jueves, 20 de mayo de 2021

La «ruah» en la Biblia (el espíritu)


La palabra hebrea «ruah» significa originalmente ‘soplo’, ‘aliento’, ‘aire’, ‘viento’ y posteriormente también ‘alma’. Tiene un profundo sentido dinámico. En hebreo es de género femenino, por lo que su relación con la vida, con la generación, es muy fuerte. 

La palabra «ruah» se utiliza 389 veces en el Antiguo Testamento (277 su traducción griega «pneuma» en los LXX), con tres significados claramente diferentes, según el contexto:

1- Simplemente el ‘viento’, el soplo del aire; a veces suave (brisa): «el viento acaricia mi rostro» (Job 4,15) y a veces fuerte (huracán): «Yavé hizo soplar durante toda la noche un fuerte viento del este, que secó el mar y dividió las aguas» (Éx 14,21). Es Dios quien lo «hace soplar» (Éx 10,13), lo «envía» (Núm 11,31), lo «saca de sus depósitos» (Jer 10,13), lo «suscita» (Sal 107,25)...

2- La ‘respiración’, entendida como la fuerza vida que hay en el hombre: «el Señor formó el espíritu en lo íntimo del hombre» (Zac 12,2), y como la sede del conocimiento y de los sentimiento: «su espíritu estaba conturbado» (1Sam 1,15), o el alma: «desconoció al que le modeló, al que le inspiró el alma» (Sab 15,11). También aquí Dios es su origen: «Él tiene en su mano el alma de todo ser viviente y el soplo de toda carne de hombre» (Job 12,10); «vuelva el polvo a la tierra, a lo que era, y el Espíritu vuelva a Dios, que es quien lo dio» (Ecl 12,7).

3- La ‘fuerza de vida de Dios’, por la que él obra y hace obrar: «Si retiras tu Espíritu, expiran y vuelven al polvo; si envías tu Espíritu son creados y renuevas la faz de la tierra» (Sal 104,29-30). Es el principio por el que Dios crea y entra en relación con sus criaturas y con el hombre, la energía con la que Dios actúa en las personas y en la historia para realizar su proyecto de salvación.

El paso de usar la palabra «ruah» para designar el aire y el aliento, a designar también el alma, la vida, es natural. La respiración distingue a un hombre vivo de un cadáver. Si hay aliento, hay vida, mientras que los muertos no respiran.

Lo original en el Antiguo Testamento es la insistencia en que el «soplo», el «espíritu» del hombre, y el «Soplo», el «Espíritu» de Dios, no son dos realidades distintas, sino un único elemento vivificador, que Dios concede al hombre.

Sin el Espíritu, los seres son solo carne, impotencia, con el Espíritu tienen la posibilidad de vivir la vida de Dios, de actuar como él: «Infundiré mi Espíritu en vosotros para que os conduzcáis según mis preceptos y observéis mis normas» (Ez 36,27. Ver también Ez 11,19; Sal 51,12; Is 32,15; Zac 12,10; etc.).

Para los griegos, «espíritu» se opone a «materia», a «cuerpo» (espíritu se identifica con «fantasma», con la existencia inmaterial en el mundo de las ideas).

En la Biblia no es así; la «ruah» es la fuerza, el principio de acción. No se opone al «cuerpo», sino a la «carne», a la realidad terrestre del hombre, caracterizada por la debilidad y por su carácter perecedero: «El egipcio es un hombre y no un Dios, y sus caballos son carne y no espíritu» (Is 31,3). La sanción del diluvio es la consecuencia de que los hombres quieren vivir solo de su principio terrestre: «No permanecerá para siempre mi espíritu en el hombre, puesto que él es pura carne» (Gén 6,3).

Es importante ver qué hace el Espíritu en la Biblia: «invade» (Núm 24,2), «llena» (Dt 34,9), «se apodera de» (Jue 6,34), «empuja» (Jue 13,25), «irrumpe sobre» (Jue 14,6.19), «se aparta de» y «se adueña de» (1Sam 16,14ss), «lleva lejos» (1Re 18,12), «arroja» (2Re 2,16), «se derrama» desde arriba (Is 32,15), «entra en» (Ez 2,2), «levanta y arrebata» (Ez 3,14), «conduce» (Ez 8,3), «cae sobre» (Ez 11,5)...

Estos verbos no hacen referencia a algo, sino a Alguien que actúa, que no puede ser controlado por los hombres, que toma la iniciativa.

Este es el Espíritu de Dios: la energía vital y creadora que hay en Dios, la vida de Dios que se derrama sobre los seres humanos para que puedan entrar en relación con él y vivir una vida sobrehumana, divina, de comunión con Dios.

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