sábado, 27 de mayo de 2023
Pentecostés, reflexión de Emiliana Löhr
Con la fiesta de Pentecostés concluye el tiempo pascual. En esta entrada quiero compartir con ustedes una reflexión de la monja benedictina Emiliana Löhr.
Estamos al final del camino. Los cincuenta días de la Pascua se terminan el día quincuagésimo, que hace palpable lo que en cada uno de los días pasados ha ocurrido.
Hoy tiene lugar el postrer salto de gigante. Cristo, glorificado ya, viene a habitar en los hombres por su Espíritu Santo; viene a aquellos que se abren a su luz, y él los llena del calor de su vida divina. Y en esta luz divina que se difunde en nuestros corazones, la Iglesia reconoce lo que se ha verificado en ella durante esos días.
Ocurre con nosotros lo mismo que con los neófitos de los primeros siglos, quienes recibían el pleno conocimiento de lo que les había sucedido en la noche de Pascua, a base de las instrucciones que se les iban dando después del bautismo.
Cristo había prometido, refiriéndose al Paráclito: "Os lo enseñará todo" (Jn 14,26), y el introito de la misa de hoy canta también del Espíritu Santo: "Todo lo llena y posee la ciencia de la Palabra" (Sab 1,7), es decir, del Verbo.
El Espíritu divino lo comprende y lo conoce todo por ser el soplo vital del Verbo de Dios. Es una misma cosa con el Verbo; así, es en nosotros un Verbo que habla; nos descubre todo lo que hemos podido experimentar durante el curso del año litúrgico y nos lo hace ver con ojos divinos, tornándolo todo transparente, lo natural y lo sobrenatural, lo terreno y lo celestial.
Evidentemente que no nos lo hace ver con la luz fría y calculadora que cree que es capaz de entenderlo todo inteligentemente y resolverlo todo como una ecuación algebraica, antes bien, de un modo divino, que gusta y siente en sí la verdad y la adora con admiración como obra de Dios.
¿Qué ha sucedido? Dios se ha hecho hombre; el Dios en carne mortal ha muerto en cruz, ha resucitado de la muerte, ha ascendido al cielo y desde allí se ha difundido a los hombres bajo forma de Espíritu y vida. Ha penetrado en ellos de un modo que, naturalmente, somos incapaces de comprender, sin consumir sus almas ni extinguir su ser. Los hombres han pasado a ser su cuerpo; él es su espíritu, su principio de vida sobrenatural; viven la vida de él.
He aquí cerrado ya el círculo: Dios se ha hecho hombre para que el hombre se convirtiera en Dios. Dios, amorosamente, ha cargado sobre sí los pecados y los ha expiado con su sangre; ha quedado en el hombre espacio para la vida divina y puede, por la gracia, participar de la naturaleza de Dios, convertirse en hijo de Dios.
Toda la obra de la redención se ha hecho realidad en los santos misterios, en la celebración de la santa misa desde el primer domingo de Adviento. En Pentecostés se pone el punto final: la comunicación de la vida divina de Cristo a sus redimidos, la nueva creación, la generación de la nueva raza. Esto comenzó con la resurrección, cuando el Señor glorificado se apareció a sus discípulos, sopló sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo" (Jn 20,22).
San León Magno dice: "Estos días no transcurrieron ociosos... Se descubrieron grandes misterios... En esos días -que siguieron a la resurrección- se derramó sobre los apóstoles el Espíritu Santo mediante el aliento del Señor".
El día quincuagésimo hizo visible a los ojos de todos la obra y la transfiguración operada por Cristo en sus discípulos. Un viento violento que procede de un cielo radiante de luz, luego la llama y el fuego sobre los discípulos...
Aquellos hombres que antes se sentían tan pusilánimes, avanzan hacia sus enemigos; ellos, que no eran en absoluto letrados, hablan lenguas extrañas y refieren las cosas del cielo. Se presentan como quienes tienen todo derecho, como mensajeros de un poder supremo. Es que Dios ha penetrado en el hombre y usa de él para manifestarse.
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