martes, 23 de enero de 2018

Oremos por la unidad de los cristianos


Les propongo parte de un artículo de la hermana Carmen Herrero Martínez, religiosa de la "fraternidad monástica de Jerusalén" sobre la semana de oración por la unidad de los cristianos y el ecumenismo.

Cada año, la cita del 18 al 25 de enero, marca una semana de encuentros ecuménicos: celebraciones litúrgicas, conferencias, coloquios, mesas redondas y encuentros de oración y amistad. Todo ello es un regalo, la gracia desbordante del Espíritu Santo que, año tras año, nos “espolea” a avanzar por el camino de la unidad, por un compromiso evangélico de comunión. Tarea no siempre fácil, pero sí esperanzadora y apasionante. Lo importante es avanzar, pese a los muchos obstáculos que nos dificultan para vivir la unidad plena.

El tema de este año es: “Fue tu diestra quien lo hizo, Señor, resplandeciente de poder” (Éx 15,16). Los materiales para esta semana de oración de 2018, los han preparado las Iglesias y comunidades de la región del Caribe. Desde su propia experiencia, de tantos años de esclavitud, saben que la diestra del Señor es quien rompe las cadenas y da la verdadera libertad; a la vez que la diestra del Señor puede unir todos los eslabones de las diferentes cadenas para tejer la unidad de su Iglesia, tan hecha añicos.

La división de los cristianos es un gran pecado y el pecado siempre lleva a la esterilidad, a la muerte. La unidad, en cambio, siempre es fecunda, atrayente y portadora de vida. La unidad tiene la capacidad de convocar, de hermanar, de crear redes de comunicación y de fraternidad. En la unidad misma radica el gozo, la serenidad y la paz. Como dice el salmista: “Vez qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos” (Sal 132,1).

A los cristianos nos urge tomar de conciencia del escándalo que supone la división entre las diferentes confesiones. Un reino dividido no tienen fuerza en sí mismo. Esto es lo que nos está pasando a los cristianos: la división nos lleva a perder credibilidad en el mensaje que predicamos, en el anuncio del evangelio. 

Una comunidad unida atrae, porque transmite este valor fuertemente tan deseado por todos. La división es un pecado que roe toda relación, toda estructura y crecimiento social y espiritual. La división es como la carcoma, que va haciendo su trabajo de destrucción, y cuando uno se da cuenta es demasiado tarde y el remedio difícil de aplicar.

La unidad es un valor “artesanal”, que requiere un cuidado exquisito, una buena dosis de humildad, amor y comprensión. Tan delicada es la unidad que fácilmente se quiebra, se rompe y se hace añicos. Y cuando una vasija de vidrio se hace añicos, ¿quién podrá reconstruirla de la misma manera, sin que queden cicatrices de las heridas causadas? 

La división entre los cristianos es como una tela de araña que cubre, que empaña la belleza de la Iglesia; la división no le puede quitar su belleza ontológica; pero sí que se la empaña…

Si bien a la división se llega fácilmente; ¡qué trabajo está costando la reunificación de la “vasija”, de la Iglesia de Jesús! Muchos son los encuentros, acuerdos, declaraciones comunes, de unas y otras confesiones, de acercamientos en el proceso ecuménico, de semanas de oración; pero todavía no hemos llegado a la comunión plena y visible de una única Iglesia que celebra unida la Cena del Señor, la eucaristía.

Hemos de reconocer que el camino realizado y los puentes tendidos hacia la unidad son enormes y maravillosos; y por ello damos gracias a Dios. Pero no hemos de conformarnos con lo ya realizado, con los logros alcanzados; sino que siempre hemos de tender a conseguir la unidad perdida, porque es el gran deseo de Cristo, el legado que él nos dejo: “Padre, te ruego para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn 17,21). 

En medio de las rupturas más significativas de la Iglesia, a lo largo de la historia, siempre han surgido personas que se han destacado, de manera profética, en el campo ecuménico, trazando un camino de unidad y comunión. Gracias a ellas, que han tenido el coraje de denunciar el escándalo que supone la ruptura de las Iglesias, y la desobediencia al evangelio de Cristo, la unidad ha avanzado y sigue avanzando hacia la comunión tan deseada. Nombrar a todas estas personas no es posible, pero sí quiero destacar algunas muy significativas tanto de unas confesiones como de las otras: Empezando por el papa Juan XIII, promotor del Concilio Vaticano II, el papa Pablo VI y el patriarca Atenágoras, el Hno. Roger de Taizé, , Chiaria Lubich... hasta llegar al papa Francisco.

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