sábado, 20 de septiembre de 2014

Reflexiones sobre el arte cristiano


Los días pasados he visitado en Zaragoza el Pilar, la Seo, el museo diocesano, el museo de la ciudad... Templos y espacios expositivos llenos de obras de arte religioso de gran belleza, testigos mudos de la fe de nuestros antepasados.

Yo gozo contemplando esas toscas vírgenes románicas, los retablos góticos de arte ingenuo, casi naïf, las sillerías de los coros catedralicios, la orfebrería, los tejidos... esa acumulación de obras de distintos estilos y materiales que nos ayudan a comprender mejor la vida de nuestros antepasados.

Pero soy consciente de que la mayoría de esas obras de arte ya no tienen el mismo significado para nosotros que tuvieron para las generaciones pasadas.

Hoy nos resulta difícil comprender que esas imágenes suscitaron ternura, consuelo y esperanza a nuestros antepasados, que las tomaron por testigos de sus acontecimientos felices (bautizos, bodas, regreso de un hijo de la guerra) o que derramaron sus lágrimas junto a ellas en los momentos luctuosos.

Ya no hablan al corazón. Son solo objetos mudos, testigos de la evolución de las modas artísticas, del sucederse de períodos y de escuelas a lo largo del tiempo. Material de estudio para teóricos de la historia o de la estética.

Los grandes ojos de una Virgen románica, sentada en su trono y con su Hijo sobre el regazo ya no nos miran. Ni las llagas del cuerpo dolorido de un Ecce Homo gótico nos inspiran compasión. Tampoco una Magdalena penitente barroca, con claras señales del paso del tiempo sobre sus carnes aún rosadas, hacen reflexionar a quienes la observan sobre la fugacidad de los placeres ni los despierta a imitarla.

Es verdad que en muchos ambientes cristianos se asiste a una re-valorización del arte tradicional. Nunca como ahora se había invertido tanto en la restauración de antigüedades. Muchos talleres de artesanía, que habían cerrado sus puertas por falta de mercado, han vuelto a abrir por los numerosos encargos que reciben de cofradías y parroquias. En nuestros días se vuelven a tallar esculturas y retablos para muchas iglesias. 

Pero el resurgir de estilos escultóricos del pasado al que asistimos no significa que las nuevas esculturas realizadas a imitación de las antiguas consigan transmitir emociones. Cada periodo cultural ha expresado su espiritualidad en unas formas artísticas propias. Y la repetición de unos modelos anteriores no conlleva su significatividad cuando ha desaparecido el ambiente cultural, el humus vital que las sustentaba. 

Hoy no poseemos la sensibilidad ni la vida interior de la Edad Media o del Renacimiento, por lo que las obras creadas con sus criterios estéticos no dejan de ser imitaciones. De más o menos perfección técnica, pero sin alma.

No sé qué estilos artísticos terminarán triunfando en este siglo XXI (muchos dicen que ya ha terminado el tiempo de los estilos y de las escuelas, pero eso solo se aclara con la perspectiva que da el paso del tiempo. Quizás dentro de cincuenta años se puedan ver los elementos comunes que unen toda la producción contemporánea, más allá de la aparente diversidad). Lo que sé es que la gloria de Cristo crucificado va más allá de las modas y nunca podrá ser totalmente representada, ya que se trata de algo que supera nuestra capacidades: «ni el ojo lo vio, ni el oído lo oyó, ni la mente humana lo puede pensar» (1Cor 2,9).

Así que no debemos estar cerrados a ninguna manera artística de representar el misterio. Las que usaron nuestros antepasados pueden seguir cumpliendo su función en algunos casos, en otros no. A las nuevas corrientes artísticas les pasa lo mismo: algunas pueden ayudarnos a vivir la fe y otras no. este es un tema sobre el que tendremos que seguir reflexionando...

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