En Vèzelay (Francia), en el camino de Santiago, hay una abadía benedictina del siglo XII, con una bellísima iglesia románica dedicada a santa María Magdalena, que es patrimonio de la humanidad. El año 1146 san Bernardo predicó allí la segunda cruzada y el año 1146 Ricardo Corazón de León y el rey Felipe Augusto se encontraron allí para iniciar la tercera.
A 20 metros de altura hay un capitel singularísmo que representa por un lado el suicidio de Judas y por otro a Cristo, buen pastor y buen samaritano, que carga sobre sus espaldas a Judas muerto.
La representación de Judas, el traidor, colgado de un árbol y con la lengua fuera, es bastante común en el arte medieval y se conservan numerosos ejemplos.
La otra, Cristo cargando sobre sus hombros a Judas, es menos común en el arte occidental, aunque en el arte oriental a veces se le representa cargando sobre sus hombros a Adán, que representa a la oveja perdida o al hombre moribundo que fue apaleado por los brigantes en su camino de Jericó a Jerusalén.
Si se mira a Cristo desde la izquierda, tiene una mueca de tristeza. Si se le mira desde la derecha, está sonriendo. El autor no quiso afirmar ni la condenación ni la salvación de Judas, sino que sugirió las dos posibilidades, dejando al observador que saque sus propias conclusiones.
El papa Francisco tuvo una meditación sobre este capitel para los sacerdotes de la diócesis de Roma.
Al comentarlo, el papa citó una homilía que don Primo Mazzolari pronunció el Jueves Santo de 1958. Se trata de un hombre singularísimo, que se opuso al fascismo y al comunismo y escribió varios tratados e incluso fundó un periódico y un partido político para defender a los más pobres y soñaba con la unificación de Europa y hoy está en proceso de beatificación. La homilía que cita el papa Francisco dice:
«Pobre Judas. Yo no sé qué le habrá pasado en el alma. Es uno de los personajes más misteriosos que encontramos en la Pasión del Señor. Tampoco trataré de explicarlo, me conformo con pedirles un poco de piedad por nuestro pobre hermano Judas. No se avergüencen de asumir esta fraternidad. Yo no me avergüenzo, porque sé cuántas veces he traicionado al Señor; y creo que ninguno de ustedes debería avergonzarse de él. Y al llamarlo hermano, nosotros usamos el lenguaje del señor. Cuando recibió el beso de la traición, en el Getsemaní, el Señor le respondió con esas palabras que no debemos olvidar: ‘Amigo, ¿con un beso traicionas al Hijo del hombre?’».
«¡Amigo! Esta palabra nos indica la infinita ternura de la caridad del Señor, también nos hace comprender por qué yo en este momento lo he llamado hermano. Dijo en el Cenáculo, no les llamaré siervos, sino amigos. Los Apóstoles se convirtieron en los amigos del Señor: buenos o no, generosos o no, fieles o no, siempre serán los amigos. Nosotros podemos traicionar la amistad de Cristo, Cristo nunca nos traiciona, nunca traiciona a sus amigos; incluso cuando no lo merecemos, incluso cuando nos rebelamos contra Él, incluso cuando lo negamos, ante sus ojos y su corazón, nosotros seremos siempre amigos del Señor. Judas es un amigo del Señor incluso en el momento en el que, besándolo, consumaba la traición del Maestro».
Después de haber recordado el fin desesperado del apóstol, Mazzolari concluyó: «Perdónenme si esta tarde, que habría tenido que ser de intimidad, les he traído consideraciones tan dolorosas, pero yo quiero también a Judas, es mi hermano Judas. También rezaré por él esta tarde, porque yo no juzgo, yo no condeno; debería juzgarme a mí, debería condenarme a mí. Yo no puedo no pensar que es también para Judas la misericordia de Dios, este abrazo de caridad, esa palabra amigo, que le dijo el Señor mientras él lo besaba para traicionarlo; yo no puedo pensar que esta palabra no se haya abierto brecha en su pobre corazón. Y tal vez, el último momento, al recordar esa palabra y la aceptación del beso, Judas también sintió que el Señor lo quería y lo recibía entre los suyos. Tal vez fue el primer apóstol que entró, junto a los dos ladrones. Un séquito que parece no hacer honor al Hijo de Dios, como algunos lo conciben, pero que es una grandeza de su misericordia».
«Y ahora, antes de retomar la misa, repetiré el gesto de Cristo en la última Cena, lavando a los niños que representan a los apóstoles del Señor entre nosotros, besando esos pies inocentes; dejen que yo piense un momento en el Judas que llevo dentro de mí, en el Judas que tal vez ustedes también llevan. Y dejen que le pida a Jesús, al Jesús agonizante, a Jesús que nos acepta como somos, dejen que le pida, como gracia pascual, que me llame amigo».
Andrea Tornieli escribió un precioso artículo sobre el tema para Vatican insider (lo pueden consultar aquí).
El mundo está en llamas, la crisis económica, social y eclesial nos rodea por todas partes. Dejemos de lado las cosas sin importancia y contemplemos a Cristo, que tiene compasión de todos y carga sobre sus espaldas a los pecadores. Dejemos que sane nuestras heridas y pidámosle la gracia de tener un corazón compasivo como el suyo, siempre dispuesto a perdonar y a bendecir, incluso a los que nos traicionan. Amén.
A continuación les propongo algunas fotografías para que conozcan la abadía y el capitel del que hemos hablado.
El precioso atrio de entrada a la iglesia.
La nave central.
La girola, en torno al presbiterio.
El capitel en su ubicación original.
La escena del suicidio de Judas.
La escena de Jesús que carga sobre sus hombros a Judas.
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