miércoles, 14 de octubre de 2015
los escándalos en la Iglesia
Después de varias semanas dedicado a la oración y a la reflexión en compañía de algunas comunidades de carmelitas descalzas en el norte de Italia, regreso a Roma y me encuentro con que todos los periódicos locales hablan de un nuevo escándalo sexual, que me duele especialmente porque está implicado un fraile de mi Orden.
En esta ocasión no se trata de abusos a menores, sino de serias prácticas contra el voto de castidad. De hecho, no hay ningún tipo de denuncia judicial, ya que no se trata de actividades delictivas, aunque imagino que se abrirá un proceso canónico para averiguar si las denuncias son verdaderas y tomar las medidas correspondientes.
Lo que me sorprende es la cantidad de páginas que han dedicado los periódicos a vituperar al presunto fraile homosexual y, «aprovechando que el río Pisuerga pasa por Valladolid», los durísimos comentarios de algunos medios contra la Iglesia y contra todos los religiosos y sacerdotes.
Si una persona de cualquier otro colectivo hace algo ilícito o inmoral, no se aprovecha la ocasión para descalificar a todos los demás miembros del grupo.
Los cristianos sufrimos cuando descubrimos que el comportamiento de algunos ministros de la Iglesia se aleja de la propuesta evangélica. Nos duele y nos llena de confusión.
Estamos ante el misterio de la libertad humana, que muchas veces no es usada correctamente. Dios nos llama a todos a la santidad. Cada uno debe responder personalmente a esta llamada. Hay quienes se la toman en serio y quienes no.
Jesús no eligió a Judas para que lo traicionara, sino para que lo siguiera y para enviarlo a predicar el evangelio. Judas siguió (imaginamos que con ilusión) a Cristo y en cierto momento cambió de opinión y lo traicionó. ¿Qué lo movió a hacerlo? Nunca podremos entenderlo totalmente.
Lo que sí sabemos es que aquel escándalo no paralizó a los primeros creyentes, que siguieron anunciando el evangelio con entusiasmo y buscando la manera de vivirlo cada uno en su contexto concreto.
Los escándalos nos duelen, pero no debilitan nuestra fe, ya que no hemos puesto nuestra confianza en los hombres, sino en Dios, que es el único santo y siempre es fiel.
Quizás hasta pueden ser una oportunidad de purificación, que nos haga más humildes a la hora de juzgar a los demás, más misericordiosos hacia los que se sienten frágiles, y menos orgullosos.
El Señor tenga piedad de su Iglesia. Amén.
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