sábado, 13 de septiembre de 2014

Contexto en el que santa Teresa de Jesús escribe el Castillo interior


Dos son las características que definen el momento en el que santa Teresa de Jesús escribió su obra cumbre (el castillo interior o las Moradas): por un lado están las grandes dificultades (estaba enferma y era perseguida por sus enemigos), por otro se encontraba en su plenitud humana y espiritual.

Enferma. Teresa no había gozado nunca de buena salud, pero cuando se pone a escribir el Castillo interior tenía ya 62 años (que para entonces era una edad considerable) y los achaques se multiplicaban. 

En sus cartas de la época se lamenta repetidamente de sus dolores de cabeza: «Mi miedo era que me quedara inválida para siempre» (Carta a Lorenzo de Cepeda, 27-28 febrero 1577). «Respecto al dolor de cabeza, lo que tengo de mejoría es que no tengo tanta debilidad, que puedo escribir y trabajar más de lo que acostumbro, aunque el ruido que oigo dentro es continuo y muy penoso» (Carta a María de san José, 28 junio 1577).

Perseguida y calumniada. Cuando Teresa escribe el Castillo interior, aún estaba reciente el proceso inquisitorial de Sevilla (1575-1576), el libro de la Vida estaba retenido en la inquisición de Valladolid y ella se encontraba encerrada en Toledo, desde donde escribió: «Me han traído una orden del definitorio [en realidad habla del capítulo general de Piacenza] no solo para que no funde más casas, sino para que por ningún motivo salga de la casa que elija para estar a manera de cárcel» (F 27,20). Y añade: «He recibido el acta del capítulo general para que yo no salga de una casa. [...] El padre fray Ángel dice que viene apóstata y que estoy excomulgada» (Carta a Rubeo de final de enero 1576).

Aunque en el proceso de Sevilla había sido declarada inocente, algunos insistían en las acusaciones que allí se vertieron, tal como manifiesta esta carta escrita en Toledo un año después: «Mucho disgusto me han causado los dichos contra nosotras, tan deshonestos [...] que son disparates» (Carta a María de san José, 28 febrero 1577). Los desatinos que decían de ellas eran «que atábamos a las monjas de pies y manos y las azotábamos; y quisiera Dios que todas las acusaciones fueran como esas. Que decían otras mil cosas peores…» (Carta a María Bautista, 29 abril 1576).

Ella es consciente de que no es solo a ella a la que quieren destruir, sino toda su obra de fundadora: «Comenzaron grandes persecuciones muy de golpe contra los descalzos y las descalzas […], que estuvo a punto de acabarse todo» (F 28,1). 

¿Qué sucedió? Murió el nuncio Ormaneto, amigo de los descalzos, y ocupó su puesto uno nuevo, Felipe Sega, que se opuso a la obra de Teresa, porque no le parecía bien que una mujer se dedicara a fundar conventos y a escribir. De ella dijo que era una «fémina inquieta y andariega, desobediente y contumaz, que a título de devoción inventa malas doctrinas, andando fuera de clausura, contra la orden del Concilio Tridentino y de los Prelados, enseñando como maestra contra lo que S. Pablo enseñó mandando que las mujeres no enseñasen». 

Ella dice que la calificó de «vagabunda e inquieta» y añade: «Murió un nuncio santo, que favorecía mucho la virtud y por eso estimaba mucho a los descalzos. Vino otro, que parecía que le había mandado Dios para ejercitarnos en la paciencia. [...] Con grandísimo rigor condenaba a los que le parecía que se podían resistir, encarcelándolos y desterrándolos» (F 28,3). El visitador calzado aprovechó la ocasión y mandó encarcelar a san Juan de la Cruz.

Madurez humana y espiritual. Los catorce años que siguieron a la redacción del libro de la Vida fueron de mucho trabajo físico e intelectual para formar a las religiosas, fundar monasterios y escribir libros: Camino de perfección, Comentario al Cantar de los Cantares, Fundaciones... 

Ella se encontraba en un momento de plenitud humana y espiritual, que en sus obras llama matrimonio espiritual, culmen del camino que desemboca en las séptimas moradas. Escribiendo el nuevo libro, dice: «El Señor me ha dado más claridad en estas cosas» (4M 2,7); confirmando lo que ya había afirmado otras veces: «Bien creo que podré decir algunas cosas más, porque tengo más experiencia».

Si tenemos en cuenta las dificultades históricas que hemos visto brevemente y las capacidades humanas que había desarrollado, podemos entender por qué toma tantas medidas para que su obra no sea destruida. Solo con esta clave de lectura podemos entender su insistencia en que escribe por obediencia y las continuas referencias a la incapacidad de las mujeres para escribir o comprender estas cosas. Con estas prevenciones consiguió escribir su obra y transmitirla a sus contemporáneos y a las generaciones posteriores.

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