y defendió a los indios siempre que pudo.

Su labor en Puebla fue colosal. Visitó en mula su inmenso territorio hasta el último rincón y ordenó la diócesis estableciendo prefecturas para su mejor gobierno.

La primera visita pastoral fue del 2 de agosto de 1643 al 7 de noviembre del mismo año. Recorrió la diócesis a caballo por montes y quebradas, librándole Dios de grandísimos peligros al pasar ríos y bajar despeñaderos, andando por lugares que no habían visto en 70 años prelado alguno y propio nunca. Él mismo anota: 

«Habiendo llegado al primer lugar (Amozoc, a dos leguas de Puebla) y saliendo los feligreses bailando como se acostumbra en aquella tierra, a recibir al prelado, habiéndose puesto poco después a ver los bailes para no desconsolarlos, sucedió allí un caso bien notable. Le dio una enfermedad de dolor penosísimo y que le impedía la visita, siéndole preciso por ella volverse a su casa y dejarla». 

«Encomendándose a Dios, se aventuró, y al instante que se puso a caballo cesó el dolor y se suspendió la enfermedad, y en llegando a la posada le volvía a atormentar, y en comenzando a obrar en el ministerio de predicar o confesar o caminar o confirmar, cesaba, y en volviendo a casa continuaba; y así duró cuatro meses, que visitó más de cuatrocientas leguas de malísimos caminos, varios templos, siempre con este trabajo y consuelo, ya penando, ya descansando; dejándole el dolor sólo cuanto había menester para trabajar en el bien de las almas, y volvió a su casa sano y bueno y sin aquella enfermedad que se le quitó poco antes que llegase, dando a Dios gracias con grande gozo de haber (en cuanto pudo su fragilidad) confesado, confirmado, administrado y aprovechado a las almas».

«En estas visitas estableció que se rezase el rosario de la Virgen Nuestra Señora, siendo él el primero en rezarlo con sus feligreses y procurando que esto mismo hiciesen en sus casas los vecinos que no podían ir a las iglesias, y creía que esa era una medicina eficacísima contra maldiciones, blasfemias, juramentos, y así se lo advertía; y como los que no son letrados ni eruditos ni sacerdotes ni leídos no tienen medios fáciles para orar, hallaba que era el rosario de la Virgen el breviario de todos aquellos que no saben leer ni tienen muy gran capacidad; y finalmente, que es devoción que causa infinitos bienes».

Tomado del libro Beato Juan de Palafox, virrey de México, escrito por el agustino recoleto Ángel Peña, publicado en Lima (Perú) en 2015, páginas 23-26.

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