domingo, 29 de marzo de 2020

Enfrentemos con paz las contrariedades de la vida


La situación que se está creando a causa de la pandemia es nueva para todos nosotros, por lo que no podemos controlar las reacciones ni sabemos cómo acabará. Es verdad que ha habido pandemias similares en otros tiempos, pero nos quedan muy lejanas.

Lo cierto es que nos terminará afectando a todos, porque enferman personas a las que amamos y porque los resultados económicos y sociales aún no se han manifestado del todo, pero pueden crear situaciones muy difíciles para la mayoría de la población.

El papa, en la oración del viernes 27, afirmó: "Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades. [...] Nos encontramos asustados y perdidos".

Más adelante, denunció: "La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades".

San Juan de la Cruz dice que solo Dios es capaz de sacar bienes incluso de los males. Esta situación de inseguridad y temor debería despertar en nosotros las ansias de acudir de todo corazón al único que puede salvar los cuerpos y las almas. 

Así nos lo recordó el papa: "El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas".

San Juan de la Cruz y santa Teresa de Jesús enseñan que solo podemos entrar en la vida mística cuando aprendemos a aceptar con paz las contrariedades de la vida, las que no habíamos programado ni imaginado.

Las dificultades no hay que buscarlas. Llegan por sí mismas. Algunas las podemos enfrentar para eliminarlas, pero otras permanecen, aunque no queramos. 

Según san Juan de la Cruz, esas dificultades no buscadas (y que nos causan un sufrimiento real) son las que nos pueden introducir en la "noche pasiva del sentido" (a la que dedica el primer libro de la Noche oscura). 

Asumirlas con la disposición correcta significa no absolutizarlas (no permitir que ocupen todo nuestro tiempo y todas nuestras fuerzas). Solo entonces podemos aprender de los errores propios y ajenos, enfrentándolos con realismo. 

Si tenemos la actitud correcta, se nos abre la entrada al desposorio espiritual, que es el inicio de la vida mística. En caso contrario, las dificultades bloquean el proceso de crecimiento e incluso incapacitan para llevar una vida normal.

La propuesta del santo carmelita es una audaz reformulación del espíritu evangélico de las bienaventuranzas: «Bienaventurados los que lloran, los que tienen hambre, los que sufren persecución…» 

Aunque se habla de pobreza, hambre y persecución, lo esencial no son estas palabras, sino la que viene delante y las que vienen detrás. 

En medio de esas circunstancias negativas podemos seguir considerándonos «bienaventurados», «felices», «dichosos», porque Dios nunca nos abandona, porque somos sus hijos y herederos de su reino. 

Si nunca olvidamos la meta de nuestro caminar, podremos enfrentar positivamente todo lo que se nos presente en el camino, tanto lo bueno como lo malo.

Oremos: Padre, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, fortaleza para cambiar lo que soy capaz de cambiar y sabiduría para entender la diferencia.

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