jueves, 21 de marzo de 2024

Liturgia y espiritualidad del Domingo de Ramos


La liturgia actual del Domingo de Ramos tiene dos partes diferenciadas, aunque profundamente relacionadas entre sí. 

- La primera consiste en la procesión, precedida por la bendición de los ramos y la proclamación del evangelio de la entrada en Jerusalén. 

- La segunda es la eucaristía, en la que se leen uno de los cánticos del siervo de Yavé (Is 50,4-7), el himno paulino que habla de la obediencia de Jesús, que «se rebajó hasta someterse a la muerte» (Flp 2,6-11), y la pasión del Señor, en la versión del evangelista propio de cada ciclo. 

El color litúrgico es el rojo, como el Viernes Santo. [...]

La peregrina Egeria narra cómo se celebraba en Jerusalén a finales del s. IV. El obispo y el pueblo, con ramos de palma y olivo, se dirigían cantando desde el Monte de los Olivos hasta la Anástasis. Los niños ocupaban un lugar destacado. 

Los peregrinos la llevaron a sus lugares de origen, realizándola de una manera cada vez más compleja y festiva. En algunos sitios, el obispo iba montado en un burro, representando a Cristo. En otros se llevaba el libro de los evangelios, la cruz o el Santísimo Sacramento. Por el camino, se hacían estaciones con oraciones, cantos y bendiciones. Al llegar a la muralla, extendían los mantos ante la cruz y todos se postraban para adorarla. Una vez en el templo, el obispo golpeaba las puertas con la cruz, mientras decía: «Portones, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas, que va a entrar el rey de la gloria» (Sal 24 [23]) y establecía un diálogo con los que estaban dentro. Cuando se abrían, entraba la procesión. [...] La última reforma litúrgica simplificó los ritos.

El antiguo Israel celebraba la entronización de sus reyes aclamándolos con salmos, saliendo a su encuentro con ramos en las manos y colocando sus mantos por el camino. Benedicto XVI señala el paralelismo entre el cortejo que acompaña a Jesús (Lc 19,35-38) y el que organizó David para revestir a Salomón como su heredero (1Re 1,33-35). Y añade: «Así, la procesión de Ramos es también una procesión de Cristo Rey: profesamos la realeza de Jesucristo, reconocemos a Jesús como el Hijo de David, el verdadero Salomón, el Rey de la paz y de la justicia». [...]

La «hora» de la muerte y de la glorificación

La Iglesia, con la mirada puesta en la mañana de Pascua, aclama a Cristo como su Rey, triunfador del pecado y de la muerte, aunque es consciente de que su entrada en Jerusalén es, al mismo tiempo, el inicio de su sufrimiento. De esta manera, la liturgia pone en relación la Cuaresma y la Pascua al unir las alegres aclamaciones en honor de Cristo Rey y la proclamación de su pasión:

«Ya desde el principio de la Cuaresma nos venimos preparando con obras de penitencia y caridad. Hoy, cercana ya la Noche santa de Pascua, nos disponemos a inaugurar, en comunión con toda la Iglesia, la celebración anual de los misterios de la pasión y resurrección de Jesucristo, misterios que empezaron con la solemne entrada del Señor en Jerusalén. Por ello, recordando con fe y devoción la entrada triunfal de Jesucristo en la ciudad santa, le acompañaremos con nuestros cantos para que, participando ahora de su cruz, merezcamos un día tener parte en su resurrección».

Al cantar «Hosanna, bendito el que viene en nombre del Señor», debemos recordar las oraciones de Adviento, en las que se suplica la «venida» del Señor, y las de Navidad que la celebran como ya acaecida . El papa Benedicto XVI, comentando esta aclamación, destaca que «se había convertido desde hacía tiempo en la manera de designar al Mesías». Y añade que ese grito, con el que los contemporáneos reconocieron a Jesús como el enviado, al entrar a formar parte del Sanctus de la misa, se ha transformado en un saludo «a Aquel que vino y, sin embargo, sigue siendo siempre Aquel que debe venir. Saludamos a Aquel que en la Eucaristía viene siempre de nuevo a nosotros». 

El domingo de Ramos, que une las promesas, el cumplimiento histórico y la esperanza de plenitud, la pasión y el triunfo, la Cuaresma y la Pascua, enseña que no hay ningún día del año que sea independiente de los otros. Todas las fiestas están unidas entre sí y todas celebran a Cristo que vino, que viene y que vendrá; que asume nuestra pobreza para darnos su riqueza; que se entrega a la muerte para darnos vida. 

Aunque en todas las eucaristías se anuncia la muerte del Señor y se proclama su resurrección hasta que él vuelva (Cf. 1Cor 11,26), en la liturgia de este día se manifiesta especialmente la profunda unidad del misterio de Cristo.

Tomado de mi libro "La fe celebrada. Historia, teología y espiritualidad del año litúrgico en los escritos de Benedicto XVI", Burgos 2012, pp. 241-246.

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