viernes, 9 de febrero de 2024

Jesús cura a un leproso. Domingo 6 del Tiempo Ordinario, ciclo b


En la antigüedad, los que tenían enfermedades de la piel (lepra, psoriasis, vitíligo, etc.) eran considerados impuros y excluidos de la sociedad, tal como se ve en la primera lectura del domingo sexto del tiempo ordinario (ciclo "b").

Tenían que abandonar sus casas y familias e irse a vivir a cuevas en las montañas. No podían acercarse a los sanos ni a sus ganados, porque pensaban que los podían contagiar.

Los sanos tampoco podían tocarlos. A veces les dejaban comida y ropas en lugares establecidos para que pudieran recogerlos cuando no hubiera nadie sano por allí.

Moisés había establecido que si alguien sanaba, podía recuperar sus propiedades y volver a su casa, con su familia, después de que los sacerdotes firmaran un certificado de que efectivamente estaba sano y no era contagioso.

En los evangelios encontramos varias escenas de leprosos que se acercan a Jesús, a los que Jesús acoge, toca y sana.

El evangelio de este domingo, en concreto, habla de un leproso que se acerca a Jesús. Algo prohibido por la ley, ya que los leprosos tenían que hablar desde lejos a los sanos. No se atreve a tocarle, por lo que se queda a una distancia prudencial y se pone de rodillas en su presencia. Solo le dice: "Si quieres, puedes sanarme".

El leproso sabía que Jesús había sanado a otros enfermos, por lo que estaba convencido de que podía sanarlo a él también. Pero no estaba convencido de que Jesús quisiera hacerlo. ¿Estaría dispuesto a sanarlo? ¿o sería como los demás, que le consideraban impuro, maldito, indigno de su atención?

Jesús lo toca y lo sana. No ve en él a un "leproso" sino a una "persona" con lepra. Lo más importante no es la categoría social en la que los otro lo engloban, sino su dignidad, que le viene de ser hijo de Dios.

Además de sanarlo, le devuelve su dignidad. Le pide que vaya a los sacerdotes para que le extiendan su certificado correspondiente y pueda regresar a su casa con su familia.

Así nos trata siempre Jesús. Conoce nuestras enfermedades, pero no permanece indiferente. Conoce nuestros pecados, que nos hacen impuros, indignos de estar en su compañía. A pesar de todo, nos toca con compasión, nos ofrece su perdón y su amistad, nos devuelve a la comunión con él y con la Iglesia.

Él nunca desprecia ni rechaza a nadie. No se cansa de amar ni de perdonar. Basta que nos acerquemos a él con humildad nos pongamos de rodillas en su presencia.

¿Quiénes son los leprosos a los que yo debería acercarme hoy?, ¿qué podría hacer para devolverles su dignidad?

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