Estoy escribiendo un libro sobre la vida y las enseñanzas de san Juan de la Cruz. De allí tomo está página sobre su espiritualidad, a la que caracterizan dos palabras: la libertad y la alegría. La pintura es del artista Santiago Osácar, buen pintor, buen escultor y mejor persona.
Aunque las biografías barrocas lo presentaron como modelo de vida rigurosa y penitente, sus contemporáneos testimonian que eso no es correcto del todo, porque vivía su relación con Dios y con los hermanos con gran libertad y con gran suavidad, de una manera distinta a la mayoría, lo que suscitaba la admiración de muchos y también los recelos de algunos:
"Estábamos contentos y alegrísimos con las amonestaciones y pláticas que nos hacía, que eran tan gustosas, que parece que nos sustentaba más el cuerpo y el alma que otros manjares regalados. […] Nos sacaba muchas veces al campo; y allí nos decía [que] con aquellas hierbecillas, y como ellas, alabásemos a nuestro Señor. Y, cantando salmos, se apartaba de nosotros con un rostro encendido, que parecía le salía fuego de él" (Testimonio de Juan de santa Ana).
"Era muy amado de sus súbditos, más que ningún prelado que yo he conocido en treinta y dos años que hace que tengo el hábito. […] No solo no cansaba, sino que jamás nos quisiéramos apartar de él ni que cesara de hablar" (Testimonio de Juan de santa Ana).
"Procuraba toda la gente virtuosa tratarle y comunicarle. Las monjas particularmente dieron en comunicarse con él más que con ningún otro. Y como ellas le estimaban tanto y le trataban, como había otros no tan perfectos como él, que andaban muy embarazados con algunas, y los iban dejando y acudían al padre fray Juan de la Cruz, de aquí nacieron muchas envidias y murmuraban que trataba mucho con las monjas" (Testimonio de Gregorio de san Ángel).
En sus escritos invita a superar todas las estrecheces y a vivir una experiencia de «primavera en libertad y anchura y alegría del espíritu» (C 39,8), afirmando que en la vida plena, a la que todos estamos llamados, «siempre el alma anda interior y exteriormente como de fiesta, y trae con gran frecuencia en el paladar de su espíritu un júbilo de Dios grande, como un cantar nuevo, siempre nuevo, envuelto en alegría y amor en conocimiento de su feliz estado, con gozo y fruición» (L 2,36). Sus continuas referencias a los bosques, valles, flores, bálsamos, perfumes, mostos, músicas… hablan de una espiritualidad positiva y gozosa, como subraya un estudioso del santo:
"La de Juan de la Cruz es, ante todo, la mística de la fiesta, la espiritualidad de la alegría. El viaje interior que nos propone san Juan (especialmente esto se percibe en su poesía), no tiene nunca como centro una espiritualidad del dolor, del sacrificio o de la renuncia (aunque todo esto sea parte del viaje de la vida). Porque ser feliz y dar felicidad a los demás será siempre más relevante y tendrá efectos más positivos que el mero viaje interior de purificaciones sin fin y de renuncias sin cuento. […] Dicho gozo y alegría se sustentan en la pura positividad de una Presencia amiga, interior y envolvente: “Es cosa de gran contentamiento y alegría para ti ver que todo tu bien y esperanza están tan cerca de ti, que esté en ti, o por mejor decir, tú no puedas estar sin él” (C 1,7). Así comienza Cántico. Así comienza la aventura de creer" (J. A. Marcos).
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