sábado, 27 de enero de 2024

Jesús enseñaba con autoridad, realizaba signos prodigiosos y expulsaba a los demonios. Domingo 4 del Tiempo Ordinario, ciclo b


Estamos a punto de celebrar el domingo cuarto del Tiempo Ordinario (ciclo "b"). El domingo pasado y el anterior leímos en el evangelio que Jesús llamó a algunas personas para que fueran sus discípulos. Este domingo, el evangelio nos habla de la actividad de Jesús que, ante todo, era un predicador. 

A la gente le llamaba la atención que no repetía lo mismo que los demás, sino que hablaba con autoridad propia.

Además, realizaba signos prodigiosos, que indicaban que Dios estaba con él y que era el mesías esperado.

También expulsaba a los demonios, porque donde está Jesús no hay sitio para el mal.

He hablado en varias ocasiones de la vida pública de Jesús, en la que destacan estas tres actividades:


La predicación de Jesús. Los evangelios identifican a Jesús, ante todo, con un predicador. Esa es su principal actividad y lo que mejor le caracteriza. Su predicación se inicia después del bautismo y de su estancia en el desierto, cuando anuncia la llegada del reino de Dios: «El tiempo se ha cumplido. El reino de Dios está cerca» (Mc 1,15). Este «reino» que Jesús anuncia es un acontecimiento gozoso que hay que acoger, antes que una doctrina que aprender.

Los milagros de Jesús. Los profetas de Israel acompañaron su predicación con gestos simbólicos (a veces portentosos): los «ôt», que realizaban anticipadamente lo que anunciaban (cf. 1Re 11,29-39; Jer 19,10-11; etc.). Las «obras» de Jesús están en la línea del actuar profético: son signos que vienen de Dios y muestran que Dios actúa en él: «Nadie puede hacer las obras que tú haces si Dios no está con él» (Jn 3,2); «Las obras que yo hago con la fuerza del Padre dan testimonio de mí» (Jn 10,25). Normalmente, los evangelistas acompañan la narración de milagros con las explicaciones correspondientes: Jesús multiplica el pan para enseñarnos que él es el Pan de la vida, da vista a los ciegos para que comprendamos que él es la Luz del mundo, resucita a Lázaro para hacernos entender que él es la Vida...

Jesús y los demonios. En el Nuevo Testamento, las referencias al demonio van siempre unidas a la persona y actividad de Jesucristo, como representantes de dos mundos totalmente distintos; con la certeza de que donde está el uno no hay sitio para el otro. Por supuesto, el más fuerte de los dos es Jesús, que lo vence y expulsa.

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