domingo, 5 de junio de 2016
Jesús sintió lástima de ella y le dijo: "No llores"
Hoy es el décimo domingo del Tiempo Ordinario. Después del ciclo pascual (que comprende la Cuaresma, el Tríduo Santo y la Pascua) y de las fiestas de la Santísima Trinidad, el Corpus Christi y el Sagrado Corazón de Jesús (que son como una prolongación y unos corolarios de la Pascua) retomamos las lecturas continuadas de las cartas de san Pablo y del evangelio según san Lucas, que es el propio de este año.
En la segunda lectura, tomada de la carta a los Gálatas, san Pablo habla de sí mismo y recuerda que el encuentro personal con Jesús le transformó hasta el punto de que pasó de ser perseguidor de los cristianos y del evangelio a ser anunciador del evangelio y servidor de todos por amor a Cristo.
Gracias a san Pablo y a los otros apóstoles y servidores del evangelio, la Buena Noticia de Jesús ha llegado hasta nosotros y sigue anunciándose por toda la tierra.
Como él, también nosotros estamos llamados a tener un encuentro personal con Cristo, a dejarnos renovar por él, a dar testimonio de su amor y de las maravillas que ha realizado en nosotros.
Porque el evangelio de hoy habla de la misericordia de Jesús, que sintió lástima de la viuda de Naín, se conmovió y se acercó a ella, diciéndole: "No llores".
Pero esto no es algo del pasado. Jesús sigue sintiendo compasión de todos los que sufren y sigue acercándose a ellos y dándoles su consuelo.
La resurrección de este niño, como la de Lázaro y otras que Jesús realizó solo son anuncio y promesa de la resurrección futura, de la victoria definitiva de Jesús sobre la muerte.
Hoy Jesús se dirige a cada uno de nosotros, a cada persona que ha perdido un ser querido y nos dice: "Ánimo, que la muerte no puede tener la última palabra. Quien cree en mí, aunque muera, tendrá vida eterna porque yo lo resucitaré en el último día".
Ayer como hoy, Jesús manifiesta su compasión cuando se encuentra con los enfermos, los necesitados, los que lloran. Para todos tiene palabras de consuelo y esperanza.
San Pablo, que se encontró con la misericordia de Jesús, se consagró a testimoniarla ante el mundo, a anunciar la Buena Noticia de Jesús Salvador, vencedor del pecado y de la muerte.
Nosotros también estamos llamados a encontrarnos personalmente con el Señor, a dejarle sanar nuestras heridas, a acoger su gracia y a dar testimonio ante el mundo de su amor, que no tiene fin.
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