miércoles, 2 de noviembre de 2022

Laudes por los difuntos


Ayer celebramos con gozo la fiesta de todos los santos y hoy hacemos conmemoración de todos los difuntos. La misma caridad fraterna que ayer nos unía a cuantos ya gozan de la presencia de Dios en el cielo, hoy nos une a aquellos hermanos nuestros que, salidos de este mundo, esperan todavía la visión gloriosa. Pedimos al Señor que les conceda el descanso eterno y brille para ellos la luz perpetua.

- Señor, ábreme los labios.
- Y mi boca proclamará tu alabanza.

INVITATORIO

Antífona: Venid, adoremos al Señor, rey de los que viven.

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con vítores.

- Venid, adoremos al Señor, rey de los que viven.

Sabed que el Señor es Dios,
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.

- Venid, adoremos al Señor, rey de los que viven.

Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre.

- Venid, adoremos al Señor, rey de los que viven.

El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.

- Venid, adoremos al Señor, rey de los que viven.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, 
por los siglos de los siglos. Amén.

- Venid, adoremos al Señor, rey de los que viven.

HIMNO

Tú nos dijiste que la muerte no es el final del camino,
Que, aunque morimos, no somos carne de un ciego destino.
Tú nos hiciste, tuyos somos, nuestro destino es vivir,
siendo felices contigo, sin padecer ni morir.

Cuando la pena nos alcanza por un hermano perdido,
cuando el adiós dolorido busca en la fe su esperanza,
en tu palabra confiamos, con la certeza que tú
ya le has devuelto a la vida, ya le has llevado a la luz.

Cuando, Señor, resucitaste, todos vencimos contigo,
nos regalaste la vida, como en Betania al amigo.
Si caminamos a tu lado, no va a faltarnos tu amor,
porque, muriendo, vivimos vida más clara y mejor. Amén.

SALMODIA

Antífona 1: Se alegrarán en el Señor los huesos quebrantados.

(Salmo 50)

Misericordia, Dios mío, por tu bondad, 
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito, 
limpia mi pecado.

Pues yo reconozco mi culpa, 
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti solo pequé, 
cometí la maldad que aborreces.

En la sentencia tendrás razón, 
en el juicio resultarás inocente.
Mira, en la culpa nací, 
pecador me concibió mi madre.

Te gusta un corazón sincero, 
y en mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.

Hazme oír el gozo y la alegría, 
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista, 
borra en mí toda culpa.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro, 
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro, 
no me quites tu santo espíritu.

Devuélveme la alegría de tu salvación, 
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos, 
los pecadores volverán a ti.

Líbrame de la sangre, oh Dios, Dios salvador mío, 
y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios 
y mi boca proclamará tu alabanza.

Los sacrificios no te satisfacen: 
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias.

Señor, por tu bondad, favorece a Sión, 
reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales, 
ofrendas y holocaustos,
sobre tu altar se inmolarán novillos.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, 
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Se alegrarán en el Señor los huesos quebrantados.

Antífona 2: Líbrame, Señor, de las puertas del abismo.

(Is 38,10-14;17-20)

Yo pensé: «En medio de mis días
tengo que marchar hacia las puertas del abismo;
me privan del resto de mis años.»

Yo pensé: «Ya no veré más al Señor
en la tierra de los vivos,
ya no miraré a los hombres
entre los habitantes del mundo.

Levantan y enrollan mi vida
como una tienda de pastores.
Como un tejedor, devanaba yo mi vida,
y me cortan la trama.»

Día y noche me estás acabando,
sollozo hasta el amanecer.
Me quiebras los huesos como un león,
día y noche me estás acabando.

Estoy piando como una golondrina,
gimo como una paloma.
Mis ojos mirando al cielo se consumen:
¡Señor, que me oprimen, sal fiador por mí!

Me has curado, me has hecho revivir,
la amargura se me volvió paz
cuando detuviste mi alma ante la tumba vacía
y volviste la espalda a todos mis pecados.

El abismo no te da gracias,
ni la muerte te alaba,
ni esperan en tu fidelidad
los que bajan a la fosa.

Los vivos, los vivos son quienes te alaban:
como yo ahora.
El padre enseña a sus hijos tu fidelidad.

Sálvame, Señor, y tocaremos nuestras arpas
todos nuestros días en la casa del Señor.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Líbrame, Señor, de las puertas del abismo.

Antífona 3: Alabaré al Señor mientras viva.

(Sal 145)

Alaba, alma mía, al Señor:
alabaré al Señor mientras viva,
tañeré para mi Dios mientras exista.

No confiéis en los príncipes,
seres de polvo que no pueden salvar;
exhalan el espíritu y vuelven al polvo,
ese día perecen sus planes.

Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob,
el que espera en el Señor, su Dios,
que hizo el cielo y la tierra,
el mar y cuanto hay en él;

que mantiene su fidelidad perpetuamente,
que hace justicia a los oprimidos,
que da pan a los hambrientos.

El Señor liberta a los cautivos,
el Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos.

El Señor guarda a los peregrinos,
sustenta al huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.

El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sión, de edad en edad.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Alabaré al Señor mientras viva.

LECTURA (1Tes 4,14)

Creemos que Jesús ha muerto y resucitado; del mismo modo, a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con él.

RESPONSORIO

— Te ensalzaré, Señor, porque me has librado. 
— Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.

— Cambiaste mi luto en danza. 
— Me has librado.

— Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 
— Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.

BENEDICTUS

Antífona: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí no morirá para siempre.

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia 
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días. 

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, 
como era en el principio, ahora y siempre, 
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí no morirá para siempre.

PRECES

Oremos a Dios Padre todopoderoso, que ha resucitado a Jesucristo de entre los muertos y vivificará también nuestros cuerpos mortales, y digámosle:
Señor, danos la vida en Cristo.

Padre santo, ya que por el bautismo hemos sido sepultados con Cristo en la muerte y con él hemos resucitado,
— haz que de tal forma andemos en vida nueva, que aún después de nuestra muerte vivamos para siempre con Cristo.

Pastor providente, que nos has dado el pan vivo bajado del cielo, para que lo comamos santamente,
— haz que, al comerlo, tengamos vida eterna y resucitemos en el último día.

Oh Señor, que enviaste un ángel para que confortara a tu Hijo en la agonía de Getsemaní,
— Consuela a los que lloran la pérdida de sus seres queridos con la dulzura de tu esperanza.

Tú que, al dar la vista al ciego de nacimiento, hiciste que pudiera mirarte,
— descubre tu rostro a los difuntos que todavía carecen de tu resplandor.

Dios y Señor de vivos y de muertos, que resucitaste a Cristo del sepulcro,
— resucita también a los difuntos, y a nosotros danos un lugar junto a ellos en tu gloria.

Concluyamos nuestra oración con las palabras de Jesús, nuestro maestro: 
— Padre nuestro…

ORACIÓN

Oh Dios, que quieres la salvación de los hombres, por intercesión de santa María, la Virgen, y de todos los santos, concede el perdón de sus pecados y la eterna alegría en el cielo a nuestros familiares, amigos y bienhechores que han salido ya de este mundo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna. Amén.

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