viernes, 15 de diciembre de 2017
«Dioses por participación»
Siempre recuerdo la impresión que me causó leer por primera vez las obras de san Juan de la Cruz. Yo era un novicio de 19 años y solo conocía sus poesías y algunas referencias que recordaba de los tiempos de la escuela.
Pero, cuando me enfrenté a los tratados en prosa y descubrí que hemos sido creados para la unión con Cristo, para vivir la vida de Dios, para participar por gracia en lo que él es por naturaleza… no salía de mi asombro.
También recuerdo que tuve que acudir al padre maestro pidiéndole explicaciones para estar seguro de que no entendía mal lo que leía.
Han pasado más de treinta años y los textos del Santo me siguen fascinando como el primer día. Especialmente cuando dice que Dios nos ha creado para divinizarnos, que este es su proyecto sobre cada uno de nosotros:
«No hay que tener por imposible [...] que Dios le haga merced de unirla en la Santísima Trinidad, en que el alma se hace deiforme y dios por participación [...]. Para que pudiese venir a esto la crió a su imagen y semejanza» (C 39,4).
Una lectura superficial de san Juan de la Cruz puede dar la impresión de que nos propone un panteísmo al estilo de lo que promueve la New Age (y no son pocos los partidarios de esta corriente de pensamiento que hacen lecturas distorsionadas de sus obras). Nada más lejos de la realidad.
Él nunca habla de la fusión con un dios sin rostro, anónimo e impersonal. Por el contrario, en todo momento se refiere al Dios cristiano y su «unión con Dios» es siempre «unión con Cristo», ya que solo a través de él se entra en la vida trinitaria.
Además, dice siempre que viviremos la vida de Dios «por participación», sin dejar de ser criaturas.
Transformarse en Dios no equivale a disolverse en él perdiendo la propia identidad, sino que consiste en alcanzar la plenitud existencial a la que Dios mismo nos llama:
«Está el alma hecha divina, y Dios por participación […]; porque, así como en la consumación del matrimonio carnal son dos en una carne, como dice la divina Escritura, así también, consumado este matrimonio espiritual entre Dios y el alma, son dos naturalezas en un espíritu y amor» (C 22,3).
«Lo que pretende Dios es hacernos dioses por participación, siéndolo él por naturaleza, como el fuego convierte todas las cosas en fuego» (D 106).
«Le comunica Dios su ser sobrenatural de tal manera que parece el mismo Dios y tiene lo que tiene el mismo Dios […]. Y el alma más parece Dios que alma, y aun es Dios por participación; aunque es verdad que conserva su ser naturalmente tan distinto de Dios como antes, aunque está transformada, como también la vidriera es distinta del rayo, estando de él clarificada» (2S 5,7).
«No solamente los hombres, pero también los ángeles, le pueden llamar ínsulas extrañas; solo para sí no es extraño, ni tampoco para sí es nuevo» (C 14-15,8).
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