jueves, 28 de diciembre de 2017

Teología de Navidad


En Navidad celebramos una verdad fundamental de nuestra fe: la encarnación del Hijo de Dios. Les recuerdo algunas entradas del blog en las que he profundizado en el significado bíblico y teológico de estas fiestas.

- La Palabra se hizo carne. En la Biblia, la «carne» no indica una parte del hombre, sino al ser humano entero, cuerpo y espíritu, aunque limitado y débil, sometido al sufrimiento y a la muerte. La encarnación de Dios era algo escandaloso para los griegos, como lo es para todas las culturas y religiones de todos los tiempos. Pero Jesús no es un semidios generado por la unión de una divinidad y de un ser humano, sino el Hijo eterno de Dios que se ha hecho hombre en el vientre de María: totalmente Dios y totalmente hombre.

- Cristo es la luz del mundo. Cristo, con su luz, nos permite comprender el plan salvador de Dios. Por Él, la luz de Dios alcanzó a todos los pueblos. Sus enseñanzas son luz que nos ayuda a distinguir lo verdadero de lo falso, nos libera de la ignorancia y de la mentira, nos capacita para entender la revelación y para entendernos a nosotros mismos. Los cristianos deben dejarse iluminar por Cristo hasta transformar sus vidas en luz para el mundo. Especialmente, los Santos son las lámparas que reflejan la luz de Cristo.

Acampó entre nosotros. Jesús, que entró en nuestra historia hace más de dos mil años, nunca nos ha abandonado, sigue entre nosotros, cumpliendo su palabra: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). San Pablo dice que el nacimiento de Cristo inauguró «la plenitud de los tiempos» (Gál 4,4), en la que nos encontramos. Por eso añade que «este es el tiempo de la gracia, hoy es el día de la salvación» (2Cor 6,2). Desde que Cristo nació en Belén, cada día, cada momento, es una oportunidad para encontrarnos con Él, con su gracia y con su bendición.

- El nacimiento virginal de Jesús. Jesucristo no es fruto de la evolución o del esfuerzo de los hombres, sino don de Dios que, llevando la historia a su plenitud, envió a su propio Hijo al seno de una mujer (cf. Gal 4,4). El Salvador viene de lo alto: Jesús es el verdadero hombre nuevo, que no es fruto de la evolución humana, sino don de Dios.

La divina filantropía. Entre otras cosas importantes, la Navidad nos hace comprender que Dios no envió a su Hijo al mundo como premio a nuestro buen comportamiento; por el contrario, lo envió a pesar de nuestras malas obras. No porque nosotros lo merecemos, no porque somos buenos o porque Él tiene necesidad de nosotros, sino porque Él es bueno y generoso. Navidad es la mejor manifestación de lo que la Escritura llama la filantropía de Dios: «Se ha manifestado la bondad de Dios y su amor por los hombres» (Tit 3,4).

El desposorio entre Dios y los hombres. La tradición patrística presenta la Navidad como un desposorio entre Dios y los hombres: «Como el esposo que sale de su alcoba, descendió el Señor hasta la tierra para unirse, mediante la encarnación, con la Iglesia, a la cual dio sus arras y su dote: las arras, cuando Dios se unió con el hombre; la dote, cuando se inmoló por su salvación» (San Fausto de Riez). La teología encerrada en el símbolo del matrimonio de Cristo con la Iglesia es aplicada por los escritores eclesiásticos al momento del nacimiento del Señor, cuando la divinidad desposa la humanidad, haciéndose los dos uno solo.

El admirable intercambio. En la antigüedad cristiana fue muy común presentar la encarnación del Señor como un admirable intercambio, en el que Jesucristo asumió lo nuestro (carne, historia, limitaciones, sufrimientos y pecados) y nos dio lo suyo (Espíritu Santo, gloria, perdón y vida eterna).

Primeras reflexiones sobre la encarnación. Viendo en la encarnación el fundamento de la redención, «los Santos Padres proclaman constantemente que no está sanado lo que no ha sido asumido por Cristo» . Por eso confiesan unánimes que Jesucristo es el verdadero Hijo de Dios, nacido de María Virgen. Él, asumiendo nuestra condición, vivió una vida en todo igual a la nuestra (excepto en el pecado), sin dejar de ser Dios.

La infancia de Cristo. En la mentalidad bíblica, para comprender la historia de Israel o de las naciones cercanas, así como la misma creación, se deben conocer sus orígenes, en los que se encuentran las claves de su identidad más profunda. Así, el Génesis narra los orígenes del hombre y de los pueblos y el Éxodo narra los orígenes de Israel. Mateo y Lucas, inspirándose en esas tradiciones y en otras narraciones similares del Antiguo Testamento, descubren en la infancia del Señor un preanuncio de lo que sucederá en su vida pública: la salvación ofrecida a todos, la apertura del reino de Dios a los gentiles, las contradicciones dentro del pueblo judío por causa de Jesús...

Origen de las fiestas navideñas. Varias realidades coincidieron en el surgimiento de la Navidad: la oposición cristiana a las saturnales, a los cultos de Mitra y a la fiesta en honor del sol invencible, la teología simbólica de los Padres y la respuesta ante las primeras herejías cristológicas. Con la celebración de la manifestación del Hijo de Dios en la carne, se subrayaba el realismo de la encarnación, en la que se realiza el eterno proyecto de salvación, que se revelará plenamente solo en la muerte y resurrección del Señor. De hecho, la finalidad principal de la Navidad no es tanto conmemorar el aniversario del nacimiento de Cristo cuanto celebrar que el Verbo se ha hecho carne para salvar a los hombres.

- Poesías navideñas. Mucho se ha escrito sobre el misterio de la Navidad, aunque las palabras humanas nunca podrán abarcarlo por completo. Que Dios ame a los hombres hasta el punto de hacerse uno de ellos es algo que nos desborda. Por eso, la mejor manera para reflexionar sobre la encarnación del Hijo de Dios es el arte en sus variadas formas (pintura, escultura, poesía, música…).

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