jueves, 26 de octubre de 2017

Nuestra respuesta al mundo que cambia


Hemos hablado de nuestro mundo, que está cambia radicalmente y a gran velocidad, de las distintas épocas históricas, de la crisis de autoridad y de la inseguridad que produce la inestabilidad afectiva, laboral y social. También de dos respuestas muy extendidas, aunque inadecuadas: los populismos y los fundamentalismos. Veamos ahora cuál debería ser nuestra respuesta.

En nuestro concreto contexto cristiano, la Iglesia solo puede sobrevivir si es capaz de conjugar una doble fidelidad: a sus orígenes (Jesús, el evangelio, las primeras comunidades) y al momento histórico concreto que nos toca vivir en cada época (con sus luces y sus sombras, sus alegrías y sus traumas). Es lo que se ha denominado «fidelidad creativa». 

No queremos perder nuestras raíces, pero tampoco podemos quedarnos con las formas heredadas. Hay que seguir encarnando el evangelio en el momento histórico concreto que nos ha tocado vivir. La fidelidad no puede consistir en repetir los comportamientos de los que nos precedieron, sino en imitar sus actitudes ante las circunstancias que a ellos les tocó vivir, en ser audaces para responder a los retos que se nos presentan hoy, como ellos lo fueron para responder a los que se les presentaron en su momento.

En estos tiempos concretos que nos ha tocado vivir, no deberíamos limitarnos a recordar lo que Dios hizo en el pasado. Jesús afirma que su Padre trabaja siempre y que él mismo continúa trabajando (cf. Jn 5,17). 

Santa Teresa de Jesús, también nos dice que «no se pueden agotar sus misericordias» (V 19,15). Dios continúa su obra de amor en el mundo, en la Iglesia, en nuestras comunidades y en cada uno de nosotros.

Si lo pensamos bien, esta ha sido la actitud de la vida religiosa a lo largo de los siglos: conservar las intuiciones originales y adaptarlas a cada tiempo histórico. «No es casual que se atribuya a Antonio, el padre de los monjes, un apotegma en el cual el santo afirma: “¡Hoy comienzo de nuevo!”. Precisamente por esta dinámica la vida monástica, sea en oriente que en occidente, se caracteriza por un continuo surgir de reformas, como si su identidad consistiese en una sucesión de reformas sin fin. Conversión y reforma forman parte del camino personal y comunitario de la vida religiosa de manera que esta tiene que ser constantemente renovada» (Enzo Bianchi).

Imagino que ese texto nos evoca a todos los presentes aquel otro de santa Teresa de Jesús en el libro de las Fundaciones, que dice: «Ahora estamos en paz calzados y descalzos. No nos estorba nadie para servir a nuestro Señor. Por eso, hermanos y hermanas mías, [… démonos] prisa a servir a su Majestad. […] Ahora comenzamos, y procuren ir comenzando siempre de bien en mejor» (F 29,32).

También san Juan de la Cruz afirma: «Siempre descubrió el Señor los tesoros de su Sabiduría y Espíritu a los mortales. Pero ahora que la malicia va descubriendo más su cara, más los descubre» (Dichos, 1).

Pienso que esta es la primera tarea que tenemos los cristianos: descubrir las manifestaciones de Dios en el hoy que nos ha tocado vivir y ayudar a nuestros hermanos a hacerlo; desarrollar un espíritu verdaderamente contemplativo, para descubrir la salvación de Dios realmente presente «aquí y ahora», sin perdernos en añoranzas del pasado ni en conjeturas sobre el futuro. Recordemos que «contemplar» (en griego theôria) viene de «horao», mirar con atención para descubrir la presencia de Dios en todas las cosas y acontecimientos.

San Pablo tiene un texto especialmente significativo para lo que estamos tratando, que dice: «Os exhorto a no echar en saco roto la gracia de Dios. En efecto, dice el Señor: “En el tiempo favorable te escucho, en el tiempo de la salvación vengo en tu ayuda”. Pues mirad: Ahora es el tiempo favorable. Ahora es el tiempo de la salvación» (2Cor 6,1ss). 

A veces tenemos la tentación de pensar que los tiempos pasados eran mejores, cuando las circunstancias externas eran más favorables al cristianismo, había más vocaciones y la religión era más respetada; pero el apóstol dice con claridad que «ahora es el tiempo favorable. Hoy es el día de la salvación». No ayer. No mañana. 

En estas circunstancias concretas que nos ha tocado vivir, el Señor nos ofrece su gracia y nos invita a su amistad. En cada momento de la historia hay personas que la acogen y personas que la rechazan. En cada generación hay quienes la hacen fructificar y quienes la desperdician. 

San Pablo no podía hacernos una advertencia más dura: «Os exhorto a no echar en saco roto la gracia de Dios». Efectivamente, podemos hacer vana la gracia de Dios en nuestras vidas concretas, en nuestra realidad histórica. ¿Cuántas gracias hemos recibido y desaprovechado? ¿Cuántas visitas del Señor hemos desatendido? ¿Cuántas energías hemos perdido en inútiles lamentos?

Mañana, si Dios quiere, seguiremos reflexionando sobre este argumento.

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