El recuerdo de las obras salvadoras que Dios ha realizado a favor de Israel debe llevar a los israelitas a seguir esperando en él y en la venida final de su mesías.
Hablando del contexto de su institución, recuerda que la cena pascual hebrea «era conmemoración del pasado pero, al mismo tiempo, también memoria profética, es decir, anuncio de una liberación futura […] más profunda, radical, universal y definitiva», que se ha realizado en la muerte y resurrección de Cristo, y en la que nosotros podemos participar en la celebración de cada eucaristía, que «contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir: Cristo mismo, nuestra Pascua» quien, en el banquete eucarístico, «nos da a pregustar el cumplimiento escatológico hacia el cual se encamina todo hombre y toda la creación».
De hecho, a las preguntas de los niños, el padre de la casa debe responder durante la cena:
«En cada generación, cada persona está obligada a verse a sí misma como si ella misma hubiese salido de Egipto, como está escrito: “Y le relatarás a tu hijo en ese día diciendo: Esto hizo Dios por mí, cuando salí de Egipto” (Ex 13,8). No a nuestros antepasados solamente liberó el Santo – bendito es él –, sino que también a nosotros nos liberó junto con ellos, como está escrito: “Y a nosotros nos sacó de allí, para llevarnos y darnos la tierra que prometió a nuestros antepasados” (Dt 6,23)».
Estos elementos (memoria de las obras pasadas de Dios y esperanza de su futura salvación) alcanzan una nueva dimensión en la eucaristía, que es verdadera actualización sacramental del misterio pascual de Cristo, como recuerda Benedicto XVI en su exhortación apostólica sobre la eucaristía:
«La misión para la que Jesús vino a nosotros llega a su cumplimiento en el misterio pascual […] En el misterio pascual se ha realizado verdaderamente nuestra liberación del mal y de la muerte […] Jesús es el verdadero cordero pascual que se ha ofrecido espontáneamente a sí mismo en sacrificio por nosotros, realizando así la nueva y eterna alianza. La Eucaristía contiene en sí esta novedad radical, que se nos propone de nuevo en cada celebración […] Con el mandato “Haced esto en conmemoración mía” (cf. Lc 22,19; 1Cor 11,25), nos pide corresponder a su don y representarlo sacramentalmente» (Sacramentum Caritatis, 9 y 11).
«En cada generación, cada persona está obligada a verse a sí misma como si ella misma hubiese salido de Egipto, como está escrito: “Y le relatarás a tu hijo en ese día diciendo: Esto hizo Dios por mí, cuando salí de Egipto” (Ex 13,8). No a nuestros antepasados solamente liberó el Santo – bendito es él –, sino que también a nosotros nos liberó junto con ellos, como está escrito: “Y a nosotros nos sacó de allí, para llevarnos y darnos la tierra que prometió a nuestros antepasados” (Dt 6,23)».
Estos elementos (memoria de las obras pasadas de Dios y esperanza de su futura salvación) alcanzan una nueva dimensión en la eucaristía, que es verdadera actualización sacramental del misterio pascual de Cristo, como recuerda Benedicto XVI en su exhortación apostólica sobre la eucaristía:
«La misión para la que Jesús vino a nosotros llega a su cumplimiento en el misterio pascual […] En el misterio pascual se ha realizado verdaderamente nuestra liberación del mal y de la muerte […] Jesús es el verdadero cordero pascual que se ha ofrecido espontáneamente a sí mismo en sacrificio por nosotros, realizando así la nueva y eterna alianza. La Eucaristía contiene en sí esta novedad radical, que se nos propone de nuevo en cada celebración […] Con el mandato “Haced esto en conmemoración mía” (cf. Lc 22,19; 1Cor 11,25), nos pide corresponder a su don y representarlo sacramentalmente» (Sacramentum Caritatis, 9 y 11).
Hablando del contexto de su institución, recuerda que la cena pascual hebrea «era conmemoración del pasado pero, al mismo tiempo, también memoria profética, es decir, anuncio de una liberación futura […] más profunda, radical, universal y definitiva», que se ha realizado en la muerte y resurrección de Cristo, y en la que nosotros podemos participar en la celebración de cada eucaristía, que «contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir: Cristo mismo, nuestra Pascua» quien, en el banquete eucarístico, «nos da a pregustar el cumplimiento escatológico hacia el cual se encamina todo hombre y toda la creación».
Tomado de mi libro "La fe celebrada. Historia, teología y espiritualidad del año litúrgico en los escritos de Benedicto XVI", Burgos 2012, pp. 265-266.
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