lunes, 12 de febrero de 2024

Prácticas cuaresmales: oración, ayuno y limosna


La Iglesia nos indica tres prácticas cuaresmales fundamentales: la oración, la limosna y el ayuno. Antes de analizarlas, recordemos la actitud que Jesús exige para que sean auténticamente cristianas.

Invitación a la autenticidad (Mt 6,1-18)

Al inicio de Cuaresma, a modo de programa, la Iglesia recuerda la enseñanza de Jesús sobre las tres principales obligaciones religiosas judías:

«Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos […] Cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha […] Cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y habla con tu Padre, que está en lo escondido […] Cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara» (Mt 6,1ss) .

En el corazón del Sermón de la Montaña, Jesús pide unas actitudes distintas de las que manifiestan los fariseos. Los «actos» (limosna, oración y ayuno) son los mismos, pero no las motivaciones. Los fariseos las hacen buscando el aplauso de los hombres, la satisfacción de la propia vanidad. Por eso son «hipócritas», que literalmente significa «comediantes», los que llevan máscaras para representar distintos personajes en el teatro. Los cristianos, por el contrario, solo deben buscar agradar al Padre, para parecerse a Jesús. [...]

Lo primero que dice Jesús, antes de detenerse en cada una de ellas, es: «No hagáis el bien para que os vean los hombres». [...] Las buenas obras se deben hacer porque estamos convencidos de que son buenas, sin otras intenciones. Si no es así, no tienen valor religioso [...]

La oración

Es el verdadero núcleo de la piedad. Juan Pablo II la presentó como un «arte» que hay que practicar continuamente, para perfeccionarlo y dar respuesta a la más urgente necesidad de nuestro tiempo: la búsqueda de una espiritualidad auténtica. Invitó a convertir todas las instituciones de la Iglesia en verdaderas «escuelas de oración» y a hacer de su enseñanza un objetivo prioritario. [...]

La búsqueda de una experiencia personal del misterio, más allá de la religiosidad sociológica heredada, es la característica que mejor define a un número cada vez mayor de creyentes. Si no quieren naufragar en las revueltas aguas contemporáneas, las comunidades cristianas deben tomar en serio esta llamada a educar a sus miembros en la oración. [...]

En medio de su sufrimiento, Jesús oró diciendo: «Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz», para añadir a continuación: «pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22,42). En los momentos de oscuridad, también nosotros podemos lamentarnos ante el Señor, como Job, o luchar con él, como Jacob. Tenemos derecho a desahogar nuestro corazón y a pedirle lo que creemos que es bueno. Pero luego hemos de hacer como Jesús. [...]

Para alcanzarlo, no basta con dedicar algunos tiempos a la oración, sino que esta debe acompañar toda la vida, como pide san Juan Crisóstomo: «Una plegaria que no sea de rutina, sino hecha de corazón; que no esté limitada a unas horas determinadas. Conviene que elevemos la mente a Dios no solo cuando nos dedicamos expresamente a la oración, sino también cuando atendemos a otras ocupaciones». [...]

El ayuno

Siguiendo la tradición judía, en los Hechos de los apóstoles la oración se acompaña del ayuno (Hch 13,2-3; 14,23; 27,21). Desde el principio, la Iglesia lo privilegió como práctica de penitencia cuaresmal. [...]

La Iglesia prescribe la abstinencia de carnes o de otros alimentos todos los viernes del año, aunque los viernes fuera de Cuaresma puede cambiarse por una obra de piedad o de caridad. El ayuno se mantiene el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo. El ayuno obliga desde los 18 hasta los 60 años, permite una sola comida completa y otras dos pequeñas tomas de alimento, que basten para desarrollar el trabajo ordinario. La abstinencia obliga para toda la vida a partir de los 14 años. 

Tanto el ayuno como la abstinencia pueden ser sustituidos por justa causa (debilidad corporal, la dureza del trabajo que se debe realizar, la incomodidad de un viaje). [...]

No podemos olvidar la dimensión social del ayuno. Los Santos Padres insistían en que el ayuno ayuda a comprender mejor a los que pasan hambre. Por eso, lo ayunado se debería dar a los pobres, como afirma la liturgia: «Con nuestras privaciones voluntarias nos enseñas […] a repartir nuestros bienes con los necesitados». [...]

La limosna

[...] La limosna hace agradables a Dios nuestras ofrendas y oraciones. Más aún, entre los frutos de la limosna se encuentra también el perdón de los propios pecados: «La caridad cubre multitud de pecados» (1P 4,8). Por eso, la Iglesia propone diversas reflexiones patrísticas sobre la limosna y las obras de misericordia, como las de san Gregorio Nacianceno y las de san León Magno .

En primer lugar, la limosna enseña a tener una relación correcta con las otras personas. Cuando el Antiguo Testamento estableció la obligación del diezmo para socorrer a los levitas, a los emigrantes, a los huérfanos y a las viudas (cf. Dt 14,28-29), indicaba a los israelitas la importancia de la limosna y les ofrecía un cauce para realizarla. De alguna manera, el diezmo recordaba que lo que hemos recibido de Dios no es para nosotros solos, por lo que no podemos desinteresarnos de los demás. [...]

En segundo lugar, la limosna ayuda a tener una relación correcta con las cosas, ya que enseña que los bienes de la tierra no son fines en sí mismos, sino medios para asegurar la subsistencia (la propia y la de los demás). La tentación de idolatrar las riquezas es tan fuerte que Jesús tiene que advertir con severidad: «No podéis servir a Dios y al dinero» (Lc 16,13). Es sorprendente comprobar cómo nuestros corazones pueden terminar siendo esclavos de sus posesiones. Si somos capaces de compartir, aunque nos cueste, entramos en la verdadera libertad de espíritu.

Por último, una característica propia de la limosna cristiana es la discreción, según la enseñanza de Cristo: «Que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha, así tu limosna quedará en secreto» (Mt 6,3-4). [...]


Tomado de mi libro La fe celebrada. Historia, teología y espiritualidad del año litúrgico en los escritos de Benedicto XVI, Burgos 2012, pp. 201-212.

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