jueves, 24 de septiembre de 2020

Historia póstuma de santa Teresita


Cuando murió santa teresita, la priora del Carmelo de Lisieux encargó la redacción de la carta acostumbrada a una hermana carnal de Teresita (Paulina, que en el convento se llamaba sor Inés de Jesús). Tardó varios meses en prepararla, utilizando los «escritos autobiográficos» de la difunta, recogidos en tres cuadernillos de escolar. 

La carta circular se convirtió en un libro y la comunidad lo ofreció a las editoriales católicas del momento para su publicación. Todas se negaron a hacerlo, porque les parecía que la obra no interesaría a sus lectores; y solo pudo ver la luz porque su tío pagó los gastos. 

Al año de su muerte, el 30 de septiembre de 1898, se publicó la primera edición de la Historia de un alma, con una tirada de 2.000 ejemplares, que se vendieron a 4 francos (un dineral para la época). La acogida fue tan grande que a los pocos meses tuvieron que preparar una nueva edición de 4.000 copias, que también se agotó rápidamente. Nadie se lo esperaba, pero el libro se convirtió en un «best seller». 

Solo un año después, en 1899, su tía comentaba a las hermanas y a la prima de la difunta, que eran religiosas carmelitas, que la familia tendría que abandonar Lisieux por causa de Teresita, ya que la avalancha de peregrinos que cada día se acercaba a su casa pidiendo información sobre su sobrina no les permitía un momento de tranquilidad: no les dejaban ni comer ni dormir. 

Todos querían saber algo más de aquella joven monja muerta en olor de santidad. Incluso tuvieron que poner unos guardias que custodiaran su tumba en el cementerio, porque cientos de peregrinos arrancaban las flores y se llevaban la tierra en su deseo de poseer una reliquia.

Rápidamente comenzaron las traducciones de sus escritos: en 1901 al inglés, en 1902 al polaco, en 1904 al italiano y al holandés, en 1905 al alemán, portugués, español, japonés, ruso... y «un huracán de gloria la envolvió» (Pío XI). Hoy se pueden leer en más de sesenta idiomas. Con las traducciones se multiplican por todo el mundo los testimonios de conversiones, curaciones milagrosas, apariciones de la pequeña Teresa...

Cuando en 1903 propusieron a las carmelitas de Lisieux iniciar los trámites para canonizarla rechazaron la oferta, alegando: «Si así fuera, habría que canonizar a todas las carmelitas». Lo mismo pensaban sus tíos y el obispo de la diócesis. Todos aceptaban que Teresita había sido ejemplar, que sus escritos estaban haciendo mucho bien a la gente, que numerosas personas afirmaban haber recibido gracias y milagros por su intercesión… pero coincidían en que la santidad ¡era otra cosa!, ya que la identificaban con las grandes obras y penitencias. 

Fue san Pío X quien impulsó el proceso en 1907, a los diez años de su muerte. En una audiencia pública, como respuesta a un obispo misionero que le pidió bendecir un cuadro de Teresa, exclamó: «He aquí la santa más grande de los tiempos modernos». A quien le hizo notar que aún no estaba canonizada y que en su vida no había nada de extraordinario, el mismo papa le respondió: «Esta extrema sencillez es precisamente lo que hay de más extraordinario y notable en esta alma. Abran su teología». Su canonización obligó a repensar el sentido de la santidad en la Iglesia.

Para el proceso de beatificación se necesita presentar un milagro que Dios haya realizado por intercesión de la persona que se quiere beatificar. En el caso de Teresita se recogió un dossier con algo más de cinco mil, de los que se escogieron dos. Se la eximió de la necesaria espera de cincuenta años que exigía la normativa eclesiástica del momento y Pío XI, que la llama «la estrella de mi pontificado», la beatifica en 1923, la canoniza en 1925 y la declara patrona de las misiones en 1927. 

Para entonces se habían recibido en el Carmelo de Lisieux varios millones de cartas (solo en el año de su canonización, una media de mil diarias) que pedían reliquias, enviaban donativos, atestiguaban favores recibidos y desde allí se habían repartido más de 2,000.000 de escritos suyos o sobre ella (solo en francés: 400.000 ejemplares de Historia de un alma, 800.000 de Llamada a las almas pequeñas, 300.000 de la Vida abreviada y 500.000 de Pensamientos), así como más de 40,000.000 de estampas con su retrato. Con las limosnas se edificó una impresionante basílica en Lisieux, sorprendente por su gran tamaño y por la rapidez de su construcción.

El proceso y la ceremonia de canonización superaron todas las expectativas. En el decreto de canonización se dice que, «consultando el archivo de la Sagrada Congregación de Ritos, no se halla otra causa que se haya desarrollado con tan rápido y próspero éxito». 

A la ceremonia asistieron 35 de los 72 cardenales con que contaba la Iglesia, además de 50.000 fieles (los únicos que pudieron obtener entrada en el templo, de los varios cientos de miles que lo solicitaron). Por primera vez en la historia se colocaron micrófonos y altavoces en la basílica Vaticana, para que todos pudieran seguir las palabras del papa. Por la tarde, más de 500.000 peregrinos se acercaron a la basílica para honrar a la nueva santa. La cúpula de San Pedro se adornó toda la noche con innumerables luminarias (lo que no sucedía desde la caída de los Estados Pontificios, en 1870, ni se ha vuelto a repetir), por todo el mundo se desarrollaron numerosas celebraciones de acción de gracias.

Por influjo de Teresita se multiplicaron las conversiones y las vocaciones consagradas, y se implantaron cientos de monasterios contemplativos en los territorios de misión. 

Sin ser fundadora, Teresa de Lisieux cuenta hoy con más de cincuenta Congregaciones religiosas masculinas y femeninas, Institutos seculares o Sociedades de vida apostólica, que la consideran como patrona e inspiradora. 

Su imagen está presente en la mayoría de las iglesias y capillas católicas. Unos dos mil templos de todo el mundo están consagrados a su nombre; entre ellos, cinco catedrales y cinco basílicas. Más de setenta seminarios y numerosas escuelas, obras sociales y agrupaciones de fieles la tienen por titular. 

Es copatrona de Francia y titular del «Russicum» (colegio de preparación en Roma para los sacerdotes de Iglesias Orientales). En tiempos de persecución religiosa en México y Rusia, el papa la declaró «especial protectora» de ambos países. En el Cairo (Egipto) tiene un santuario impresionante, meta de continuas peregrinaciones de católicos, coptos y, principalmente, musulmanes.

También es algo singular el hecho de que sus reliquias, custodiadas en una preciosa urna realizada en Brasil, se encuentren visitando las comunidades cristianas del mundo entero desde 1994. En torno a ellas se está realizando un fenómeno inexplicable, para el que no existe parangón en la historia de la Iglesia. En países tan distintos como Estados Unidos, Burkina Faso, Filipinas, Iraq o Rusia se repiten las mismas escenas: multitudes de fieles que se apiñan para homenajearla y conseguir uno de los pétalos de rosa que ella prometió enviar desde el cielo. 

No deja de sorprender que esta monja, que desde los 15 años no salió de los muros de un convento de contemplativas, no haya dejado de viajar en los últimos años por toda Europa, América, África, Asia y Oceanía, convocando multitudes a su paso.

Texto tomado de mi libro Santa Teresa de Lisieux. Vida y mensaje, editorial Monte Carmelo, Burgos 2017 (páginas 41-45). Pueden ver la ficha de la editorial en este enlace:
https://www.montecarmelo.com/ediciones-populares/1301-santa-teresa-de-lisieux-vida-y-mensaje.html

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