domingo, 5 de julio de 2020

Mes de la Virgen del Carmen: historia y espiritualidad


Ya estamos en el mes de la Virgen del Carmen. El día 7 comienza la novena de preparación para su fiesta, que se celebra el 16. Ella es la "madre, reina y hermosura del Carmelo" y durante todo el mes tendremos distintas actividades religiosas y populares en su honor en todos los conventos carmelitanos.

Los años pasados he dedicado numerosas entradas en este blog a hablar de la historia de esta devoción, a recoger fotografías de cuadros y esculturas antiguas y modernas, a proponer cantos y poemas... A continuación les recuerdo algunas ideas sobre los orígenes y la espiritualidad de la Orden, que ya les he comentado otras veces:

María, madre, reina y hermosura del Carmelo

Los primeros carmelitas se consagraban a vivir «en obsequio de Jesucristo», tal como dice la Regla de san Alberto. Sus modelos eran el profeta Elías y la Virgen María. De hecho, desde finales del s. XII, todos los documentos que hablan de los ermitaños latinos del Carmelo afirman que se reunían en una capilla situada en medio de las celdas y dedicada a la Virgen María, venerada como la «Señora del lugar» e invocada como «Mater et decor Carmeli» (‘Madre y hermosura del Carmelo’). 

En el contexto feudal, los vasallos ofrecían obediencia al señor al que pertenecían las tierras en las que vivían, lo que significaba que tenían que hacerle algunos servicios y entregarle impuestos a cambio de su protección en los momentos de peligro. Los primeros carmelitas no se sentían vasallos de ningún señor feudal. Para ellos, Jesús y María eran los propietarios de las tierras del Carmelo, donde habitaban, por lo que solo a ellos ofrecían su obediencia y solo de ellos esperaban ayuda y protección.

Hermanos de María

La intimidad de vida con María era tan fuerte que se dieron a sí mismos el nombre de «Hermanos de la bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo». Como ella, querían «meditar todas las cosas referentes a Jesús, conservándolas en su corazón», para cumplir lo que manda la Regla: «Mediten día y noche en la Palabra de Dios a no ser que estén ocupados en otras legítimas actividades». A ella la tenían por modelo de vida en la oración constante y en el servicio de Cristo, por lo que la consideraban hermana mayor o priora (no olvidemos que el prior es el «primus inter pares», es decir el ‘primero entre iguales’). 

Este título les causó serios problemas cuando se trasladaron a Europa durante el siglo XIII. En aquella sociedad feudal admitían que unos religiosos se consagraran a ser «oblatos», «siervos» o «esclavos» de la Virgen. Pero les parecía una falta de respeto que quisieran ser considerados sus «hermanos» y que pretendieran una intimidad con ella que a muchos les parecía irreverente. En la época, todos alababan los privilegios de la Madre de Dios, pero pocos consideraban su vida real y se atrevían a proponerla como modelo de fe. Por eso les insistieron en que cambiaran el nombre de la Orden.

Además, el concilio IV de Letrán había prohibido en 1215 la creación de nuevas Órdenes religiosas. Numerosos obispos no aceptaban la presencia de los carmelitas en sus diócesis, alegando que pertenecían a una Orden nueva y desconocida. De nada servía que los carmelitas les recordaran sus orígenes en el Monte Carmelo y que su Regla había sido promulgada por el patriarca de Jerusalén. 

A pesar de que los sucesivos papas escribieron varias cartas de recomendación para los carmelitas, las persecuciones se sucedían, llegando en algunos casos a la prohibición de celebrar el culto público en sus iglesias y al desmantelamiento de sus pobres conventos. Muchos amigos de la Orden les sugerían que buscaran el patrocinio de algún señor feudal poderoso, al que ofrecieran su obediencia a cambio de protección, según las costumbres de la época; pero ellos se negaron, afirmando siempre que la única Señora a la que servían y que había de defenderlos era la Virgen María. Ella era la Señora del Carmelo y sus hermanos e hijos confiaban en su auxilio.

El escapulario

Por entonces, la gente normal disponía de poca ropa. Normalmente solo tenía una túnica, que se protegía con una especie de bata o gran delantal durante los trabajos. A esta prenda protectora se llamaba «escapulario», porque caía desde las «escápulas» (los hombros) cubriendo el pecho y las espaldas. Los siervos de cada señor feudal llevaban estos escapularios de un determinado color y tamaño, con lo que se podían distinguir en las guerras, a la hora de pagar peajes por atravesar las tierras del señor o participar en el mercado, etc. 

Como los carmelitas se negaron a tener ningún señor que les protegiera en la tierra, adoptaron el hábito y el escapulario de color pardo, de la lana de oveja sin teñir, que es el que llevaban los pobres y desheredados. Mientras tanto, seguían confiando en el auxilio de María.

Cuenta la tradición que un general de la Orden, de origen inglés y de nombre Simón Stock, rezaba cada día a la Virgen para que acabaran las persecuciones con la siguiente oración: «Flos Carmeli, Vitis Florigera, Splendor coeli, Virgo puerpera, Singularis,  Mater mitis, Sed viri nescia, Carmelitis sto Propitia, Stella maris». Que traducido al español dice: «Flor del Carmelo, Viña florida, Esplendor del cielo, Virgen singular. ¡Oh, Madre amable! Mujer sin mancilla, muéstrate propicia con los carmelitas, Estrella del mar».

Respondiendo a su oración, en 1251 la Virgen María vino a su encuentro con el escapulario marrón en sus manos, el mismo que los religiosos habían escogido, porque no querían señores feudales que les protegieran, ya que sabían que la Virgen era su Señora. Y la Virgen le dijo: «Este escapulario es el signo de mi protección». La verdad es que, a partir de entonces, fueron cesando las persecuciones y el escapulario se convirtió en signo de consagración a María y de su protección continua.

En torno al escapulario se multiplicaron las tradiciones. La más importante es la de «la bula sabatina», que parte de un sueño del papa Juan XXII, al que la Virgen del Carmen dijo que ella personalmente sacaría del purgatorio el sábado siguiente a su muerte a quienes fallezcan con el escapulario. 

Estas tradiciones se generalizaron siglos después de las fechas en las que habrían sucedido los acontecimientos, que permanecen envueltos en la niebla, pero gozaron de una popularidad cada vez mayor y fueron asumidas por varios papas e historiadores, sobre todo desde principios del s. XVII, en que la fiesta de la Virgen del Carmen se convirtió en la principal de la Orden. 

Con el tiempo se fundaron numerosas «cofradías de ánimas», que ofrecían misas por las almas del purgatorio en altares de la Virgen del Carmen. Muchos cuadros y relieves la representan con las almas del purgatorio a sus pies y con ángeles que sacan de las llamas a quienes están revestidos del escapulario. La archicofradía del Carmen llegó a ser la más extendida de toda la cristiandad, con sede en iglesias de todo el mundo. Hasta no hace mucho se necesitaba un permiso escrito del general de la Orden para que un sacerdote pudiera imponer el escapulario agregando, así, a los fieles a dicha archicofradía, que los papas enriquecieron con numerosas indulgencias.

La Orden de María

La identificación entre los frailes carmelitas y la Virgen María, venerada como Madre y Hermosura del Carmelo, fue tan grande, que empezaron a ser conocidos como «la Orden de María» y se hizo común la afirmación: «Totus Marianus est Carmelus» («el Carmelo es todo de María»). Los carmelitas insistían en que su Orden había sido fundada por el profeta Elías en honor de la Virgen María, en que ellos habían construido el primer templo de la historia en su honor y en que ella les había dado numerosas pruebas de su predilección a lo largo de los siglos.

Lo que está claro es que en el s. XIV, mientras los papas residían en Aviñón, el día de la Inmaculada Concepción (ocho de diciembre) los miembros de la curia pontificia participaban en la misa y se quedaban a comer con los carmelitas, como hacían el día de san Benito con los benedictinos, el día de san Francisco con los franciscanos y el día de santo Domingo con los dominicos. Después del regreso de los papas a Roma se conservó la costumbre, visto que los capítulos generales del siglo XV imponían una tasa a todas las provincias para sufragar los gastos de dicha fiesta, a la que se procuraba invitar los mejores predicadores. Se conservan los nombres y los sermones de algunos de ellos.

Influida por esta mentalidad, santa María Magdalena de Pazzi tuvo una visión en 1584, en la que distinguía a los miembros de distintas Órdenes que iban por varios caminos al jardín del paraíso. Al llegar, cada grupo de religiosos se colocaba junto a un árbol y una fuente y se alimentaba de sus frutos y bebía de sus aguas. Ella explica que las fuentes representaban los méritos de sus respectivas Órdenes y los árboles a sus fundadores: san Agustín, santo Domingo, etc. El camino de los y las carmelitas no terminaba junto a ningún árbol, sino que conducía directamente a la Virgen María, la señora del jardín, que los alimentaba con el fruto de su vientre, su hijo Jesús y les daba a beber del agua de la gracia.

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