lunes, 31 de octubre de 2016

identidad y misión de los carmelitas descalzos en nuestros días


Los carmelitas descalzos de Cracovia en Polonia me han hecho una entrevista para una revista que ellos editan en polaco. Yo les he respondido en español y ellos se encargan de la traducción. Les comparto las respuestas que he dado a sus preguntas.

¿Cómo explicas la especial relación que los carmelitas tenemos con la Virgen María?

Desde sus orígenes, el Carmelo ha visto en María la hermana mayor que acompaña nuestro caminar. De hecho, el nombre oficial de la Orden es “Hermanos de la Bienaventurada Virgen María”. 

Como ella, los primeros carmelitas querían “meditar todas las cosas referentes a Jesús, conservándolas en su corazón”.

En la Edad Media esto sonaba extraño, porque había “Siervos de María”, “Esclavos de María”, “Oblatos de María”, pero sentirla hermana sonaba a falta de respeto, a demasiada familiaridad. 

En esa época, todos alababan los privilegios de la Madre de Dios, pero pocos consideraban su vida real y se atrevían a proponerla como modelo de fe. 

Sin embargo, esta es una característica esencial de la espiritualidad del Carmelo: sentimos a María como hermana, como amiga, como modelo de fe y de servicio a los hermanos. 

Santa Teresita afirmaba que “María es más Madre que Reina” y prefería mirar a María con delantal en la cocina mejor que con corona y joyas en un trono.

¿Y el escapulario?, ¿cuál es su sentido?

En la Edad Media la gente normal disponía de poca ropa. Normalmente solo tenía una túnica, que se protegía con una especie de bata o gran delantal durante los trabajos. A esta prenda protectora se llamaba «escapulario», porque caía desde las «escápulas» (los hombros) cubriendo el pecho y las espaldas. 

Los siervos de cada señor feudal llevaban estos escapularios de un determinado color y tamaño, con lo que se podían distinguir en las guerras, a la hora de pagar peajes por atravesar las tierras del señor o participar en el mercado, etc. 

Como los carmelitas se negaron a tener ningún señor que les protegiera en la tierra, adoptaron el hábito y el escapulario de color pardo, de la lana de oveja sin teñir, que es el que llevaban los pobres y desheredados.

Cuenta la tradición que un general de la Orden, de origen inglés y de nombre Simón Stock, especialmente devoto de la Virgen, rezaba cada día para que acabaran las persecuciones que sufrían los carmelitas con la siguiente oración: 

«Flos Carmeli, Vitis Florigera, Splendor coeli, Virgo puerpera, Singularis,  Mater mitis, Sed viri nescia, Carmelitis sto Propitia, Stella maris». 

Que traducido al español dice: «Flor del Carmelo, Viña florida, Esplendor del cielo, Virgen singular. ¡Oh, Madre amable! Mujer sin mancilla, muéstrate propicia con los carmelitas, Estrella del mar».

Respondiendo a su oración, en 1251 la Virgen María vino a su encuentro con el escapulario marrón en sus manos, el mismo que los religiosos habían escogido, porque no querían señores feudales que les protegieran, ya que sabían que la Virgen era su Señora y protectora. Y la Virgen le dijo: «Este escapulario es el signo de mi protección». 

La verdad es que, a partir de entonces, fueron cesando las persecuciones y el escapulario se convirtió en signo de consagración a María y de su protección continua. Los carmelitas seguimos confiando en su ayuda y protección.

¿Dicen algo a nuestros contemporáneos las enseñanzas de santa Teresa de Jesús sobre la oración o son cosas del pasado?

Santa Teresa de Jesús no hace teoría, sino que comparte su experiencia de vida. Como sabemos, hoy “se escucha más a los testigos que a los maestros”.

Ella estaba profundamente enamorada de Cristo, y nos enseña a poner los ojos en él, a mirarle siempre como «amigo que nunca falla, compañero de camino, valiente capitán en la batalla, siempre cercano... Si estáis tristes, miradle camino del calvario y él, por consolar vuestras penas olvidará las suyas; si estáis contentos, miradle resucitado y veréis cómo su gloria os inunda». 

Insiste en que «la oración es un trato de amistad con quien sabemos que nos ama» y nos invita a vivir nuestra existencia en una continua relación amorosa con el Señor Jesús.

Además, insiste en que “las misericordias del Señor no se acaban nunca, él está deseando regalarnos su misericordia”. Esto siempre es actual y atractivo.

¿Siguen interesándose los jóvenes por la vida religiosa carmelitana?

Por desgracia, las vocaciones en Europa son cada vez más escasas. A los jóvenes les cuesta asumir compromisos para toda la vida, tanto en la vida religiosa como en el matrimonio. 

De todas formas, siempre hay algunos jóvenes generosos que quieren consagrar su vida al servicio de Dios y de los hermanos. 

Con ellos hemos de trabajar, para prepararlos a servir a los cristianos del siglo XXI, con sus dudas y sus problemas, pero también con sus buenas disposiciones y su sed de vida eterna.

En esta época de fuerte secularismo, ¿el Carmelo Teresiano sigue teniendo algo que decir a la sociedad y a la Iglesia?

La misión del Carmelo teresiano siempre es la misma: recordar al hombre que “no estamos huecos”, que Dios vive dentro de nosotros y quiere responder a esa sed de felicidad y de vida eterna que arde en lo profundo de nuestros corazones.

Nuestros contemporáneos tienen sed de espiritualidad y nosotros estamos llamados a enseñarles a descubrir la presencia cercana de Dios en sus vidas y a relacionarse personalmente con él. Cuando la Iglesia no cumple bien esta misión, los hombres buscan sucedáneos que no pueden llenar su vida.

Juan Pablo II afirmó que es urgente dar prioridad a la relación personal con Dios, a la oración, en todos los proyectos pastorales de la Iglesia. 

Por desgracia, muchas veces esta advertencia sigue ignorada a la hora de programar las catequesis infantiles y juveniles, los encuentros de formación y los proyectos pastorales de las parroquias, movimientos y otras realidades eclesiales. 

Y, sin embargo, como afirmaba el Papa, el deseo de una experiencia personal del misterio es la característica que mejor define a un número cada vez mayor de creyentes que, si no encuentran una respuesta adecuada en la Iglesia, la buscan fuera de ella. 

Si no queremos naufragar en las revueltas aguas contemporáneas, las comunidades cristianas deben tomar en serio esta llamada a educar a sus miembros en la oración. Así lo expresaba el Pontífice:

«Se equivoca quien piense que el común de los cristianos se puede conformar con una oración superficial, incapaz de llenar su vida. Especialmente ante tantos modos en que el mundo de hoy pone a prueba la fe, no sólo serían cristianos mediocres, sino “cristianos con riesgo”. En efecto, correrían el riesgo insidioso de que su fe se debilitara progresivamente, y quizás acabarían por ceder a la seducción de los sucedáneos, acogiendo propuestas religiosas alternativas y transigiendo incluso con formas extravagantes de superstición. Hace falta, pues, que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda programación pastoral» (Novo Milennio Ineunte, 34).

En ese mismo documento proponía a los padres del Carmelo teresiano como los que mejor pueden ayudar a la Iglesia en este proyecto: 

«¿No es acaso un “signo de los tiempos” el que hoy, a pesar de los vastos procesos de secularización, se detecte una difusa exigencia de espiritualidad, que en gran parte se manifiesta precisamente en una renovada necesidad de orar? También las otras religiones, ya presentes extensamente en los territorios de antigua cristianización, ofrecen sus propias respuestas a esta necesidad, y lo hacen a veces de manera atractiva. Nosotros, que tenemos la gracia de creer en Cristo, revelador del Padre y Salvador del mundo, debemos enseñar a qué grado de interiorización nos puede llevar la relación con Él. La gran tradición mística de la Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente, puede enseñar mucho a este respecto […] ¿Cómo no recordar aquí, entre tantos testimonios espléndidos, la doctrina de San Juan de la Cruz y de Santa Teresa de Jesús? Sí, queridos hermanos y hermanas, nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas “escuelas de oración”» (Novo Milennio Ineunte, 33).

Esta es nuestra misión específica en la Iglesia: ayudar a los cristianos a encontrar caminos para vivir una espiritualidad profunda.

Tienen la página web de la provincia carmelitana de Cracovia en este enlace.

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