martes, 17 de julio de 2018

María y el discípulo amado a los pies de la cruz


Reflexión sobre el proyecto salvador de Dios y la presencia de María en la historia de la salvación. Resumen de las meditaciones que he tenido durante la novena de la Virgen del Carmen, a partir del evangelio del día de su fiesta, que dice que María estaba junto a la Cruz del Señor.

Todo el evangelio de Juan se encamina hacia la «hora» de Jesús, en la que coinciden su muerte y su glorificación, cumpliendo el proyecto salvador del Padre. Por eso, después de la última Cena, exclama: «Padre, ha llegado la hora» (Jn 17,1). 

Cuando llega la «hora» de Jesús, su madre está junto a él (Jn 19,25-27), como lo estuvo al inicio de su actividad pública, cuando realizó su primer signo (Jn 2,1-12). Entonces, Jesús le dijo que aún no había llegado su «hora». 

En ambos casos, Jesús se dirige a María con el título de «mujer», que apunta a María como nueva Eva, en referencia al «protoevangelio»: «Pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendiente y el suyo. Él te pisará la cabeza cuando tú le muerdas el talón» (Gén 3,15). La «hora» de Jesús será el cumplimiento de esta profecía.

El primer signo de Jesús se realizó por intercesión de su madre que, de alguna manera, adelantó la «hora» de su manifestación: «Así, Jesús realizó su primer signo, se manifestó su gloria y los discípulos creyeron en Él». 

Ella también se encuentra presente en el momento definitivo, cuando la «hora» prefigurada en Caná llega a cumplimiento. 

Desde la cruz, Jesús asocia a su madre a su «hora», que es también la hora de María, figura y realización de la Iglesia, que permanece de pie junto a la cruz y que recibe del Señor el encargo de acoger a los discípulos como hijos. 

En el momento supremo, «Jesús, inclinando la cabeza, entregó el Espíritu» (Jn 19,30) sobre María (imagen de la Iglesia) y el discípulo amado (que representa a cada creyente).

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