jueves, 4 de mayo de 2017

¿Qué es la liturgia? (5)


Ya hemos dedicado cuatro entradas a explicar qué es la liturgia. Hemos dedicado una entrada al uso precristiano del término «liturgia» y otra al uso cristiano hasta el siglo XIX. Hoy hablaremos del uso contemporáneo que se hace de esa palabra.

Hemos visto que los manuales de liturgia antiguos la identifican con la ordenación de los ritos externos. Eso permaneció invariado hasta el movimiento litúrgico de finales del siglo XIX, en que volvió a recuperar el sentido de la celebración de la Iglesia que, unida a Cristo, ofrece culto al Padre y acoge gozosa la gracia que Dios le otorga. 

A partir de entonces se entendió la liturgia como un objeto de estudio de la teología y no del derecho canónico. Esta concepción solo fue generalmente asumida cuando la hizo suya Pío XII en la encíclica Mediator Dei (1947).

En contraste con lo que se enseñaba hasta entonces, en dicha encíclica el papa afirma: «Es tener una noción completamente inexacta de la santa liturgia el mirarla como una parte puramente exterior y sensible del culto divino o como una ceremonia decorativa; y no es menor error el considerarla simplemente como el conjunto de leyes y preceptos por los que la jerarquía eclesiástica ordena la ejecución regular de los ritos sagrados» (n. 38). 

Y añade: «La sagrada liturgia es la continuación del ejercicio sacerdotal de Cristo... el culto público que nuestro redentor tributa al Padre, como cabeza de la Iglesia, y el que la sociedad de los fieles tributa a su fundador y, por él al eterno Padre. Es el culto completo del Cuerpo místico de Jesucristo, es decir, de la Cabeza y de sus miembros» (n. 29). 

Pío XII subraya el aspecto ascensional de la liturgia, que se identifica con el culto que la Iglesia, unida a Cristo, ofrece al Padre.

El Vaticano II completa esa definición, poniendo de relieve, junto a la dimensión cultual, el aspecto santificador de la liturgia: «En esta obra tan grande, por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a su amadísima esposa la Iglesia, que invoca a su Señor, y por él tributa culto al Padre eterno. Por consiguiente, toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia... Es el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella los signos sensibles significan y cada uno a su manera realizan la santificación del hombre, y así, el Cuerpo místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro» (Sacrosanctum Concilium, 7). 

El concilio quiso subrayar que, en la liturgia, Cristo continúa su obra de salvación: anuncia su Palabra, otorga su perdón, nos hace hijos de su Padre, nos concede su Espíritu, nos hace partícipes de la vida eterna.

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