lunes, 7 de noviembre de 2022

Francisco Palau y Quer: vida y mensaje


El beato Francisco Palau y Quer nació en Aytona (Lérida), en 1811. Después de cuatro años de estudios de filosofía y teología en el seminario de Lérida, se hizo carmelita descalzo en Barcelona en 1832. Tres años después tuvo que abandonar el convento, saqueado y quemado por los revolucionarios.

Desde entonces llevó una vida azarosa. Como la vida consagrada fue prohibida en España, vivió 11 años de exilio en Francia, donde se le unieron algunos discípulos y escribió algunos tratados.

Más tarde regresó a Barcelona, donde se dedicó a la predicación de misiones populares y creó «La escuela de la virtud», para la formación catequética de los obreros. 

Pasó 6 años injustamente desterrado en la isla de Ibiza. Allí se dedicó a la evangelización de la población local, con abundantes frutos.

Después de regresar a la península, sufrió numerosas persecuciones, denuncias y calumnias. Incluso varias veces estuvo a punto de ser fusilado. 

Si se retiraba a orar en la soledad de una cueva, decían que estaba loco; si fundaba una escuela para formar a las víctimas de la revolución industrial, le acusaban de revolucionario; si acogía a los enfermos y endemoniados, decían que ejercía la medicina sin tener título; si publicaba periódicos y libros de formación cristiana, le acusaban de meterse en política… Es la contradicción de los liberales, que defendían la democracia y la libertad, persiguiendo a la Iglesia y a los que no pensaran como ellos.

El año 1860, en la catedral de Menorca, tuvo una experiencia que cambió radicalmente su existencia. No tanto externamente, ya que continuó haciendo lo mismo que había realizado hasta entonces: ascesis, oración, predicación por medio de la palabra hablada y escrita, catequesis, defensa de la Iglesia, acompañamiento espiritual a seglares y consagrados, y otras muchas iniciativas relacionadas con la evangelización y con lo que hoy llamamos pastoral social. Pero sí cambió su percepción de la Iglesia y la interpretación de su relación con ella.

Francisco Palau descubrió que su amor a Dios y su amor al prójimo no son dos realidad distintas, sino que se convierten en una en la Iglesia, su «cosa amada», el objeto final de su amor, en el que Dios y los prójimos forman un único e indivisible cuerpo moral. 

Entre sus obras destaca la titulada «Mis relaciones con la Iglesia». En ella, usando un simbolismo de fuertes raíces bíblicas, cuenta su camino espiritual, hasta la unión con el objeto de sus amores, la Iglesia, que encuentra su modelo y su plena realización en María, la madre de Jesús. Allí nos dice:

«Desde niño me siento poseído y dominado por una pasión que se llama amor; […] Dios escribió con su propio dedo en las tablas de mi corazón esta ley: “Amarás con todas tus fuerzas...” Y esta voz eficaz creó en él una pasión inmensa, la que se hizo sentir desde mi infancia y se desarrolló en mi juventud. Yo, joven, amaba con todas mis fuerzas, porque la ley de la naturaleza me impulsaba con ímpetu irresistible. ¿Qué amaba yo? ¿Quién era la cosa amada? […] Dios y el prójimo, o sea, la Iglesia católica se me apareció tan bella como una divinidad. […] Con ella encontré mi dicha y felicidad; yo era feliz. ¡Iglesia santa! […] Veinte años hacía que te buscaba: te miraba y no te conocía, porque tú te ocultabas bajo las sombras obscuras del enigma, de los tropos, de las metáforas […]. ¡Oh, qué dicha la mía! Te he ya encontrado. Te amo, tú lo sabes […]. Mi corazón fue creado para amarte […]. Yo te amo y tú sabes corresponder a mi amor: yo sé que me amas con amor puro y leal, firme e invariable». (Mis relaciones, fragmentos I-II).

Falleció el 20 de marzo de 1872. Fue beatificado en 1988. Su obra continúa hoy en sus hijas: las carmelitas misioneras y las carmelitas misioneras teresianas.

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