domingo, 4 de enero de 2015
La Palabra se hizo carne
Hoy volvemos a leer en misa el prólogo del evangelio según san Juan, que ya se proclamó el día de Navidad, en el que se afirma que «la Palabra [de Dios] se hizo carne [humana]».
En la Biblia, la «carne» no indica una parte del hombre, sino al ser humano entero, cuerpo y espíritu, aunque limitado y débil, sometido al sufrimiento y a la muerte.
En cierto momento, Jesús acusará a sus enemigos de que no creen en él porque le juzgan «según la carne» (Jn 8,15). Es decir, se quedan solo con las apariencias, con lo que ven de Jesús (su humanidad), sin comprender que sus palabras y sus obras revelan de su identidad oculta. Jesús no solo es carne, es «palabra hecha carne».
Todo el evangelio de san Juan (como también los otros tres) solo pretende ayudar al lector a descubrir la verdadera identidad de Jesús, para que comprenda su misterio y encuentre en él la vida eterna. Por eso dice claramente en su conclusión que ha escrito «para que creáis que Jesús es el mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre» (Jn 20,31).
Todas las herejías antiguas provienen de la mala comprensión de este misterio. Unos afirmaban que Jesús era solo aparentemente hombre, otros que el Cristo de Dios había tomado aposento en el hombre Jesús, otros que era la primera y más grande de las criaturas de Dios, pero no de su misma naturaleza.
Los primeros concilios profundizaron en las enseñanzas de la Biblia y de los Santos Padres y afirmaron que Jesús es verdaderamente Dios y verdaderamente hombre. Una sola persona con dos naturalezas perfectamente unidas, sin mezcla ni división.
Estas afirmaciones no surgieron por influencia de la filosofía, como algunos afirman, sino todo lo contrario, para salvar la originalidad de la fe bíblica de contaminaciones filosóficas.
La encarnación de Dios era algo escandaloso para los griegos, como lo es para todas las culturas y religiones de todos los tiempos. Pero Jesús no es un semidios generado por la unión de una divinidad y de un ser humano, sino el Hijo eterno de Dios que se ha hecho hombre en el vientre de María: totalmente Dios y totalmente hombre.
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