miércoles, 7 de enero de 2015

Luis María Ansón habla de santa Teresa de Jesús


La prosa de Teresa de Jesús es, tal vez, después de la de Cervantes, la más destacada del Siglo de Oro. Asombra su sencillez, la claridad sintáctica, la contenida adjetivación, la música interior. Se recrea la Santa en las formas rústicas no en las literarias. No se envanece nunca. Su estilo ermitaño, como escribió Menéndez Pidal, se refugia en la humildad y la llaneza.


Un prodigio. Camino de perfección es la expresión de la belleza por medio de la palabra, el temblor del pensamiento profundo. El libro de la vida, estremece. Las moradas, sobre todo la séptima, elevan el castillo interior que la Santa edifica en el alma. Los Conceptos del amor de Dios se alzan en una tremenda meditación galopante sobre las fronteras de la teología.

En defensa de la igualdad de género, hizo frente al insoportable machismo de su época. “Basta ser mujer para caérseme las alas”, escribió. Pero lo superó todo. La admiró Cervantes. También Lope de Vega. Se rindieron a su sabiduría Góngora y Quevedo. Fue nombrada Doctora de la Iglesia por el Papa intelectual Pablo VI.

Admiró a San Juan de la Cruz, 27 años más joven que ella. Los siglos han situado al autor de Noche oscura en el primer lugar de la historia de la poesía en lengua española. No me extraña que, conversando con el poeta de Llama de amor viva, Teresa de Jesús entrara en éxtasis. Gian Lorenzo Bernini condensó el arrobamiento teresiano en una bellísima escultura.

No será fácil encontrar ni en el mundo religioso ni en el ámbito literario a una mujer de la dimensión de Teresa de Cepeda y Ahumada, la escritora de la lengua en pedazos, al decir de Juan Mayorga, la mujer “enherbolada de amor”, que escribió como si levitara: “Cuando el dulce Cazador me tiró y dejó herida en los brazos del amor mi alma quedó rendida; y cobrando nueva vida de tal manera he trocado, que mi Amado es para mí y yo soy para mi Amado”.


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