lunes, 8 de septiembre de 2025

Fiesta del nacimiento de la Virgen María


Normalmente, en la liturgia de la Iglesia, solo celebramos la fiesta de la muerte de los santos; es decir, su tránsito a la vida eterna; su triunfo definitivo sobre la enfermedad, el pecado y la muerte; su nacimiento a la vida en plenitud en el cielo. Esta celebración se conoce como el "dies natalis" (día del nacimiento al cielo).

En el caso de su nacimiento natural, de su "cumpleaños" terrenal, solo lo hacemos de manera solemne para tres personas: Jesús, María y Juan Bautista. Esta excepción subraya la importancia singular de sus vidas en el plan de salvación.

Con JUAN BAUTISTA llega a plenitud el Antiguo Testamento y se inicia el Nuevo Testamento. Él es al mismo tiempo el último y más grande de los profetas (que anuncia la llegada inminente del mesías) y el primer apóstol (que señala y da testimonio de que Jesús es el mesías salvador). Su nacimiento es una fiesta de la espera y la proclamación.

Con LA VIRGEN MARÍA, liberada del pecado original desde su concepción, inicia definitivamente la era de la gracia. Su venida al mundo es el amanecer de la salvación, el primer anuncio de que la última palabra en nuestra historia no la tendrá el pecado, sino la misericordia y la salvación de Dios. Ella es la "hija de Sion" por excelencia, el puente entre la antigua y la nueva alianza.

NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO es el cumplimiento de las promesas de Israel y de las esperanzas de todos los hombres. Él es Dios-con-nosotros, el Emmanuel. Su nacimiento es el centro de la historia y la revelación máxima del amor del Padre.

Por esta razón fundamental, en los casos de Jesús y de María celebramos, además, su concepción, quedando así el calendario litúrgico marcado por estos misterios:

Para JESÚS:
- Concepción en el vientre de su Madre (la Anunciación del Señor, la Encarnación) el 25 de marzo.
- Nacimiento (Navidad) el 25 de diciembre.
- Muerte, sepultura y Resurrección en el Triduo Pascual (Viernes Santo, Sábado Santo y Domingo de Pascua).

Para MARÍA:
- Inmaculada Concepción en el vientre de santa Ana el 8 de diciembre.
- Nacimiento de la Virgen María el 8 de septiembre.
- Muerte y tránsito al cielo (la Dormición o Asunción de María) el 15 de agosto.

Para JUAN Bautista:
- Nacimiento el 24 de Junio.
- Muerte (su martirio o degollación) el 29 de agosto.

Por tanto, la fiesta que celebramos hoy es la natividad o nacimiento de la Virgen María. El Martirologio Romano la presenta con esta profunda fórmula: "Fiesta de la Natividad de la bienaventurada Virgen María, de la estirpe de Abrahán, nacida de la tribu de Judá y de la progenie del rey David, de la cual nació el Hijo de Dios, hecho hombre por obra del Espíritu Santo, para liberar a la humanidad de la antigua servidumbre del pecado".

Celebrar el nacimiento de María es contemplar el primer destello de la aurora que anuncia el Sol de Justicia, Cristo Jesús. Su llegada al mundo no es un hecho aislado, sino el fruto maduro de la espera de un pueblo y el designio amoroso de Dios. En este día, la Iglesia se llena de alegría porque reconoce en el pequeño rostro de la niña María la promesa hecha carne, el "sí" previo que haría posible el "sí" definitivo de la Encarnación.

Espiritualmente, su natividad nos invita a reflexionar sobre nuestro propio nacimiento a la gracia. Así como ella fue concebida inmaculada, nosotros somos purificados en el bautismo para convertirnos en templos del Espíritu Santo. Su vida, desde su primer instante, estuvo totalmente orientada a Dios y a colaborar con su plan de salvación. Así, esta fiesta es una poderosa invitación a preguntarnos: ¿Está también nuestra vida orientada hacia Cristo? ¿Somos, como ella, portadores de su presencia para el mundo?

María, la "llena de gracia" desde su concepción, nos muestra que la verdadera felicidad no reside en el éxito mundano, sino en la plena disponibilidad a la voluntad de Dios. Al celebrar su cumpleaños, le pedimos que interceda por nosotros para que, al final de nuestros días, podamos también nacer a la Vida Eterna y contemplar junto a ella el rostro de su Hijo, nuestro Salvador.

Si el nacimiento de un niño es siempre un motivo de alegría y esperanza, el nacimiento de María lo es a una escala universal. Es la confirmación de que la esperanza no es en vano. Su nacimiento nos enseña que Dios interviene en la historia humana de maneras inesperadas y maravillosas. No se limita a un plan predecible, sino que actúa a través de la fragilidad de una niña para llevar a cabo el mayor de los milagros.

Su natalicio es un recordatorio de que, incluso en las circunstancias más humildes (ya que sus padres, Joaquín y Ana, eran de edad avanzada y no tenían hijos), la gracia de Dios puede florecer. María es el símbolo de la pureza y la receptividad. Al celebrar su nacimiento, no solo celebramos a la Madre de Dios, sino también la posibilidad de que cada uno de nosotros, al igual que ella, pueda abrirse a la voluntad divina y permitir que la gracia de Dios obre en nuestras vidas.

Espiritualmente, la Natividad de María nos invita a la alegría y a la confianza. Nos dice que la salvación no es solo un evento futuro, sino que sus preparativos y sus frutos ya están presentes en el mundo. El nacimiento de María es la promesa cumplida de que Dios no nos ha abandonado, sino que se ha acercado a nosotros de la manera más íntima posible: a través de una madre. En su nacimiento, vemos el inicio del camino que lleva directamente a la redención, un camino pavimentado por la humildad, la fe y la total entrega a Dios.

Al contemplar la Natividad de María, permanezcamos atentos a dos disposiciones: 
- Primero, la gratitud: agradecer a Dios el don de una Madre predispuesta por la gracia para acoger al Redentor. 
- Segundo, la imitación humilde: pedir la gracia de una disponibilidad semejante a la de María, una apertura al Espíritu que transforma lo ordinario en ocasión de salvación.

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