jueves, 31 de julio de 2014
Museo de bellas artes de Bilbao
El día antes de comenzar los ejercicios espirituales que he predicado en Bilbao, visité el famoso museo Guggenheim, con su impresionante arquitectura. No hay duda de que ha introducido Bilbao en los circuitos internacionales del turismo y de que ha sido un potentísimo estímulo económico para la ciudad. Pero los contenidos permanentes son mínimos. Es más bien un gran espacio en el que se organizan exposiciones temporales. Y las dos que había no me entusiasmaron.
Lo que me dejó boquiabierto fue el museo de bellas artes, que visité el día en que terminé los ejercicios. Nunca habría imaginado que en Bilbao poseyeran tanta cantidad, calidad y variedad de obras de arte, con representación de los mejores pintores nacionales y extranjeros desde la Edad Media hasta el presente: Sánchez Coello, El Greco, Murillo, Ribera, Goya, Zurbarán, Sorolla, Zuloaga, Gentilleschi, Van Dyck, Durero...
Lo visité durante tres horas por la mañana y otras tres por la tarde. No me cansaba de leer las didascalías, de contemplar las obras, de escuchar las explicaciones de la audio-guía. Les propongo algunas imágenes. Solo unas pocas, porque les repito que el material es abundantísimo.
Cristo Majestad. Románico catalán (s. XII). El Señor está vivo, con una mirada penetrante y serena, reinando en la cruz. Con una pintura de Adán que sale del sepulcro a los pies de Jesús, para indicar que la sangre de Cristo redime a todos los hombres, empezando por el primero.
Virgen de escuela francesa (s. XIV). María mira con ternura a su Hijo y le ofrece un ramo de uvas (símbolo de la redención, de su sangre, de la Eucaristía), que el Niño acepta.
Natividad de escuela italiana de principios del s. XV. José y María pintados con gran naturalismo. El Niño colocado en un pesebre que es un sepulcro, anuncio de que viene para dar la vida por los pecadores.
Cristo de Piedad, obra de Diego de la Cruz, pintor hispano-flamenco de finales del s. XV. Cristo está resucitado, pero conserva las señales de su pasión, que se renueva en la Eucaristía.
Anunciación de El Greco, con numerosos ángeles músicos que hacen fiesta celebrando el acontecimiento.
San Pedro, de Murillo. La rudeza de sus manos y las arrugas de la frente contrastan con el brillo de los ojos en lágrimas y la expresión de arrepentimiento.
Virgen con el Niño y san Juanito, de Zurbarán. Última obra del pintor, de una ternura singular. San Juanito besa una mano al Niño Jesús, que coloca su otra mano sobre la cabeza del primo. El bodegón de frutas y la lana del cordero están tratadas con una gran delizadeza.
Natividad, obra de madurez de Ribalta, con gran dominio de la luz y un naturalismo sorprendente en los pastores y animales, hasta el punto de que parece una escena costumbrista.
Lamentación sobre Cristo muerto, de Van Dick. Sorprende la serenidad del rostro de la Virgen que contrasta con el dramatismo de los ángeles y la Magdalena que lloran desconsolados. La luz parece brotar del mismo cuerpo de Cristo y rasgar la oscuridad del entorno.
Pascua florida, de Alfonso Guinea. Me sorprendió la originalidad con la que trata un tema clásico (la llevada de la comunión a los enfermos para cumplir el precepto pascual). La técnica del paisaje es impresionista. En primer plano, a la izquierda, hay unos ciruelos en flor que captan toda la atención y parecen estar realizados por un artista japonés de tradición zen.
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