jueves, 7 de mayo de 2015

Enseñanzas teológicas de la renuncia de Benedicto XVI (quinta parte)


Ya hemos tratado los siguientes puntos: Ratzinger y la eclesiología, Colaborador de la Verdad, Sobre la validez de la renuncia, Precedentes de renuncias pontificias y legislación al respecto, El primado de la conciencia, El ejercicio del «ministerio petrino», La «desacralización» del papado y Cristo al centro de todo. Hoy expondremos dos puntos más y mañana, si Dios quiere, la conclusión.

El «servicio de la oración»

Como ya hemos visto, en el texto de su renuncia, Benedicto XVI afirmaba: «Ya no tengo la potestad del oficio para el gobierno de la Iglesia, pero en el servicio de la oración permanezco, por así decirlo, en el recinto de San Pedro». 

Igual que habla de un «servicio de gobierno» al que renuncia, habla también de un «servicio de la oración», tan valioso como aquel, al que no puede ni quiere renunciar.

Esta es una de las grandes enseñanzas del papa emérito: la oración no es una actividad privada e intimista, algo opcional en la vida de los cristianos, sino que es un verdadero servicio a la Iglesia, que tiene un valor que no se puede calcular con criterios solo humanos.

Sus enseñanzas sobre la importancia de la oración permanecerán como uno de los grandes tesoros de la historia de la Iglesia, especialmente el ciclo que dedicó a presentar una «escuela de oración», como él mismo llamó en varias ocasiones a las catequesis que desarrolló en las audiencias entre el 4 de mayo de 2011 y el 3 de octubre de 2012, aunque este es un tema que resonó en otras muchas intervenciones suyas.

Comentando la invitación de Jesús para que oremos «siempre, sin desfallecer» (Lc 18,1), dijo: «A primera vista, podría parecer un mensaje poco pertinente, poco realista, [… pero]  la fe es la fuerza que en silencio, sin hacer ruido, cambia el mundo y lo transforma en el reino de Dios, y la oración es expresión de la fe. Cuando la fe se colma de amor a Dios, reconocido como Padre bueno y justo, la oración se hace perseverante, insistente; se convierte en un gemido del espíritu, un grito del alma que penetra en el corazón de Dios. De este modo, la oración se convierte en la mayor fuerza de transformación del mundo» (Homilía, 21-10-2007).

En varias ocasiones afirmó que esta debe ser la ocupación primera en la vida de los pastores de la Iglesia: «Quiero subrayar lo siguiente: por más compromisos que podamos tener, es una prioridad encontrar cada día una hora de tiempo para estar en silencio para el Señor y con el Señor» (Encuentro con el clero, 06-08-2008).

Lo más sorprendente es que también afirmó en distintas ocasiones que la oración es la primera obligación del papa (aunque no la única): «Sé bien que el primer servicio que puedo hacer a la Iglesia y a la humanidad es precisamente el de la oración, porque al rezar pongo confiado en las manos del Señor el ministerio que él mismo me ha encomendado, junto con el destino de toda la comunidad eclesial y civil» (Audiencia general, 13-08-2008). 

Comentando la carta-tratado de san Bernardo al papa Eugenio III, de la que ya hemos hablado, dice: «El santo afirma que es necesario evitar los peligros de una actividad excesiva, independientemente de la condición y el oficio que se desempeña, pues –así dice al papa de ese tiempo, a todos los papas, y a todos nosotros– las muchas ocupaciones llevan con frecuencia a la “dureza del corazón”. […] Esta advertencia vale para todo tipo de ocupaciones, incluidas las inherentes al gobierno de la Iglesia. […] ¡Cuán útil es también para nosotros esta advertencia sobre la primacía de la oración y de la contemplación!» (Ángelus 20-08-2006).

No es extraño, por lo tanto, que al retirarse del servicio activo como pastor de la Iglesia universal, dejando de lado las otras obligaciones de su cargo, anunciara que su única ocupación desde ese momento sería ocuparse en orar. De esta manera recuerda a toda la Iglesia la importancia fundamental de la oración.


Un papa monje

En la historia de la Iglesia se han dado varios casos de monjes elegidos para ser papas (en las Iglesias orientales los obispos siguen siendo escogidos de entre los monjes), pero Benedicto XVI es el primer caso de papa que se hace «monje» (es verdad que no ha sido así jurídicamente hablando, aunque sí en un sentido espiritual). 

Ya hemos dicho que en tiempos pasados se dieron algunos casos de obispos que renunciaron a la mitra para consagrarse a Dios en la vida monástica (lo que se llamaba «zelum melioris vitae»), pero esta es la primera vez que lo hace un obispo de Roma.

El P. Diego Roqué (monje del monasterio del Cristo Orante en Mendoza, Argentina), en un artículo titulado «Benedicto XVI, de papa a monje», que conoció una gran difusión en internet en el momento de la renuncia, afirmaba: 

«No va por menos, sino por más; no se baja de la Cruz, sino que trepa más alto: audazmente ha dado un paso adelante (no al costado) para afrontar los inmensos retos de la Iglesia con mejor armamento que el que le posibilitaba la sede de Pedro: la plegaria, la omnipotencia suplicante. Como dice un famoso texto de Chesterton: “Al revés de lo que se cree, cuando las cosas andan realmente mal, ya no se necesita al hombre práctico; es la hora del hombre teórico, del contemplativo”. Por eso este inmenso Papa que Dios nos ha regalado deja el valle y sube a la montaña». 

Y añade: «Aún no se ha entendido del todo el gesto. Nos llevará seguramente algunos años». Es lo que estamos haciendo en esta reflexión a los dos años de la renuncia de Benedicto: intentar intuir las consecuencias que la misma tendrá para la vida de la Iglesia y para la teología que, sin duda, son mayores de lo que parecía a primera vista.

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