jueves, 12 de diciembre de 2019
Una mirada sobre la fe en América Latina
Desde 1992 he viajado al menos una vez cada año a distintos países de América para dar cursos, predicar misiones, retiros y todo tipo de encuentros. He tenido ocasión de hacerlo en varios países del norte, centro y sur del continente, acercándome a su fascinante variedad de gentes, paisajes y climas.
No debemos generalizar, porque es muy distinta la vida y la mentalidad de los que viven en las selvas amazónicas y de los que viven en los páramos de los Andes. De hecho, desplazándonos unos pocos kilómetros, podemos pasar de 40 grados centígrados a 2 o 3 bajo cero. Esto me ha pasado a mí en varias ocasiones. Como es natural, cambian los edificios, la manera de alimentarse y relacionarse de un sitio a otro. También la manera de expresar la fe.
De todas formas, en todos los sitios he encontrado algunos elementos culturales comunes, entre los que destacan el mismo idioma, con el que podemos comunicarnos más de cuatrocientos millones de personas, y la religión católica, que sigue siendo mayoritaria entre la población, aunque cada vez son más fuertes otras denominaciones cristianas, así como tradiciones religiosas de distinta proveniencia.
El encuentro de los españoles, llegados al continente desde finales del siglo XV, con los indígenas originarios, primero, y con gente proveniente de África y de otros lugares, después, produjo un crisol de culturas y una sociedad mestiza fascinante, en la que conviven (a veces armónicamente, otras con tensiones) personas de todas las razas y condiciones. Esto se ve claramente en las ricas manifestaciones artísticas y religiosas que, de alguna manera, caracterizan todo el continente americano.
Panamá es un perfecto espejo de la realidad americana. Al encontrarse en el centro del continente y ser un importantísimo centro estratégico para el comercio mundial, tiene una sociedad compuesta por descendientes de indígenas, europeos, africanos y asiáticos. En mis varios viajes al país he tenido el gozo de comprobar que los panameños (independientemente del origen de sus ancestros) conviven armónicamente con emigrantes árabes, judíos, estadounidenses y chinos. Por supuesto que en algunos momentos hay tensiones, pero en la última Jornada Mundial de la Juventud, por ejemplo, muchachos católicos provenientes de varios países fueron acogidos en una mezquita y en una sinagoga, que demostraron que es posible la convivencia y el respeto, a pesar de la diversidad cultural y religiosa.
En estos años he tenido ocasión de visitar (y en varios casos de predicar también allí) los santuarios marianos de la Virgen de los Ángeles (Costa Rica), Altagracia (República Dominicana), la Providencia (Puerto Rico), Coromoto (Venezuela)… que son el corazón de los católicos de esos países. Pero es el de Guadalupe (México), el que mejor define al catolicismo y a la sociedad hispanoamericana. Muchos hermanos nuestros de aquellas tierras pueden verse reflejados en el bello rostro mestizo de nuestra señora de Guadalupe, estampado en la tilma del indígena san Juan Diego.
La tilma es como un manto tejido de cactus de poca calidad, que se deteriora en menos de 20 años. La trama es tan burda y sencilla, que se puede ver claramente la luz a través de ella. La de Juan Diego se conserva perfecta casi 500 años después y aún desafía toda explicación científica sobre su origen. ¡Incluso refleja en las retinas de sus ojos lo que tenía frente a ella en 1531!
El rostro de la Virgen María es el de una joven mestiza; una anticipación, pues en aquel momento todavía no había mestizos de esa edad en México. María asume así el dolor de miles de niños, los primeros de una nueva raza, rechazados entonces tanto por los indios como por los conquistadores. La Virgen sigue siendo solidaria y haciéndose hermana y madre de todos los que sufren, especialmente de los más débiles e indefensos.
Cuando la Virgen de Guadalupe se apareció a san Juan Diego le invitó a no tener miedo y le dijo: «¿No estoy yo aquí que soy tu madre?, ¿no estás bajo mi sombra y resguardo?, ¿no soy yo la fuente de tu alegría?, ¿no estás en el hueco de mi manto?» Esta certeza sigue manteniendo la vida de muchos hermanos nuestros, que manifiestan su cariño a la Virgen peregrinando a sus santuarios y participando con sus cantos y bailes en los numerosos actos de culto que se realizan en ellos.
En estos veintisiete años he gozado enormemente predicando y celebrando la fe con numerosas comunidades cristianas americanas. La fortaleza de muchos creyentes, su solidaridad con los más desfavorecidos, sus alegres cantos… han sido un estímulo para mi propia vida de fe. Cada año regreso con ilusión renovada para compartir con ellos lo poco que yo puedo ofrecerles y para enriquecerme con lo que recibo de ellos.
Los actos de culto y formación siguen siendo muy concurridos (excepto en los pueblos de Cuba y en algunos lugares más), con abundante presencia de niños y de jóvenes. Pero también es verdad que se puede observar que la asistencia de jóvenes disminuye de año en año, así como las vocaciones para la vida religiosa y sacerdotal, aunque siguen siendo más numerosas que en Europa y Estados Unidos.
En la mayoría de los conventos de carmelitas descalzos se ofrecen conferencias y cursos de formación cristiana. La provincia de Centro América, por ejemplo, tiene sedes de la «Escuela teresiana de promoción espiritual, ESTEPRE» en todos los países de la zona. Allí se ofrecen cursos de formación bíblica y espiritual en un programa de tres años de estudios.
Por desgracia, en muchos otros sitios solo se ofrecen los sacramentos, por lo que hay muchos creyentes sinceros que no tienen formación y son confundidos por los numerosos grupos seudorreligiosos y sectas, que se multiplican por todos los sitios. Incluso proliferan los grupos laicistas, que atacan con fuerza a la Iglesia, aprovechándose de la debilidad que nos han provocado los numerosos escándalos que se han sucedido en los últimos años.
La formación humana y espiritual es fundamental para todos los cristianos, si queremos crecer en la intimidad con Cristo y dar razón de nuestra esperanza a todo el que nos pida cuentas (cf. 1Pe 3,15). Este es el principal reto de la Iglesia en América Latina: ofrecer una formación seria, actual e inculturada, para que todos los creyentes puedan conocer mejor su fe, de manera que puedan vivirla gozosa y pacíficamente en una sociedad cambiante.
Escribí este artículo para la revista misionera "La Obra Máxima", a petición de su director.
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