miércoles, 15 de enero de 2014

De vuelta a casa


Ya he regresado a mi convento de Burriana en España después de pasar tres meses evangelizando en distintos lugares de Centro América y El caribe. Permaneceré aquí hasta febrero, que vuelvo a Roma, si Dios quiere. La foto me la tomaron en Caguas (Puerto Rico).



Por un lado estoy contento de volver a ver a mis hermanos de esta comunidad, a los que he echado mucho de menos. Por otro lado, extraño mucho a las personas que he encontrado en estos meses pasados, con las que he compartido momentos tan intensos y de las que he recibido tanto. 

Empiezo a comprender a mi madre santa Teresa de Jesús, que decía que lo que más le costaba de sus fundaciones no eran los viajes ni las dificultades de todo tipo, sino despedirse de sus hijas cuando tenía que volver a ponerse en camino.

El principal atractivo turístico de Centro América y El Caribe son los bosques tropicales y los increíbles paisajes siempre verdes. Para que crezca esa naturaleza tan exuberante se necesita mucha agua. Durante estos tres meses ha llovido casi todos los días, por lo que el reúma me ha dado algo de guerra, especialmente en los desplazamientos. De todas formas, ha merecido la pena. Pero no por los bosques, sino por las personas maravillosas que he encontrado.

Mi primer destino fue Panamá. Tenía cuatro charlas cada tarde y por las mañanas tuve la ocasión de visitar las obras de ampliación del canal y algunas maravillas naturales, aunque no muchas, porque llovió cada día. Me acompañaron Teresa de Caravaca, mi hermano José Carlos y mi sobrina Diana, que se quedó tres meses como voluntaria en el “Hogar Monte Carmelo”, en el que se ofrece la posibilidad de estudiar a niños y jóvenes provenientes de ambientes desfavorecidos.

En El Salvador y Costa Rica di sendos cursos sobre “La alegría de creer. Comentario al Credo”, para concluir el año de la fe. Dos charlas por las mañanas y otras dos por las tardes con muy buena participación. Como en otras ocasiones que he visitado estos países, encontré unos frailes totalmente entregados a su ministerio y grupos de gente maravillosa. En ambos países visité también a las carmelitas descalzas.

En la República Dominicana, durante tres semanas tuve cursillos sobre san Juan de la Cruz y santa Teresa de Jesús, además de una jornada de encuentro con la familia carmelitana de la isla, retiros para concluir el año de la fe y para comenzar el Adviento, charlas sobre “los evangelios de la infancia” y otras actividades en la capital, Santiago, El Caimito, la escuela de las carmelitas de la enseñanza y el monasterio de las carmelitas descalzas de Baní. Me acompañaron Gladys de Panamá, Irma de México y Ana, María, Fina y Beatriz de España. Unido a ellas, al padre Ariadys y a Wendy de Dominicana formamos una comunidad evangelizadora itinerante. Orar y convivir con esta gente fue para mí un gran regalo que nunca olvidaré.

En Puerto Rico pasé otras tres intensas semanas. Teníamos “misas de aguinaldo” a las 5,30 de la mañana y charlas bíblicas y momentos de adoración por las tardes, además de visitas a enfermos, confesiones, retiros y otras actividades como conciertos orantes con Sayli Pérez. Un nutrido grupo de voluntarios se movilizó para hacer publicidad, preparar comidas, sillas y carpas, imprimir camisetas con el lema de la misión y buscar un coro distinto para cada día, entre otras muchas cosas. En las charlas bíblicas también participaron con mucho interés algunas personas de otras confesiones cristianas.

En Cuba he pasado las últimas semanas. Allí he tenido formación carmelitana y algunas charlas sobre la exhortación apostólica del papa Francisco “la alegría del evangelio”, tanto en La Habana como en Matanzas (en nuestros padres, en la Milagrosa y en el Limonar). Por las mañanas tenía encuentros de formación con las carmelitas descalzas, con las que también pasé el día 31 de diciembre de retiro. Por la mañana reflexionamos en temas bíblicos y pasamos la tarde en adoración ante el Santísimo. Así que terminé bien el año. Espero que el actual se desarrolle por entero en la presencia del Señor.

De todo lo que viví en Cuba, nada me impresionó tanto como celebrar la misa en una barraca de cartones, latas y ramas de palma en un barrio marginal, sin agua corriente y acribillado a picaduras por los mosquitos. Para llegar allí tuvimos que caminar por una senda de barro y basuras, bajo una lluvia torrencial, con el barro llegándonos a los tobillos. Una vez allí me quité el hábito y la camisa, que estaban chorreando, y me puse una camiseta que me pasó uno de los hermanitos de Jesús que viven en aquella ¿casa? A pesar del poco espacio disponible nos acomodamos como pudimos y celebramos en ese portalico de Belén una misa navideña muy distinta a lo que estamos acostumbrados. No entro en detalles porque no encuentro las palabras adecuadas para expresar lo que allí experimenté.

En el Limonar, al terminar la charla, una mujer se levantó y me pidió que dé las gracias al papa Francisco por haberme permitido compartir con ellos esos momentos de fe y esperanza. Me suplicó que le haga llegar el afecto de un pueblo que ha sufrido lo indecible por mantenerse fiel a su fe. Y en Matanzas un señor se levantó llorando a dar un precioso testimonio en el que decía que esas charlas habían sido el mejor regalo de Navidad en los últimos 55 años. Ante estas muestras de cariño y otras similares, comprenderán que una parte de mi corazón se haya quedado en aquellas tierras y que regresar a mi vida cotidiana en Europa no va a ser nada fácil.

Queridos hermanos y hermanas de Centro América y el Caribe, donde quiera que me encuentre, ustedes van conmigo, mi corazón los lleva… El problema es que a los de los otros lugares también, por lo que a veces creo que me va a estallar. El Señor Jesús, en su misericordia, me lo ensanche a medida del suyo. Amén.

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