martes, 15 de diciembre de 2015
El nombre de Dios es misericordia
Ya ha comenzado el año santo jubilar de la misericordia. Con tal motivo he escrito un libro titulado "Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre" que se publicará próximamente en la editorial Monte Carmelo de Burgos. Les presento la primera parte de la introducción y les deseo una feliz continuación del Adviento.
Aunque el papa Francisco y otros líderes religiosos y políticos no se cansan de repetir que «matar en nombre de Dios es una blasfemia», muchos siguen imponiendo sus ideas por la fuerza y justificando su violencia en nombre de Dios.
Esto entra directamente en conflicto con el mandamiento bíblico que dice: «No pronunciarás en vano el nombre del Señor, tu Dios» (Éx 20,7). El texto prohíbe usar el nombre de Dios para hacer discursos que no se corresponden con la verdad de Dios, para justificar nuestras ambiciones o nuestros prejuicios.
Hoy nos asombra que haya quienes ponen bombas, cortan cabezas, someten pueblos, niegan sus derechos a las mujeres o les practican la ablación del clítoris en nombre de su Dios. Nos parecen prácticas de un pasado muy lejano y nos manifiestan que se sigue usando en vano el nombre de Dios.
Se vuelven a repetir las actitudes que llevaron a Martín Buber a escribir en 1961: «Dios es la palabra más vilipendiada de todas las palabras humanas. Ninguna otra está tan manchada. Las generaciones humanas han cargado el peso de su vida angustiada sobre esta palabra y la han dejado por los suelos; yace en el polvo y sostiene el peso de todas ellas. Las generaciones humanas con sus disensiones religiosas han lacerado esa palabra; han matado y se han dejado matar por ella; esa palabra lleva sus huellas dactilares y su sangre. Los hombres dibujan un monigote y escriben debajo la palabra “Dios”; se asesinan unos a otros y dicen hacerlo en el nombre de Dios. Debemos respetar a aquellos que evitan este nombre, porque es un modo de rebelarse contra la injusticia y la corrupción, que suelen escudarse en la autoridad de Dios».
De todas formas, hemos de reconocer que, al mismo tiempo que hay quienes utilizan a Dios para justificar sus propios intereses, hay otras personas capaces de olvidarse de sus proyectos personales para ponerse al servicio de los demás, también en nombre de Dios. Obviamente, unos y otros entienden de distinta manera la palabra «Dios».
En este libro vamos a hablar del Dios que se reveló a Israel por medio de los profetas y se manifestó al mundo entero en la vida y en la predicación de Jesucristo. Por lo tanto, será principalmente una reflexión cristológica basada en la Biblia, aunque también nos dejaremos iluminar por la doctrina de los Santos, especialmente por los de Carmelo.
La Sagrada Escritura dice que Dios ha tenido una paciencia infinita con los hombres, porque los ama como un padre a sus hijos. Ya antiguamente se manifestó de formas muy variadas a aquellas personas de buena voluntad que buscaron sinceramente su rostro y, de manera parcial, se fue revelando. Esto era una preparación para su manifestación definitiva.
Finalmente, en Cristo se ha dado del todo, de manera directa, sin intermediarios: «Muchas veces y de muchas maneras habló Dios a nuestros padres en el pasado, por medio de los profetas. Ahora, en estos tiempos finales nos ha hablado por medio del Hijo» (Heb 1,1-2).
La pretensión cristiana es que «al llegar la plenitud de los tiempos, Dios envió a su propio Hijo, nacido de una mujer» (Gal 4,4). En su infinita misericordia, Dios nos ha hablado; y no por medio de mensajeros iluminados, sino haciéndose uno de nosotros, usando nuestro propio lenguaje para que podamos entenderle. Ha entrado en nuestra historia y se ha dirigido a nosotros para explicarnos quién es él, qué espera de los hombres y quiénes somos nosotros mismos.
La gran revelación de Jesucristo es que «el nombre de Dios es misericordia». Este es precisamente el título del libro-entrevista del papa Francisco para el año jubilar de la misericordia. [Se publicará simultáneamente en varios idiomas en enero de 2016].
En la presentación, el entrevistador afirma: «El pontífice habla de su experiencia personal de sacerdote y de pastor y se dirige a todas las personas, también a las más alejadas de la Iglesia, que sin embargo buscan un sentido a la vida, un camino de paz y de reconciliación, curarse las heridas físicas y espirituales».
Normalmente la gente identifica a la Iglesia con sus edificios históricos y con sus estructuras de gobierno, pero ese libro nos recuerda que la primera misión de la Iglesia es anunciar al mundo que «el nombre de Dios es misericordia». Si esto falta, todo lo demás no tiene sentido.
Esta misión brota del corazón del cristianismo, que no es la confesión de unas verdades (el credo) ni la observancia de unas normas de conducta (la moral) ni la participación en unos ritos cultuales (la liturgia). Lo primero y principal en el cristianismo es el encuentro con una persona viva, que no me trata como merecen mis faltas, sino conforme a su misericordia; que tiene un proyecto de plenitud para mí; que me ofrece la vida eterna.
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