martes, 11 de julio de 2023

Novena a la Virgen del Carmen, día quinto: María, madre de Jesús


Novena a la Virgen del Carmen, día quinto: María, madre de Jesús. La imagen que acompaña esta entrada se encuentra en la ciudad de Cádiz.

Salutación a la Virgen. Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza. A ti, celestial princesa, Virgen Sagrada María, te ofrezco en este día alma, vida y corazón; mírame con compasión, no me dejes, Madre mía.

Oración inicial. Dios de nuestros padres en la fe, que concediste a la Virgen María, madre y hermosura del Carmelo, vivir siempre en tu presencia, conservando tus palabras en el corazón; concede a cuantos celebramos el quinto día de la novena en su honor buscar siempre tu rostro y ser en el mundo testigos de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

Invocaciones

ROSA DEL CARMELO, perfúmanos en el alma y en el cuerpo, para que seamos buen olor de Cristo en medio de nuestros hermanos. Dios te salve, María…

ESTRELLA DEL MAR, conduce nuestra barquilla en el mar de la vida hasta que lleguemos a las playas luminosas de la patria celestial. Dios te salve, María…

REINA DEL CIELO, que un día gocemos de tu compañía en la eternidad y proclamemos contigo la grandeza del Señor, porque el Poderoso hizo en ti maravillas. Dios te salve, María…

(Pídase la gracia que se desea alcanzar)

Letanías

Santa María, madre de Dios y madre nuestra, ruega por nosotros.
Madre de Jesús, ruega por nosotros.
Madre del Emmanuel, ruega por nosotros.
Madre del mesías, hijo de David, ruega por nosotros.
Madre del Señor, ruega por nosotros.
Madre gozosa en Belén, ruega por nosotros.
Madre orante, ruega por nosotros.
Madre servicial, ruega por nosotros.
Madre amable, ruega por nosotros.
Madre y hermosura del Carmelo, ruega por nosotros.

- Ruega por nosotros, santa Madre de Dios.
- Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Jesucristo.

Oración final. Virgen María, madre y hermosura del Carmelo, estrella del mar, en esta novena acudimos a ti implorando tu amparo. Madre de Dios y madre nuestra, dirige tu mirada a todos los que invocamos tu auxilio, escucha nuestras plegarias y enséñanos a servir a Jesús con corazón sincero, como hiciste tú. Madre de misericordia y refugio de los pecadores, intercede por nosotros ante tu Hijo Jesucristo, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

Blanca flor del Carmelo,
vid en racimo,
celeste claridad,
puro prodigio
al ser, a una,
Madre de Dios y Virgen:
¡Virgen fecunda!

Bajo noches oscuras
navega el alma,
enciende tú los rayos
de la esperanza,
y sé el lucero
que lleve nuestra nave,
segura al puerto.

- Ave María Purísima.
- Sin pecado concebida.

REFLEXIÓN BÍBLICA: MARÍA, MADRE DE JESÚS

Lecturas bíblicas

Lectura de la carta a los Hebreos (1,1s). En muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los antepasados por los profetas. En esta etapa final nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha realizado los siglos. Él es reflejo de su gloria e impronta de su ser y sostiene el universo con su palabra poderosa. Palabra de Dios.

Salmo responsorial (96). Alegraos, justos, con el Señor.

El Señor reina, la tierra goza, se alegran las islas innumerables.
Tiniebla y nube lo rodean, justicia y derecho sostienen su trono.

Alegraos, justos, con el Señor.

Los montes se derriten como cera ante el Señor de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia y todos los pueblos contemplan su gloria.

Alegraos, justos, con el Señor.

Amanece la luz para el justo y la alegría para los rectos de corazón.
Alegraos, justos, con el Señor, celebrad su santo nombre.

Alegraos, justos, con el Señor.

Del evangelio según san Lucas (2,4-7). «José subió desde Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para empadronarse con su esposa María, que estaba encinta. Y sucedió que, mientras estaban allí, a ella le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada».

Reflexión

El ángel dijo a los pastores: «Aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre… Fueron corriendo y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre» (Lc 2,12.16). La señal que Dios ofrece a los pastores, a los sabios de Oriente y a nosotros es tan débil como un niño pequeño nacido de una mujer sencilla en la pobreza de una cueva destinada a refugio para los ganados. Dios se ha hecho frágil por amor, se ha hecho niño en el vientre de María.

María es la primera que vivió esta gran paradoja en el nacimiento de Jesús. El ángel Gabriel le anunció que su hijo sería el mesías de Dios, el Hijo del Altísimo, el rey de Israel, pero ella no le dio a luz en una mansión, sino en un pobre establo. Las casas de Belén estaban cerradas para los pobres, por lo que el mesías nació fuera de la ciudad. Los primeros que adoraron a Jesús tampoco fueron los poderosos, sino unos sencillos pastores y, más adelante, unos sabios extranjeros. En principio, parecían excluidos unos y otros (los pastores, que eran considerandos impuros, y los extranjeros, que no pertenecían al pueblo de Israel, depositario de las promesas). «María, por su parte, conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón» (Lc 2,19).

Tal como enseña santa Teresita, «en Belén, nadie quiere acoger en su posada a dos pobres y humildes forasteros. ¡Solo tienen sitio para los grandes!» La mística carmelita palestina Mariam Bawuardy (santa María de Jesús Crucificado), añade que «Jesús nació en una cueva y sigue viviendo en las cuevas y lugares pobres. Pregunto al Altísimo: ¿Dónde habitas? Y él me responde: Cada día busco una casa y nazco nuevamente en una cueva, en un lugar pobre. Soy feliz en un alma pequeña, en un pesebre. Cada vez que pregunto a Jesús dónde habita, él siempre me responde: En una cueva. ¿Sabes cómo he vencido al enemigo? Naciendo en lo más bajo».

Pidamos a María que nos ayude a desconfiar de los fastos de la apariencia, a vivir con sencillez, a dejarnos sorprender por lo pequeño. Aprendamos de ella a renunciar a las pretensiones insaciables, a dejar de lado el malestar por las cosas que nos faltan y a encontrar la paz y la alegría verdaderas en el servicio humilde a los pequeños.

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