miércoles, 11 de septiembre de 2019

Los místicos y la «resiliencia»


Santa Teresa de Jesús (de Ávila), san Juan de la Cruz y santa Teresita del Niño Jesús (de Lisieux) tuvieron muchas dificultades y sufrieron incomprensiones de todo tipo. A pesar de todo, nunca perdieron el buen humor y enfrentaron con paz y serenidad todas las contradicciones, superándolas.

Las dificultades no hay que buscarlas, ya que llegan por sí mismas. Algunas las podemos enfrentar para eliminarlas, pero otras permanecen, aunque no queramos. Si las enfrentamos con la actitud correcta, podemos crecer y madurar. En palabras de santa Teresa de Jesús y de san Juan de la Cruz: se nos abre la puerta para poder entrar en la vida mística. En caso contrario, las dificultades bloquean el proceso de crecimiento e incluso incapacitan para llevar una vida normal.

A esta actitud de acogida pacífica de las contrariedades de la vida para superar los traumas y aprender de todo, «haciendo de la necesidad, virtud» (en palabras de santa Teresa), hoy se la llama «resiliencia», que es «la capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas».

Santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz no usan esa terminología, pero ambos decían que, para vencer un vicio, no hay que estar todo el día dando vueltas a cómo conseguirlo, sino ocuparse en practicar la virtud contraria, «para vencer ese amor con otro amor mayor y mejor» (cfr. 1S 14,2). 

Ambos recomiendan la misma actitud para vencer las dificultades y contradicciones: no permitir que nos ahoguen, sino ocupar el pensamiento y las energías en potenciar las actitudes contrarias, para poder superarlas. Esto es la «resiliencia»: la capacidad para adaptarse y superar la adversidad no deteniéndonos en lo negativo de la vida, sino potenciando lo positivo.

En este camino es esencial «dejar nuestra razón y temores en sus manos [del Señor]» (cfr. 3M 2,8), «dejarnos a nosotras mismas» (cfr. 3M 2,9) o, por decirlo con san Juan de la Cruz, «salir de nosotros mismos». Esto significa «des-centrarnos», comprender que no somos el centro del universo, ni siquiera autosuficientes, ya que nunca nos bastamos a nosotros mismos, sino que necesitamos de los demás y –sobre todo– de Dios. Así lo expresa san Juan de la Cruz: «Salí de mí misma, esto es, de mi bajo modo de entender, y de mi flaca suerte de amar, y de mi pobre y escasa manera de gustar de Dios» (2N 4,1).

Para los místicos, la vida verdaderamente humana es «éxtasis», que literalmente significa «salir de sí». Pero no entendiéndolo como una experiencia momentánea, sino como un camino que dura toda la vida, poniendo en práctica una enseñanza fundamental del evangelio: «El que pretenda guardar su vida, la perderá; y el que la pierda, la ganará» (Lc 17,33 y paralelos). 

Esto consiste en no ser egoísta, sino generoso; en no pensar solo en mis cosas, en mi comodidad, sino en buscar el bien del otro, hasta dar la vida. Esto significa «salir de sí mismo»: no buscarme a mí mismo, pensar en los demás, darme por amor.

En este punto, la doctrina de santa Teresa de Lisieux coincide con la de sus santos Padres. Ella vivió su «conversión» a los catorce años, cuando recibió «la gracia de Navidad», que le permitió pasar de la infancia a la madurez humana y espiritual. Santa Teresita explica que esa gracia consistió en que comprendió que la caridad consiste en salir de sí misma, en olvidarse de sus cosas para amar a los demás sin esperar nada a cambio: «El 25 de diciembre de 1886 recibí la gracia de salir de la niñez. Sentí la necesidad de olvidarme de mí misma para dar gusto a los demás, ¡y desde entonces fui feliz!» (Manuscrito a, 45rº).

Aunque el lenguaje sea distinto, las ideas de santa Teresa de Ávila en las terceras moradas, son las que propone Karl Paul Reinhold Niebuhr en su conocida «Oración por la serenidad», que dice así: «Padre, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, fortaleza para cambiar lo que soy capaz de cambiar y sabiduría para entender la diferencia. Viviendo día a día; disfrutando de cada momento; sobrellevando las privaciones como un camino hacia la paz; aceptando este mundo impuro tal cual es y no como yo creo que debería ser, tal y como hizo Jesús en la tierra, confiando en que tú obrarás siempre el bien; así, entregándome a tu voluntad, podré ser razonablemente feliz en esta vida y alcanzar la felicidad suprema a tu lado en la próxima. Amén».

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