viernes, 7 de noviembre de 2025

Francisco Palau y Quer: vida y mensaje


El beato Francisco de Jesús, María y José (Palau y Quer, 1811-1872), carmelita descalzo, místico y misionero, fue un hombre abrasado por una única pasión: el amor. Amor a Dios y amor a los hermanos, que en él se fundieron en un solo fuego, en una única realidad viva y personal: la Iglesia, su “cosa amada”. 

Su vida, marcada por la persecución, el destierro y la incomprensión, fue un canto de fidelidad y de esperanza, una historia de amor entre un alma enamorada y la Esposa de Cristo.

Nacido en Aytona (Lérida), descubrió desde joven la llamada irresistible de Dios. Ingresó en el Carmelo descalzo, pero la exclaustración le expulsó del convento, aunque no consiguió anular su vocación. A la sombra de las ruinas materiales del claustro comenzó su peregrinación interior. Exiliado en Francia, sirvió a Cristo en la soledad de las montañas, en la oración silenciosa y en la entrega misionera. Su existencia fue un continuo itinerario de búsqueda: entre los hombres y entre las sombras del misterio buscaba el rostro de la Iglesia, su Amada escondida.

A su regreso a España, ardiente de celo, fundó la Escuela de la virtud en Barcelona, predicó misiones, escribió, consoló a los enfermos y socorrió a los pobres. Por amor a la verdad fue perseguido, calumniado, encarcelado y desterrado a Ibiza. Allí, en la soledad luminosa de la isla, floreció su espíritu. Las cuevas se hicieron sagrarios; los enfermos, altares; y los pobres, sacramentos de la presencia de su Esposa.

Pero el gran giro de su vida aconteció en 1860, en la catedral de Menorca. Allí comprendió que su doble amor, a Dios y al prójimo, no eran dos caminos, sino uno solo: la Iglesia, “Dios y los prójimos en un solo cuerpo moral”. Aquella visión iluminó toda su existencia y su doctrina. Desde entonces, su palabra se volvió lírica y ardiente, porque el amor había encontrado su objeto. En “Mis relaciones con la Iglesia” (su obra más original) canta con lenguaje esponsal la unión mística con su Amada:

“Dios escribió con su propio dedo en las tablas de mi corazón esta ley: Amarás con todas tus fuerzas… Yo te amo, Iglesia santa, tú lo sabes: mi corazón fue creado para amarte… Eres tan bella como Dios, infinitamente amable”.

En su experiencia, la Iglesia no es una idea ni una institución, sino una persona viva, una comunión de amor que une cielo y tierra, Dios y humanidad. La vio como una mujer gloriosa y doliente, vestida de luz y coronada de espinas, presente en los santos, en los pobres y en los sufrientes.

Fundador del Carmelo misionero (las carmelitas misioneras y las carmelitas misioneras teresianas), quiso prolongar en sus hijas la misión de amar y servir a la Iglesia donde más necesitada esté. Murió en Tarragona el año 1872, dejando tras de sí el perfume de un amor total.

En un siglo de revoluciones y desencantos, el beato Francisco Palau fue profeta de la comunión y del amor esponsal entre Cristo y la Iglesia. Su palabra sigue siendo actual: solo quien ama a la Iglesia, cuerpo vivo de Dios y de los hombres, puede comprender el misterio de la unidad y de la ternura divina que late en el corazón del mundo.

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