miércoles, 21 de septiembre de 2022

La Iglesia como belleza que irradia al cosmos en Francisco Palau


Les comparto una conferencia que tuve hace poco en Ávila, dentro de la "Cátedra Francisco Palau".

El beato Francisco Palau y Quer era un hombre profundamente contemplativo. Sus obras escritas (y su misma vida) no pueden entenderse si no tenemos en cuenta esto. Como buen carmelita, se formó en la escuela de santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz, que enseñan que todos estamos llamados a la contemplación y a la vida mística, aunque los fenómenos más extraordinarios se den solo en algunos (muy pocos).

En esto coinciden con los Padres de la Iglesia, para los que contemplar es el modo más auténtico de ver la realidad, no quedándonos en las apariencias, sino buscando el sentido último de las cosas en Dios. 

Por tanto, contemplar es ver más allá de las apariencias, no quedarse solo con la primera impresión de las cosas y acontecimientos, sino descubrir su sentido último, a la luz de Dios. 

Cuando san Juan dice que Jesús es el «buen» pastor (Jn 10,11), usa la palabra griega 'kalós', que significa «bueno» y también «verdadero» y «hermoso». 

Si esto es así, ¿Por qué nos cuesta tanto reconocer la bondad y la belleza de la creación y de la encarnación?, ¿por qué hay tantos que rechazan a Jesucristo? 

Se necesita ser contemplativo para ver más allá de las apariencias, para encontrar la belleza de Jesucristo en su rostro doliente y en la humillación de la cruz.

Lo mismo podemos decir de la Iglesia: ¿Por qué su belleza permanece velada ante nuestros ojos?, ¿por qué ha perdido credibilidad ante nuestros contemporáneos, que solo ven los escándalos causados por algunos hijos suyos? 

Por la misma razón que la belleza de Jesucristo permanece escondida para muchos, por el misterio de la encarnación, porque la Iglesia toma cuerpo y se hace presente en los cristianos, que la afeamos con nuestras faltas. La Iglesia tendría una mancha menos si yo tuviera un pecado menos.

El Beato Francisco Palau tiene claro que la Iglesia no procede de la tierra, sino del cielo; no es el resultado de un proyecto humano, sino divino. 

Afirmar el origen divino de la Iglesia no equivale a canonizar cada una de las instituciones y formas de organizarse que, obviamente, se han desarrollado a lo largo de la historia. Por eso, distingue entre el proyecto eterno de Dios y su realización a lo largo de los siglos. 

Pero él no se detiene a describir los procesos históricos, que son solo sombra imperfecta de una realidad futura, luminosa y perfecta. Prefiere detenerse en su origen (el proyecto de Dios) y en su futuro final (su realización plena).

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