miércoles, 31 de marzo de 2021

El lavatorio de los pies, de Sieger Köder


El alemán Sieger Köder (1925 - 2015), como muchos jóvenes de su época, fue enrolado en el ejército durante la II guerra mundial. Fue enviado al frente en Francia, donde cayó prisionero con 17 años. Una vez liberado, estudió bellas artes y filología inglesa. Durante 12 años trabajó como artista y fue profesor de arte. Su experiencia de la guerra y del sufrimiento que los nazis causaron a los judíos está muy presente en sus obras. 

Más tarde estudió teología y se hizo sacerdote. Fue párroco durante 20 años y compaginó su actividad pastoral y artística. Durante este tiempo, ganó numerosos premios internacionales, aunque él prefería que lo ignoraran a él y que se quedaran con el mensaje de sus cuadros. 

En esta representación del lavatorio de los pies solo se ven la figura de Pedro (sentado) y de Jesús (arrodillado). Al fondo, en la penumbra, un pan y un cáliz sobre la mesa hacen referencia a la última cena.

Pedro tiene los pies en el agua. Apoya una mano en el hombro de Jesús (lo que indica que entre ellos hay una relación de intimidad) y alza la otra, como queriendo detener a Jesús.

Jesús está completamente inclinado, postrado por tierra, con la mirada puesta en los pies de Pedro, concentrado en su acción.

Además, Jesús está revestido con el “talit”, el manto judío para la oración, indicando que el lavatorio de los pies es un acto de culto. El culto que él ofrece al Padre es el servicio a los pecadores, la entrega incondicional de sí mismo.

Un rabino podía pedir cualquier servicio a sus discípulos, excepto que le lavaran los pies. Esa labor estaba reservada a los esclavos o a las mujeres. Los esclavos lavaban los pies a sus amos y las mujeres a sus esposos, padre o hijos. Pero Jesucristo rompe con esa tradición y con la ideología que la sustentaba.

En el agua sucia de la palangana se refleja el rostro de Cristo. Es el rostro del que se despoja de su rango y se convierte voluntariamente en esclavo de todos, el rostro del que no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por los pecadores.

Yo no soy distinto de Pedro:
- Amo a Jesús con sinceridad, pero soy capaz de traicionarle en cualquier momento.
- Lo reconozco como mi Señor, pero no termino de comprenderle.
- Quiero seguirle, pero me avergüenzo de que él se rebaje a servirme, a perdonarme siempre las mismas faltas, a lavarme los pies una y otra vez; me canso de tropezar continuamente en las mismas piedras y me cuesta dejarme limpiar por su gracia.

Necesito descalzarme, dejar que Jesús lave mis pies sucios, que entre en las zonas oscuras de mi corazón, para limpiarlas y sanarlas. 

Es precisamente en el agua sucia de mi debilidad donde puedo descubrir su rostro amoroso, que “castiga mis muchas faltas con grandes bendiciones” (tal como decía santa Teresa de Jesús). Es allí donde se revela su rostro: cuando dejo que su gracia sane mis heridas, que su amor limpie mis pecados, que su fidelidad ilumine mis tinieblas.

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