Nos disponemos a celebrar la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, culmen del año litúrgico. La Iglesia, que ha caminado durante todo el año tras las huellas del Señor, desde la espera vigilante de Belén hasta el júbilo pascual del Resucitado, levanta la mirada para contemplar a Jesús en la plenitud de su señorío: él es el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que viene.
Pero su realeza no se parece a la de este mundo. La inscripción del Calvario proclamaba en tono de burla: «Jesús de Nazaret, rey de los judíos». Y, sin embargo, allí resplandece su Reino, que no se caracteriza por el dominio, sino por el servicio; que no vence aplastando al enemigo, sino levantando al caído y atrayéndolo con la fuerza mansa del amor.
Santa Teresa de Jesús, arrebatada ante la majestad de Cristo glorioso, exclamaba: «Rey sois, Dios mío, sin fin… vuestro reino durará para siempre». Y, al mismo tiempo, reconocía temblando que esa grandeza divina se revela sobre todo en la Humanidad sacratísima del Hijo, humillada por nosotros. San Juan de la Cruz, por su parte, recuerda que «al atardecer de la vida seremos examinados en el amor»: ese es el verdadero criterio del Reino, su única ley y su medida definitiva.
En la misa de la fiesta escucharemos la súplica del buen ladrón: «Acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino». Es la palabra de quien, en medio del fracaso, reconoce al rey verdadero. Jesús le responde con una promesa que abre el cielo: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso». Ese «hoy» es también para nosotros: Cristo quiere reinar en el corazón que se deja amar, sanar y transformar.
Celebrar a Cristo Rey es creer que el bien es más fuerte que el mal; que su Reino (al que el prefacio de la misa llama «Reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz») avanza silencioso, como levadura en la masa del mundo. Dejemos, pues, que su amor reine en nosotros, para que, a través nuestro, reine también en la historia.
Para prepararnos, les propongo este canto del grupo mexicano "Jésed" en honor de Cristo Rey:
¡Oh Señor, Dios eterno!, ¡oh Dios santísimo!
Eres nuestro rey y libertador, el Santo de Israel.
Ante ti nos postramos y tu nombre adoramos,
poderoso juez, invencible, altísimo Señor.
Solo tú eres santo, solo tú «El Shaday».
Solo tú eres digno, «Adonai».
¡Oh Señor, Dios eterno!, ¡oh Dios santísimo!
Eres nuestro rey y libertador, el Santo de Israel.
Ante ti nos postramos y tu nombre adoramos,
poderoso juez, invencible, altísimo Señor.
Desde el trono de gracia riges con santidad,
coronado de gloria y majestad.
¡Viva el Rey! ¡Viva el Rey!
¡Oh Señor, Dios eterno!, ¡oh Dios santísimo!
Eres nuestro rey y libertador, el Santo de Israel.
Ante ti nos postramos y tu nombre adoramos,
poderoso juez, invencible, altísimo Señor.
Solo tú eres santo, solo tú «El Shaday».
Solo tú eres digno, «Adonai».
¡Oh Señor, Dios eterno!, ¡oh Dios santísimo!
Eres nuestro rey y libertador, el Santo de Israel.
Ante ti nos postramos y tu nombre adoramos,
poderoso juez, invencible, altísimo Señor.
Desde el trono de gracia riges con santidad,
coronado de gloria y majestad.
¡Viva el Rey! ¡Viva el Rey!
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