viernes, 14 de julio de 2023

Novena a la Virgen del Carmen, día octavo: María a los pies de la cruz


Novena a la Virgen del Carmen, día octavo: María a los pies de la cruz. La imagen de la Virgen del Carmen Dolorosa fue esculpida por Francisco Berlanga de Ávila y se conserva en la parroquia de Todos los Santos de Sevilla.

Salutación a la Virgen. Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza. A ti, celestial princesa, Virgen Sagrada María, te ofrezco en este día alma, vida y corazón; mírame con compasión, no me dejes, Madre mía.

Oración inicial. Padre santo, te suplicamos que la Virgen María, madre y hermosura del Carmelo, asista con su intercesión a quienes celebramos el día octavo de esta novena en su honor; para que, guiados por su ejemplo y protección, lleguemos hasta la cima del monte de la perfección, que es Cristo. Que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

Invocaciones

ROSA DEL CARMELO, perfúmanos en el alma y en el cuerpo, para que seamos buen olor de Cristo en medio de nuestros hermanos. Dios te salve, María…

ESTRELLA DEL MAR, conduce nuestra barquilla en el mar de la vida hasta que lleguemos a las playas luminosas de la patria celestial. Dios te salve, María…

REINA DEL CIELO, que un día gocemos de tu compañía en la eternidad y proclamemos contigo la grandeza del Señor, porque el Poderoso hizo en ti maravillas. Dios te salve, María…

(Pídase la gracia que se desea alcanzar)

Letanías

Santa María, madre de Dios y madre nuestra, ruega por nosotros.
Mujer fuerte a los pies de la cruz, ruega por nosotros.
Mujer valiente en el Calvario, ruega por nosotros.
Amparo de los débiles, ruega por nosotros.
Refugio de los pecadores, ruega por nosotros.
Consuelo de los afligidos, ruega por nosotros.
Auxilio de los cristianos, ruega por nosotros.
Reina de los mártires, ruega por nosotros.
Esperanza nuestra, ruega por nosotros.
Madre y hermosura del Carmelo, ruega por nosotros.

- Ruega por nosotros, santa Madre de Dios.
- Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Jesucristo.

Oración final. Virgen María, madre y hermosura del Carmelo, estrella del mar, en esta novena acudimos a ti implorando tu amparo. Madre de Dios y madre nuestra, dirige tu mirada a todos los que invocamos tu auxilio, escucha nuestras plegarias y enséñanos a servir a Jesús con corazón sincero, como hiciste tú. Madre de misericordia y refugio de los pecadores, intercede por nosotros ante tu Hijo Jesucristo, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

Virgen del Carmen, hoy quiero
a tus pies arrodillado,
muy contrito y humillado,
seguir tu santo sendero
y ser un fiel escudero
de tu noble cofradía.
A Dios le pido este día
un favor extraordinario:
morir con tu escapulario
y en tus brazos, Madre mía.

- Ave María Purísima.
- Sin pecado concebida.

REFLEXIÓN BÍBLICA: MARÍA A LOS PIES DE LA CRUZ

Lecturas bíblicas

Lectura del profeta Isaías (50,5s). El Señor Dios me ha abierto el oído y yo no me he rebelado ni me he echado atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos. Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido; por eso ofrecí el rostro como pedernal, y sé que no quedaré avergonzado.

Salmo responsorial (31). Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.

A ti, Señor, me acojo: no quede yo nunca defraudado; tú que eres justo, ponme a salvo.
A tus manos encomiendo mi espíritu: tú, el Dios leal, me librarás.

Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.

Soy la burla de todos mis enemigos, me han desechado como a un cacharro inútil.
Pero yo confío en ti, Señor, te digo: «Tú eres mi Dios». Líbrame de los enemigos que me persiguen.

Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.

Haz brillar tu rostro sobre tu siervo, sálvame por tu misericordia.
Sed fuertes y valientes de corazón, los que esperáis en el Señor.

Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.

Del evangelio según san Juan (19,18-30). Lo crucificaron y con él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en medio. Junto a la cruz de Jesús estaba su Madre. Jesús, al ver a su Madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su Madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.

Reflexión

Todo el evangelio de Juan se encamina hacia la «hora» de Jesús, en la que coinciden su muerte y su glorificación, cumpliendo el proyecto salvador del Padre. Por eso, después de la Última Cena, exclama: «Padre, ha llegado la hora». Cuando llega la «hora» de Jesús, su madre está junto a él, como lo estuvo al inicio de su actividad pública, cuando realizó su primer signo. Entonces, Jesús le dijo que aún no había llegado su «hora».

En ambos casos, Jesús se dirige a María con el título de «mujer», que apunta a María como nueva Eva, en referencia al «protoevangelio»: «Pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendiente y el suyo. Él te pisará la cabeza cuando tú le muerdas el talón» (Gén 3,15). La «hora» de Jesús será el cumplimiento de esta profecía.

El primer signo de Jesús, en las bodas de Caná, se realizó por intercesión de su madre que, de alguna manera, adelantó la «hora» de su manifestación: «Así, Jesús realizó su primer signo, se manifestó su gloria y los discípulos creyeron en él». Ella también se encuentra presente en el momento definitivo, cuando la «hora» prefigurada en Caná llega a cumplimiento.

Jesús dice a su madre: «Ahí tienes a tu hijo» y al discípulo amado: «Ahí tienes a tu madre». No se menciona el nombre del discípulo amado (que la tradición identifica con el discípulo Juan), porque se refiere a todos los discípulos, a todos los creyentes. Cada uno de nosotros es ese discípulo amado por Jesús, que él pone bajo el amparo de su madre, a la que pide que nos cuide como hijos suyos.

Desde la cruz, Jesús asocia a su madre a su «hora», que es también la hora de María, figura y realización de la Iglesia, que permanece de pie junto a la cruz y que recibe del Señor el encargo de acoger a los discípulos como hijos. En el momento supremo, «Jesús, inclinando la cabeza, entregó el Espíritu» (Jn 19,30) sobre María (imagen de la Iglesia) y el discípulo amado (que representa a cada creyente).

Pidamos a María que nos ayude a permanecer siempre unidos a Jesús, también en la hora del sufrimiento y de la muerte. Que ella nos ayude a llevar nuestra cruz de cada día.

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